UNA MADRE NO DEBE TENER QUE ELEGIR ENTRE HIJOS Y TRABAJO: PALABRAS DEL PAPA EN LOS ESTADOS GENERALES DE LA NATALIDAD (10/05/2024)

En una Italia donde la edad media es de 47 años, en una Europa que se está convirtiendo cada vez más en un « continente viejo», en un mundo donde las armas y los anticonceptivos son las «inversiones que dan más réditos», en una sociedad donde las madres se ven obligadas a elegir entre el trabajo y los hijos, urgen «políticas eficaces, decisiones valientes, concretas y a largo plazo», así como «un mayor compromiso por parte de todos los gobiernos» a favor de la familia. Por cuarto año consecutivo, como desde la primera edición, el Papa Francisco intervino este 10 de mayo en los Estados Generales de la Natalidad, el gran evento que, reuniendo a ministros, periodistas, intelectuales, empresarios y deportistas, pretende sensibilizar a la opinión pública sobre los problemas ligados al descenso en la natalidad y sus deseables soluciones. Aquí, el discurso del Papa, traducido del italiano:

Distinguidas autoridades, representantes de la sociedad civil, queridos hermanos y hermanas, queridos jóvenes y niños, buenos días:

Es hermoso dar un aplauso cuando uno dice “buenos días”, porque muchas veces no nos saludamos. Es lindo el aplauso por el “buenos días”. Y gracias a Gianluigi y a cuantos trabajan por esta iniciativa. Me alegra estar una vez más con ustedes porque, como saben, el tema de la natalidad es muy importante para mí. Cada regalo de un hijo, de hecho, nos recuerda que Dios confía en la humanidad, como subraya el lema “Existir, más jóvenes más futuro”. Nuestro “existir” no es fruto de la casualidad: Dios nos ha deseado, tiene un proyecto grande y único para cada uno de nosotros, sin excluir a nadie. En esta perspectiva, es importante encontrarse, trabajar juntos para promover la natalidad con realismo, amplitud de miras y valentía. Quisiera reflexionar un poco sobre estas tres palabras clave.

Primera: realismo. En el pasado, no faltaron estudios y teorías que alertaban acerca del número de los habitantes de la Tierra, porque el nacimiento de demasiados niños crearía desequilibrios económicos, falta de recursos y contaminación. Siempre me impactó constatar cómo estas tesis, ya obsoletas y superadas desde hace tiempo, hablaban de seres humanos como si se tratara de problemas. Pero la vida humana no es un problema, es un don. Y en la base de la contaminación y el hambre en el mundo no están los niños que nacen, sino las decisiones de quien piensa solo en sí mismo, el delirio de un materialismo desenfrenado, ciego y rampante, de un consumismo que, como un virus maléfico, socava desde la raíz la existencia de las personas y de la sociedad. El problema no está en cuántos somos en el mundo, sino en qué mundo estamos construyendo – ese es el problema –; no son los hijos, sino el egoísmo, que creen justicia y estructuras de pecado, hasta tejer interdependencias malsanas entre sistemas sociales, económicos y políticos [1]. El egoísmo nos hace sordos a la voz de Dios, que ama en primer lugar y enseña a amar, y a la voz de los hermanos que están a nuestro lado; anestesia del corazón, hace vivir de cosas, Sin entender para qué; induce a tener muchos bienes, sin saber ya hacer el bien. Y las casas se llenan de objetos y se vacían de hijos, volviéndose lugares muy tristes (cf. Homilía de la Misa para la comunidad católica congoleña, 1º de diciembre 2019). No faltan los perritos, los gatos..., esos no faltan. Faltan los hijos. El problema de nuestro mundo no son los niños que nacen: son el egoísmo, el consumismo y el individualismo, que hacen que las personas se sientan saciadas, solas e infelices.

El número de nacimientos es el primer indicador de la esperanza de un pueblo. Sin niños y jóvenes, un país pierde su deseo de futuro. En Italia, por ejemplo, la edad media actualmente es de 47 años – pero hay países del centro de Europa que tienen una edad media de 24 años – y siguen alcanzándose nuevos récords negativos. Por desgracia, si tuviéramos que basarnos en este dato, estaríamos obligados a decir que Italia está perdiendo progresivamente su esperanza en el mañana, como el resto de Europa: el Viejo Continente se transforma cada vez más en un continente viejo, cansado y resignado, tan empeñado en exorcizar la soledad y las angustias que ya no sabe disfrutar, en la civilización del don, la verdadera belleza de la vida. Y hay un dato que me dio un estudioso de demografía. En este momento las inversiones que dan más réditos son la fabricación de armas y los anticonceptivos. Unos destruyen la vida, los otros impiden la vida. Y estas son las inversiones que dan más rédito. ¿Qué futuro nos espera? Es terrible.

No obstante tantas palabras y tanto esfuerzo, no se logra invertir la ruta. ¿Pero cómo? ¿Por qué no se logra frenar esta hemorragia de vida?

