CATEQUESIS DEL PAPA: LA HUMANIDAD SIGUE CAUSANDO ESTRAGOS EN LA CREACIÓN (29/05/2024)

Este 29 de mayo, el Papa Francisco dio inicio a un nuevo ciclo de catequesis que tendrá como tema “El Espíritu y la Esposa. El Espíritu Santo guía al pueblo de Dios al encuentro con Jesús, nuestra esperanza”, recorriendo las tres grandes etapas de la historia de la salvación: el Antiguo Testamento, el Nuevo Testamento y el tiempo de la Iglesia, la Esposa. El punto de partida de la primera reflexión de este día en la Plaza de San Pedro, fue la acción del Espíritu Santo según el Antiguo Testamento descrita así en el Génesis: «En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra estaba informe y desierta y las tinieblas cubrían el abismo y el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas». Compartimos a continuación, el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

El Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy, con esta catequesis, iniciamos un ciclo de reflexiones que tiene como tema «El Espíritu y la Esposa – la Esposa es la Iglesia -. El Espíritu Santo guía al pueblo de Dios al encuentro con Jesús, nuestra esperanza». Haremos este recorrido atravesando las tres grandes etapas de la historia de la salvación: el Antiguo Testamento, el Nuevo Testamento y el tiempo de la Iglesia. Siempre teniendo la mirada fija en Jesús, que es nuestra esperanza.

En estas primeras catequesis sobre el Espíritu en el Antiguo Testamento, no haremos “arqueología bíblica”. Descubriremos, en cambio, que lo que fue dado como promesa en el Antiguo Testamento se ha realizado plenamente en Cristo. Será como seguir el camino del sol desde el amanecer hasta el mediodía.

Iniciemos con los dos primeros versículos de toda la Biblia: «En el principio Dios creó el cielo y la tierra. La tierra era informe y estaba desierta, las tinieblas cubrían el abismo, y el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas» (Gen 1, 1-2). El Espíritu de Dios se nos aparece como el poder misterioso que hace pasar al mundo de su estado inicial informe, desierto y tenebroso, a su estado ordenado y armonioso. Porque el Espíritu crea la armonía, la armonía en la vida, la armonía en el mundo. En otras palabras, es Aquél que hace pasar del caos al cosmos, es decir, de la confusión a algo bello y ordenado. Este es, de hecho, el significado de la palabra griega kosmos, así como de la palabra latina mundus, es decir, algo hermoso, ordenado, limpio, armonioso, porque el Espíritu es la armonía.

Este indicio aún vago de la acción del Espíritu en la creación se hace más preciso en la siguiente revelación. En un salmo leemos: «A partir de la Palabra del Señor fueron hechos los cielos, del soplo de su boca todos sus ejércitos» (Sal 33, 6); y de nuevo: «Envías tu Espíritu, son creados, y renuevas la faz de la tierra» (Sal 104, 30).

Esta línea de desarrollo se hace muy clara en el Nuevo Testamento, que describe la intervención del Espíritu Santo en la nueva creación, utilizando precisamente las imágenes que se leen a propósito del origen del mundo: la paloma que en el bautismo de Jesús aletea sobre las aguas del Jordán (cf. Mt 3, 16); Jesús que, en el Cenáculo, sopla sobre los discípulos y dice: «Reciban el Espíritu Santo» (Jn 20, 22), como al principio Dios había soplado su aliento sobre Adán (cf. Gen 2, 7).

El apóstol Pablo introduce un elemento nuevo en esta relación entre el Espíritu Santo y la creación. Habla de un universo que “gime y sufre como con dolores de parto” (cf. Rom 8, 22). Sufre a causa del hombre que lo ha sometido a la “esclavitud de la corrupción” (cf. vv. 20-21). Es una realidad que nos involucra de cerca y de forma dramática. El Apóstol ve la causa del sufrimiento de la creación en la corrupción y el pecado de la humanidad, que la ha arrastrado en su alejamiento de Dios. Esto sigue siendo verdad hoy como entonces. Vemos los estragos que, en la creación, la humanidad ha causado y sigue causando, sobre todo por la parte de ella que tiene mayor capacidad para explotar los recursos naturales.

San Francisco de Asís nos indica una salida, hermosa, para volver a la armonía del Espíritu: el camino de la contemplación y la alabanza. Él quería que desde las criaturas se elevara un cántico de alabanza al Creador. Recordemos: «Laudato si’, mi Signore… Alabado seas, mi Señor...», el cántico de Francisco de Asís.

Un salmo (18, 2) dice así: «Los cielos proclaman la gloria de Dios», pero necesitan al hombre y a la mujer para dar voz a este grito mudo. Y en el “Santo” de la Misa repetimos cada vez: «Los cielos y la tierra están llenos de tu gloria». Están, por así decirlo, “grávidos” de ella, pero necesitan las manos de una buena partera para dar a luz esta alabanza suya. Nuestra vocación en el mundo, nos recuerda de nuevo Pablo, es ser «alabanza de su gloria» (Ef 1, 12). Se trata de anteponer la alegría de contemplar a la de poseer. Y nadie se ha alegrado más de las criaturas que Francisco de Asís, que no quería poseer ninguna de ellas.

Hermanos y hermanas, el Espíritu Santo, que en el principio transformó el caos en cosmos, está trabajando para llevar a cabo esta transformación en cada persona. A través del profeta Ezequiel, Dios promete: «Les daré un corazón nuevo; pondré dentro de ustedes un Espíritu nuevo... Pondré mi Espíritu dentro de ustedes» (Ez 36, 26-27). Porque nuestro corazón se asemeja a aquel abismo desierto y tenebroso de los primeros versículos del Génesis. En él se agitan sentimientos y deseos opuestos: los de la carne y los del espíritu. Todos somos, en cierto sentido, ese “reino dividido en sí mismo” del que habla Jesús en el Evangelio (cf. Mc 3, 24). A nuestro alrededor podemos decir que existe un caos externo, un caos social, un caos político: pensemos en las guerras, pensemos en los muchos niños que no tienen nada que comer, en las muchas injusticias sociales, este es el caos exterior. Pero también existe un caos interior: dentro de cada uno de nosotros. ¡No se puede curar el primero, si no se comienza a curar el segundo! Hermanos y hermanas, hagamos un buen trabajo para hacer de nuestra confusión interior, una claridad del Espíritu Santo: es el poder de Dios el que lo hace, y nosotros abramos el corazón para que Él pueda hacerlo.

Que esta reflexión suscite en nosotros el deseo de experimentar al Espíritu Creador. Desde hace más de un milenio, la Iglesia pone en nuestros labios el grito para pedirlo: «Veni creator Spiritus, ¡Ven, oh Espíritu Creador! Visita nuestras mentes. Llena de gracia celestial los corazones que has creado». Pidamos al Espíritu Santo que venga a nosotros y nos haga personas nuevas, con la novedad del Espíritu. Gracias.

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