CON LAS PAREJAS JÓVENES, GENEREN PEQUEÑAS “IGLESIAS DOMÉSTICAS”: PALABRAS DEL PAPA AL MOVIMIENTO “ÉQUIPES NOTRE DAME” (04/05/2024)

Cuiden a los recién casados, pues es importante que “vivan una mistagogia nupcial que los ayude a experimentar la belleza del Sacramento recibido y una espiritualidad de pareja”. Esta fue una de las peticiones formuladas por el Santo Padre a los responsables internacionales del Movimiento “Équipes Notre Dame”, a quienes recibió este 4 de mayo por la mañana en la Biblioteca del Palacio Apostólico del Vaticano. Transcribimos a continuación el texto leído por el Papa, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas:

Me alegra encontrarme con ustedes, responsables internacionales del Movimiento Équipes Notre-Dame. Gracias por haber venido y sobre todo gracias por su compromiso por las familias.

Son un movimiento en expansión: miles de équipes esparcidos en todo el mundo, muchas familias que buscan vivir el matrimonio cristiano como un don.

La familia cristiana está atravesando en este cambio de época una verdadera “tempestad cultural” y se encuentra amenazada y bajo tentación en varios frentes. Su trabajo, por ello, es valioso para la Iglesia. Ustedes acompañan de cerca a los esposos para que no se sientan solos en las dificultades de la vida y en su relación conyugal. De esta manera son expresión de la Iglesia “en salida”, que se hace cercana a las situaciones y problemas de la gente y se gasta sin reservas por el bien de las familias de hoy y de mañana.

Es una verdadera misión hoy acompañar a los esposos. Cuidar el matrimonio, de hecho, significa cuidar a toda una familia, significa salvar todas las relaciones que se generan a partir del matrimonio: el amor entre los esposos, entre padres e hijos, entre abuelos y nietos; significa salvar ese testimonio de un amor posible y para siempre, en el que a los jóvenes les cuesta creer. Los niños, de hecho, necesitan recibir de sus padres la certeza de que Dios los ha creado por amor, y que un día también ellos podrán amar y sentirse amados como lo hicieron mamá y papá. Estén seguros de que la semilla del amor, depositada en el corazón de los padres, tarde o temprano germinará.

Veo una gran urgencia hoy: ayudar a los jóvenes a descubrir que el matrimonio cristiano es una vocación, una llamada específica que Dios dirige a un hombre y una mujer para que puedan realizarse en plenitud haciéndose generadores de vida, convirtiéndose en padre y madre, y llevando la Gracia de su Sacramento en el mundo. Esta Gracia es el amor de Cristo unido al de los esposos, su presencia en medio de ellos, es la fidelidad de Dios a su amor: es Él quien les da la fuerza de crecer juntos cada día y de permanecer unidos.

Hoy se piensa que el éxito de un matrimonio depende solo de la fuerza de voluntad de las personas. No es así. Si fuera así resultaría un peso, un yugo colocado en los hombros de dos pobres criaturas. El matrimonio en cambio es un “baile de tres”, en el que la presencia de Cristo entre los esposos hace posible el camino, y el yugo se transforma en un juegos de miradas: mirada entre los dos esposos, mirada entre los esposos y Cristo. Es un partido que dura toda la vida, en el cual se vence juntos si se tiene cuidado de la relación, si se le cuida como un tesoro valioso, ayudándose mutuamente a atravesar cada día, también en la vida conyugal, esa puerta de acceso que es Cristo. Él lo dijo: «Yo soy la puerta: si uno entra a través de mí, se salvará» (Jn 10, 9). Y hablando de miradas, una vez, en una Audiencia General, había una pareja, casados desde hace 60 años, ella tenía 18 cuando se casó y él 21. Tenían entonces 78 y 81 años. Y yo pregunté: “Y ahora, ¿siguen amándose?”. Y ellos se miraron y después voltearon a verme, con lágrimas en los ojos: “¡Aún nos amamos!”. ¡Hermoso!

Por eso, quisiera dejarles dos breves reflexiones: la primera se refiere a las parejas recién casadas. ¡Cuídenlas! Es importante que los recién casados puedan experimentar una mistagogia nupcial, que les ayude a vivir la belleza de su Sacramento y una espiritualidad de pareja. En los primeros años de matrimonio, es necesario sobre todo descubrir la fe dentro de la pareja, saborearla, gustarla aprendiendo a orar juntos. Muchos hoy se casan sin entender que tiene que ver la fe con su vida conyugal, quizá porque nadie les dio testimonio de ello antes del matrimonio. Los invito a ayudarles con un itinerario “catecumenal” – digámoslo así – de redescubrimiento de la fe, ya sea personal como de pareja, para que de inmediato aprendan a darle espacio a Jesús y, con Él, logren cuidar su matrimonio.

Su trabajo junto a los sacerdotes, en este sentido, es valioso; pueden hacer mucho bien en las parroquias y comunidades, abriéndose a acoger a las familias más jóvenes. Debemos empezar de nuevo a partir de las nuevas generaciones para fecundar a la Iglesia: generen muchas pequeñas Iglesias domésticas en las que se vive un estilo de vida cristiano, donde se sienten familiares con Jesús, donde se aprende a escuchar a quien está a un lado como Jesús nos escucha. Ustedes pueden ser como pequeñas llamas que encienden hacia la fe a otras llamas, sobre todo entre las parejas más jóvenes: no dejen que acumulen sufrimientos y heridas en las soledad de sus casas. Ayúdenlas a descubrir el oxígeno de la fe con delicadeza, con paciencia y confianza en la acción del Espíritu Santo.

La segunda reflexión es sobre la importancia de la corresponsabilidad entre esposos y sacerdotes dentro de su movimiento. Han comprendido y viven concretamente la complementariedad de las dos vocaciones: los animo a llevarla a las parroquias, de manera que los laicos y los sacerdotes descubran en ella la riqueza y la necesidad. Esto ayuda a superar ese clericalismo que hace poco fecunda a la Iglesia – ¡tengan cuidado con el clericalismo! –; y esto ayudará también a los esposos a descubrir que, con el matrimonio, están llamados a una misión. También ellos, de hecho, tienen el don y la responsabilidad de construir, junto con los ministros ordenados, la comunidad eclesial.

Sin comunidades cristianas, las familias se sienten solas y la soledad hace mucho mal. Con su carisma, pueden hacerse rescatistas atentos ante quien lo necesita, de quien está solo, de quienes tienen problemas en familia y no saben con quién hablar de ellos porque se avergüenzan o han perdido la esperanza. En sus diócesis, pueden hacer comprender a las familias la importancia de ayudarse mutuamente y de construir redes; construir comunidades en donde Cristo pueda “habitar” en las casas y las relaciones familiares.

Queridos hermanos y hermanas, en julio próximo tendrán su reunión internacional en Turín. En medio del camino sinodal que estamos viviendo, que también para ustedes sea un tiempo de escucha del Espíritu y de programación fecunda para el Reino de Dios.

Encomendemos su misión y a todas sus familias a la Virgen María, para que los proteja, los mantenga firmes en Cristo y los haga siempre testigos de su amor. En este año dedicado a la oración, pueden hacer descubrir y redescubrir el gusto de orar, orar juntos en casa, con sencillez y en la vida cotidiana. Esta vez no diré nada de las suegras, porque hay algunas aquí. Les bendigo de corazón. Y les pido por favor orar por mí. Gracias.

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