La cuestión es compleja, pero eso no puede y no debe convertirse en una coartada para no enfrentarla. Hace falta amplitud de miras, que es la segunda palabra clave. A nivel institucional, urgen políticas eficaces, decisiones valientes, concretas y de largo plazo, para sembrar hoy de manera que los hijos puedan recoger mañana. Se necesita un compromiso mayor por parte de todos los gobiernos, para que las jóvenes generaciones se encuentran en las condiciones para poder realizar sus propios sueños legítimos. Se trata de llevar a cabo decisiones serias y eficaces en favor de la familia. Por ejemplo, colocar a una madre en condiciones en las que no tenga que elegir entre el trabajo y cuidado de los hijos; o liberar a muchas parejas jóvenes del lastre de la precariedad ocupacional y de la imposibilidad de adquirir una casa.

Es además, importante promover, a nivel social, una cultura de la generosidad y la solidaridad intergeneracional, para revisar actitudes y estilos de vida, renunciando a lo que es superfluo con el objetivo de dar a los más jóvenes una esperanza para el mañana, como ocurre en muchas familias. No lo olvidemos: el futuro de hijos y nietos se construye también con las espaldas adoloridas por años de cansancio y con sacrificios ocultos de padres y abuelos, en cuyo abrazo está el don silencioso y discreto del trabajo de toda una vida. Y por otra parte, el reconocimiento y gratitud hacia ellos por parte de quién está creciendo son la sana respuesta que, como el agua unida al cemento, hace sólida y fuerte a la sociedad. Estos son los valores que hay que apoyar, esta es la cultura que hay que difundir, si queremos tener un mañana.

Tercera palabra: valentía. Y aquí me dirijo particularmente a los jóvenes. Sé que para muchos de ustedes el futuro puede parecer inquietante, y que entre el descenso de la natalidad, las guerras, las pandemias y los cambios climáticos no es fácil mantener viva la esperanza. Pero no se rindan, tengan confianza, porque el mañana no es algo inevitable: lo construimos juntos, y en este “juntos” ante todo encontramos al Señor. Es Él quien, en el Evangelio, nos enseña ese “pero yo les digo” que cambia las cosas (cf. Mt 5, 38-48): un “pero” que tiene perfume de salvación, que prepara un “fuera de esquema”, una ruptura. Hagamos nuestro este “pero”, todos, aquí y ahora. No nos resignemos a un libreto ya escrito por otros, pongámonos a remar para cambiar la ruta, incluso al costo de ir contracorriente. Cómo hacen las mamás y los papás de la Fundación para la Natalidad, que cada año organizan este evento, esta “construcción de esperanza” que nos ayuda a pensar, y que crece, involucrando cada vez más al mundo de la política, de las empresas, de la banca, del deporte, del espectáculo y el periodismo.

Pero el futuro no se construye solo teniendo hijos. Falta una parte muy importante: los abuelos. Hoy existe una cultura que esconde a los abuelos, nos manda a los asilos. Hoy ha cambiado un poco por la jubilación – desafortunadamente es así –, pero la tendencia es esa: descartar a los abuelos. Me viene a la mente una historia interesante. Había una hermosa familia, donde el abuelo vivía con ellos. Pero con el tiempo el abuelo envejeció y cuando comía se ensuciaba... Entonces el papá hizo construir una mesita, en la cocina, para que comiera el abuelo, así podían invitar gente. Un día el papá vuelve a casa y encuentra a uno de los niños pequeños que trabajaba con madera. “¿Qué estás haciendo?” – “Una mesita, papá” – “¿Pero, por qué?” – “Para ti, para cuando seas viejo”. Por favor, ¡no olviden a los abuelos! Cuando, en la otra diócesis, visitaba mucho los asilos, preguntaba a los abuelos – pienso en un caso –: “¿Cuántos hijos tiene?” – “Tantos” – “Ah muy bien. ¿Y vienen a verla?” – “Sí, sí, vienen siempre”. Después, a la salida, el enfermero me decía: “No vienen nunca”. Los abuelos solos. Los abuelos descartados. ¡Esto es un suicidio cultural! El futuro lo construyen los jóvenes y los viejos juntos, la valentía y la memoria, juntos. Por favor, hablando de natalidad, que es el futuro, hablemos también de los abuelos, que no son el pasado: ayudan al futuro. Por favor, ¡tengamos hijos, muchos, pero también cuidemos a los abuelos! Es muy importante.

Queridos amigos, les agradezco por lo que hacen, gracias a todos ustedes. Gracias a ti por tu valentía. Estoy cerca de ustedes y los acompaño con mi oración. Y por favor, les pido no olvidarse de orar por mí. ¡Pero oren a favor, no en contra! Gracias.

Este “a favor y no en contra” lo digo porque una vez, estaba terminando una audiencia y allí a veinte metros estaba una señora, una viejita, pequeña, ojos bellísimos. Comenzó a decir: “¡Venga, venga!”. Me acerqué: “Señora, ¿cómo se llama?” – me dijo su nombre – “¿Y cuántos años tiene?” – “87” – “¿Pero qué hace, que come para estar tan fuerte?” – “Como ravioles, yo los hago”. Y me dio la receta de los ravioles. Y después le dije: “Señora, por favor, ore por mí” – “Lo hago todos los días”. Y yo por bromear le dije: “Pero ore a favor, no en contra”. Y la viejita, sonriendo, me dijo: ¡Tenga cuidado, Padre! En contra oran ahí adentro”. ¡Astuta! Un poco anticlerical. Y por favor: a favor, no en contra, a favor.


[1] cf. S. Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis (1987), 36-37; Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1869.

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