CATEQUESIS DEL PAPA: LA FE ES EL ACTO POR EL CUAL EL SER HUMANO SE ENTREGA LIBREMENTE A DIOS (01/05/2024)

La fe, junto a la caridad y la esperanza, es la tercera virtud “teologal”. Pero ¿por qué estas virtudes son teologales? “Porque sólo podemos vivirlas gracias al don de Dios” explicó el Santo Padre este 1º de mayo frente a miles de peregrinos congregados en el Aula Pablo VI del Vaticano. El Papa Francisco reflexionó esta mañana acerca de las virtudes teologales, y recordó que son los grandes dones que Dios hace a nuestra capacidad moral. “Sin ellas, podríamos ser prudentes, justos, fuertes y templados, pero no tendríamos ojos que ven incluso en la oscuridad, no tendríamos un corazón que ama incluso cuando no es amado, no tendríamos una esperanza que osa contra toda esperanza”, afirmó el Santo Padre. Compartimos a continuación el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

La fe

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy quisiera hablar de la virtud de la fe. Junto con la caridad y la esperanza, esta virtud es llamada “teologal”. Las virtudes teologales son tres: fe, esperanza y caridad. ¿Por qué son teologales? Porque sólo se puede vivirlas gracias al don de Dios. Las tres virtudes teologales son los grandes dones que Dios hace a nuestra capacidad moral. Sin ellas, podríamos ser prudentes, justos, fuertes y templados, pero no tendríamos ojos que ven incluso en la oscuridad, no tendríamos un corazón que ama incluso cuando no es amado, no tendríamos una esperanza que se atreve contra toda esperanza.

¿Qué es la fe? El Catecismo de la Iglesia Católica, nos explica que la fe es el acto con el cual el ser humano se abandona libremente a Dios (n. 1814). En esta fe, Abraham fue el gran padre. Cuando aceptó dejar la tierra de sus antepasados para dirigirse a la tierra que Dios le mostraría, probablemente fue juzgado loco: ¿por qué dejar lo conocido por lo desconocido, lo seguro por lo incierto? Pero ¿por qué hacerlo? ¿Está loco? Pero Abraham se pone en camino, como si viera lo invisible. Esto dice la Biblia de Abraham: “Se puso en camino como si viera lo invisible”. Esto es hermoso. Y seguirá siendo lo invisible lo que le hace subir al monte con su hijo Isaac, el único hijo de la promesa, que sólo en el último momento será librado del sacrificio. En esta fe, Abraham se convierte en el padre de una larga estirpe de hijos. La fe lo hizo fecundo.

Hombre de fe será Moisés, el cual, acogiendo la voz de Dios incluso cuando más de una duda podía asaltarlo, permaneció firme confiando en el Señor, e incluso defendió al pueblo que tantas veces carecía de fe.

Mujer de fe será la Virgen María, la cual, al recibir el anuncio del Ángel, que muchos habrían desechado por ser demasiado exigente y arriesgado, responde: «He aquí la sierva del Señor: hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). Y con el corazón lleno de fe, con el corazón lleno de confianza en Dios, María emprende un camino del que no conoce ni la ruta ni los peligros.

La fe es la virtud que hace al cristiano. Porque ser cristianos no es ante todo aceptar una cultura, con los valores que la acompañan, sino que ser cristiano es acoger y custodiar un vínculo, un vínculo con Dios: Dios y yo; mi persona y el rostro amable de Jesús. Este vínculo es lo que nos hace cristianos.

A propósito de la fe, viene a la mente un episodio del Evangelio. Los discípulos de Jesús están cruzando el lago y se ven sorprendidos por la tempestad. Creen que podrán salir adelante con la fuerza de sus brazos, con los recursos de su experiencia, pero la barca comienza a llenarse de agua y son presa del pánico (cf. Mc 4, 35-41). No se dan cuenta de que tienen la solución ante sus ojos: Jesús está allí con ellos en la barca, en medio de la tempestad, y Jesús duerme, dice el Evangelio. Cuando por fin lo despiertan, asustados e incluso enfadados porque creen que Él les deja morir, Jesús los reprenderá: «¿Por qué tienen miedo? ¿Todavía no tienen fe?» (Mc 4, 40).

He aquí, entonces, el gran enemigo de la fe: no es la inteligencia, no es la razón, como, por desgracia, algunos siguen repitiendo obsesivamente, sino que el gran enemigo de la fe es el miedo. Por tal motivo, la fe es el primer don que hay que acoger en la vida cristiana: un don que es preciso acoger y pedir cotidianamente, para que se renueve en nosotros. Aparentemente es un don pequeño, pero es el esencial. Cuando nos llevaron a la pila bautismal, nuestros padres, después de anunciar el nombre que habían elegido para nosotros, escucharon que el sacerdote les preguntaba – esto sucedió en nuestro bautismo –: «¿Qué le piden a la Iglesia de Dios?». Y nuestros padres respondieron: «¡La fe, el bautismo!».

Para un padre cristiano, consciente de la gracia que se le ha regalado, ése es el don que debe pedir también para su hijo: la fe. Con ella, un padre sabe que, incluso en medio de las pruebas de la vida, su hijo no se ahogará en el miedo. He aquí, el enemigo es el miedo. Sabe también que, cuando deje de tener un padre en esta tierra, seguirá teniendo un Dios Padre en los cielos, que nunca le abandonará. Nuestro amor es tan frágil, y sólo el amor de Dios vence la muerte.

Es cierto, como dice el Apóstol, la fe no es de todos (cf. 2 Tes 3 ,2), e incluso nosotros, que somos creyentes, a menudo nos damos cuenta de que sólo tenemos una pequeña reserva de ella. Con frecuencia Jesús puede reprendernos, como hizo con sus discípulos, por ser “hombres de poca fe”. Pero es el don más feliz, la única virtud que nos está permitido envidiar. Porque quien tiene fe está habitado por una fuerza que no es sólo humana; de hecho, la fe “desencadena” en nosotros la gracia y abre la mente al misterio de Dios. Como dijo una vez Jesús: «Si tuvieran fe como un granito de mostaza, podrían decir a esa morera: “Arráncate y plántate en el mar”, y les obedecería.» (Lc 17, 6). Por eso también nosotros, como los discípulos, le repetimos: Señor, ¡aumenta nuestra fe! (cf. Lc 17, 5) ¡Es una hermosa oración! ¿La decimos todos juntos? “Señor, aumenta nuestra fe”. La decimos juntos: [todos] “Señor, aumenta nuestra fe”. Demasiado débil, un poco más fuerte: [todos] “¡Señor, aumenta nuestra fe!”. Gracias.

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