SOMOS AMIGOS DE JESÚS, PERSONAS QUERIDAS MÁS ALLÁ DE TODO MÉRITO: REGINA COELI DEL 05/05/2024

La amistad, pero, sobre todo, la amistad con Jesús, fue el tema al centro de la catequesis que el Papa Francisco pronunció ante los miles de fieles y peregrinos que se dieron cita en la Plaza de San Pedro para la oración mariana del Regina Coeli de este 5 de mayo, VI Domingo de Pascua. Al comentar el Evangelio de este domingo (Jn 15, 9-17), el Santo Padre señaló que, Jesús dijo a los Apóstoles: «Ya no los llamo siervos, sino amigos». Y para explicar este cambio, el Pontífice recordó que, en la Biblia los «siervos» de Dios son personas especiales, a las que Dios confía misiones importantes, son personas en cuyas manos Dios pone sus tesoros. Pero para Jesús somos algo más grande. Compartimos a continuación, el texto de la alocución del Papa, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy el Evangelio nos habla de Jesús que dice a los Apóstoles: «Ya no los llamo siervos, sino amigos» (cf. Jn 15, 15). ¿Qué significa esto?

En la Biblia, los «siervos» de Dios son personas especiales, a las que Él confía misiones importantes, como por ejemplo Moisés (cf. Ex 14, 31), el rey David (cf. 2 Sam 7, 8), el profeta Elías (cf. 1 Re 18, 36), hasta la Virgen María (cf. Lc 1, 38). Son personas en cuyas manos Dios pone sus tesoros (cf. Mt 25, 21). Pero todo esto no basta, según Jesús, para decir quiénes somos para Él, no basta, se necesita algo más, algo más grande, que va más allá de los bienes y de los proyectos mismos: se necesita la amistad.

Desde niños aprendemos lo hermosa que es esta experiencia: a los amigos les ofrecemos nuestros juguetes y los regalos más hermosos; luego, al crecer, como adolescentes, les confiamos nuestros primeros secretos; como jóvenes les ofrecemos lealtad; como adultos compartimos satisfacciones y preocupaciones; como viejos compartimos los recuerdos, las consideraciones y los silencios de largos días. La Palabra de Dios, en el Libro de los Proverbios, nos dice que «el perfume y el incienso alegran el corazón, y el consejo de un amigo endulza el alma» (27, 9). Pensemos un momento en nuestros amigos, en nuestras amigas, ¡y demos gracias al Señor por ellos! Un espacio para pensar en ellos…

La amistad no es fruto del cálculo, ni de constricción: nace espontáneamente cuando reconocemos en el otro algo de nosotros mismos. Y, si es verdadera, la amistad es tan fuerte que no disminuye ni siquiera ante la traición. «El amigo ama siempre» (Prov 17,17) – dice el Libro de los Proverbios –, como nos muestra Jesús cuando a Judas, que lo traiciona con un beso, le dice: «¡Amigo, para eso estás aquí!» (Mt 26, 50). Un verdadero amigo no te abandona, ni siquiera cuando cometes un error: te corrige, quizá te reprenda, pero te perdona y no te abandona.

Y hoy Jesús, en el Evangelio, nos dice que para Él somos precisamente eso, amigos: personas queridas más allá de todo mérito y expectativa, a las que tiende la mano y ofrece su amor, su Gracia, su Palabra; con las que – con nosotros, amigos – comparte lo que le es más querido, todo lo que ha escuchado del Padre (cf. Jn 15, 15). Hasta hacerse frágil por nosotros, hasta ponerse en nuestras manos sin defensa ni pretensiones, porque nos ama. El Señor nos quiere, como amigo quiere nuestro bien y quiere que participemos del suyo.

Y entonces preguntémonos: ¿qué rostro tiene el Señor para mí? ¿El rostro de un amigo o el de un extraño? ¿Me siento amado por Él como un ser querido? ¿Y cuál es el rostro de Jesús del que doy testimonio a los demás, especialmente a los que cometen errores y necesitan perdón?

Que María nos ayude a crecer en la amistad con su Hijo y a difundirla a nuestro alrededor.

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