ENSEÑEN A LOS JÓVENES A ENFRENTAR JUNTOS LOS DESAFÍOS, SIN DEJARSE APLASTAR: PALABRAS DEL PAPA A DELEGACIÓN DEL MERRIMACK COLLEGE (10/05/2024)

El Papa Francisco alentó la labor que realiza el Merrimack College en favor de la educación de los jóvenes desde hace casi ochenta años, desde 1947, cuando la institución fue fundada por los Padres Agustinos. El Pontífice recibió este 10 de mayo por la mañana en la Sala Clementina del Vaticano a una delegación del colegio, de la que recordó el peculiar contexto en el que comenzó su historia, la Segunda Guerra Mundial. Fue precisamente para los soldados que regresaban del conflicto que los agustinos pensaron en iniciar una obra educativa. Transcribimos a continuación, el texto pronunciado por el Santo Padre, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, buenos días y bienvenidos:

Saludo al Presidente y a todos ustedes: me alegra encontrarles.

El Merrimack College desde hace casi 80 años trabaja por la formación juvenil, inspirándose en el principio agustiniano de “cultivar el conocimiento para llegar a la sabiduría”, como dice también el lema que han escogido para ustedes: “per scientiam ad sapientiam” (cf. S. Agustín, De Trinitate, 13,19.24). A la luz de su historia quisiera entonces reflexionar brevemente con ustedes sobre esta misión, y en particular sobre dos aspectos conectados entre sí: educar a los jóvenes para enfrentar los desafíos para crecer en la solidaridad.

Primero: educar para enfrentar los desafíos. Nos hará bien, a propósito de esto, recordar las circunstancias en que iniciaron su obra educativa, fundada por los Padres Agustinos en 1947 en favor de los militares que volvían de la Segunda Guerra Mundial. Claramente a estos jóvenes, supervivientes de experiencias traumáticas, testigos de los horrores de la guerra, no bastaba ofrecerles itinerarios académicos: era necesario darles de nuevo sentido, esperanza y confianza para el futuro, enriqueciendo sus mentes, sí, pero también encendiendo de nuevo sus corazones y dándole nuevamente luz a su vida; era necesario entonces ofrecerles, a través del estudio y la comunidad escolar, un camino de renacimiento integral. Me gusta decir: de la mente al corazón y del corazón a las manos. Son los tres lenguajes: el lenguaje de la mente, el lenguaje del corazón y el lenguaje de la mano. Que se piense lo que se siente y se hace; que se sienta lo que se piensa y se hace; que se haga lo que se siente y se piensa.

Recuerdo esto porque también nuestros jóvenes, hoy, viven en medio de muchas “situaciones críticas”: a nivel económico-financiero, laboral, político, medioambiental y de valores, demográfico y migratorio (cf. Congregación para la Educación Católica, Educar para el humanismo solidario, en 2017, 3). Y es importante que también a ellos, en el presente como en el pasado, se les enseña a enfrentar unidos los desafíos, sin dejarse aplastar, más aún reaccionando para que cada crisis, aún en el sufrimiento, se transforme en una ocasión de crecimiento.

Y aquí tocamos el segundo aspecto: crecer en la solidaridad. El Papa Benedicto XVI escribía que «no es la ciencia la que redime al hombre. El hombre es redimido mediante el amor» (Carta enc. Spe salvi, 26). Se trata, entonces, de formar a las nuevas generaciones para vivir las dificultades como oportunidades, no tanto para lanzarse hacia un futuro rico en dinero y éxito, sino el amor: para construir juntos un humanismo solidario (cf. Mensaje para el lanzamiento del pacto educativo, 12 de septiembre de 2019). Se trata de enseñarles a identificar y dirigir los recursos disponibles, con una proyección creativa, hacia modelos de vida personal y social marcados por la justicia y la misericordia, que hagan que «la existencia de cada uno y de todos sea aceptable y digna» (Congregación para la Educación Católica, Educar para el humanismo solidario, en 2017, 6).

Por ejemplo, es cierto que la globalización actual presenta aspectos negativos, como el aislamiento, la marginación y la cultura del descarte; al mismo tiempo, sin embargo tiene también aspectos positivos, como la posibilidad de amplificar y engrandecer la solidaridad y promover la equidad, a través de medios y potencialidades desconocidas a quienes nos precedieron, como hemos visto en tiempos recientes, en ocasión de desastres climáticos y guerras. Y es importante, en el trabajo didáctico, dirigir a los estudiantes hacia esta capacidad de discernimiento y elección, extendiendo idealmente y prácticamente los perímetros de las aulas escolares, para llegar ahí a dónde «la educación puede generar solidaridad, actitudes de compartir y comunión» (cf. ibid., 10).

Queridos amigos, esta es su responsabilidad, y es grande; así como también es valioso el trabajo que realizan. Por ello les agradezco y de corazón los bendigo, encomendándonos a la intercesión de la Virgen María y de San Agustín. Y les pido, por favor, no se olviden de orar por mí. Gracias.

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