CUSTODIEN LA UNIDAD, DONDE HAY DESOBEDIENCIA HAY CISMA: PALABRAS DEL PAPA A DELEGACIÓN DE LA IGLESIA SIRO-MALABAR (13/05/2024)

Este 13 de mayo el Santo Padre recibió en audiencia a los fieles de la Iglesia Siro-Malabar y les recordó lo que es “un deber” y no “una piadosa exhortación”, especialmente para los sacerdotes, a los que el pueblo mira como ejemplo. El Papa recibió en la Sala del Consistorio a los miembros de la antigua Iglesia sui iuris – nacida de la predicación de Santo Tomás y actualmente la más numerosa de la India – que en la Arquieparquía de Ernakulam-Angamaly vive desde hace años oposiciones y desavenencias, que a veces llegan incluso a episodios de violencia, debido a una disputa interna sobre la dirección en la que los sacerdotes celebran la Misa, es decir, si miran hacia la comunidad o hacia el altar. Compartimos a continuación el texto de la intervención del Papa, traducido del italiano:

Beatitud, Excelencias, queridos hermanos y hermanas:

Me alegra encontrarles y darle la bienvenida a usted, a los hermanos obispos y a quienes le acompañan en su primer viaje a Roma después de su elección. ¡Fue buena la elección! Saludo fraternalmente también a los representantes de la comunidad siro-malabar de Roma.

Los fieles de su amada Iglesia son conocidos, no sólo en la India sino en el mundo entero, por el vigor de la fe y la devoción. La de ustedes es una fidelidad antigua, arraigada en el testimonio, hasta el martirio, de Santo Tomás, Apóstol de la India: son custodios y herederos de la predicación apostólica. Han tenido muchos desafíos en el curso de su historia, larga y turbulenta, que en el pasado incluso ha visto a hermanos en la fe cometer contra ustedes acciones miserables, insensibles a las peculiaridades de su floreciente Iglesia. Sin embargo, han permanecido fieles al Sucesor de Pedro. Y estoy feliz hoy de recibirlos y confirmarlos en la gloriosa herencia que han recibido y que llevan adelante. Ustedes son obedientes, y donde hay obediencia hay Iglesia; donde hay desobediencia hay cisma. Y ustedes son obedientes, esa es una gloria de ustedes: la obediencia. Incluso con el sufrimiento, pero sigan adelante.

Es su historia, singular y preciosa, y es un patrimonio único para todo el Pueblo Santo de Dios. Aprovecho este patrimonio para recordar que las tradiciones orientales son tesoros imprescindibles en la Iglesia. Especialmente en un tiempo como el nuestro, que corta las raíces y mide todo, desafortunadamente también la actitud religiosa, a partir de lo útil y lo inmediato, el Oriente cristiano permite beber de fuentes antiguas y siempre nuevas de espiritualidad. Estas frescas fuentes aportan vitalidad a la Iglesia y es por ello hermoso para mí, como Obispo de Roma, animarlos, fieles católicos sito-malabares, donde quiera que se encuentren, A cultivar muy bien el sentido de pertenencia a su Iglesia sui iuris, para que su gran patrimonio litúrgico, teológico, espiritual y cultural pueda resplandecer aún más. Y además le he dicho a Su Beatitud que pida la jurisdicción para todos sus migrantes en muchas partes de Medio Oriente. Le he dicho que deben pedir la jurisdicción con cartas, pero hoy ya di la jurisdicción y pueden actuar con eso. Se debe hacer también a través de las cartas, pero desde hoy pueden. Quiero ayudarlos, pero sin sustituirles, precisamente porque la naturaleza de su Iglesia sui iuris les permite, además de hacer un examen atento de las distintas situaciones, también adoptar las previsiones oportunas para enfrentar con responsabilidad y valentía evangélica, fieles a la guía del Arzobispo Mayor y del Sínodo, las pruebas que están atravesando. Es lo que quiere la Iglesia: fuera de Pedro, fuera del Arzobispo Mayor no es Iglesia.

En tal sentido, en los últimos tiempos envié cartas y dirigí a los fieles un video mensaje para advertirles sobre la peligrosa tentación de querer concentrarse en un detalle, al que no se quiere renunciar, en detrimento del bien común de la Iglesia. Es el producto de la autorreferencialidad, que lleva a no escuchar ninguna otra razón si no es la propia. En español, decimos que esta autorreferencialidad se dice “yo, me, mi, conmigo, para mí”, todo para mí. Y es aquí que el diablo – el diablo existe –, el divisor, se insinúa, luchando contra el deseo más querido que el señor expresó antes de inmolarse por nosotros: que nosotros, sus discípulos, fuéramos «una sola cosa» (Jn 17, 21), sin dividirnos, sin romper la comunión. Custodiar la unidad, entonces, no es una exhortación piadosa, sino un deber, y lo es sobre todo cuando se trata de sacerdotes que han prometido obediencia y de quienes el pueblo creyente espera un ejemplo de caridad y mansedumbre.

Beatitud, trabajemos con determinación para custodiar la comunión y oremos sin cansarnos para que nuestros hermanos, tentados por la mundanidad que lleva a volverse rígidos y a dividir, puedo darse cuenta de que son parte de una familia más grande, que quiere su bien y los espera. Como el Padre con respecto al hijo pródigo, dejemos las puertas abiertas y el corazón abierto para que, una vez arrepentidos, no encuentro en dificultad para entrar (cf. Evangelii gaudium, 46): los esperamos. Que se dialogue y se discuta sin miedo – eso está bien –, pero sobre todo que se haga oración, para que, a la luz del Espíritu, que armoniza las diversidades y reconduce las tensiones en unidad, se resuelvan los conflictos. Con una certeza: que el orgullo, las recriminaciones, las envidias no vienen del Señor y nunca llevan a la concordia y a la paz. Faltar al respeto gravemente al Santísimo Sacramento, Sacramento de la caridad y la unidad, discutiendo sobre detalles celebrativos de esa Eucaristía que es el punto más alto de su presencia adorada entre nosotros, es incompatible con la fe cristiana. El criterio guía, ese que es verdaderamente espiritual, ese que deriva del Espíritu Santo, es la comunión: significa verificarse en la adhesión a la unidad, en la custodia fiel y humilde, respetuosa y obediente de los dones recibidos.

Y quisiera decirles a todos: en los momentos de dificultad y crisis no se dejen atrapar por el desánimo o por un sentido de impotencia ante los problemas. Hermanos y hermanas, que no se apague la esperanza, no se cansan de tener paciencia, no se encierren en prejuicios que llevan a alimentar animosidades. Pensemos en los grandes horizontes de la misión que el Señor nos encomienda, la misión de ser signo de su presencia de amor en el mundo, no escándalo para quienes no creen. Pensemos, al tomar cada decisión, en los pobres y en los alejados, en las periferias, en aquellas en India y en la diáspora, en aquellas existenciales. Pensemos en los que sufren y esperan señales de esperanza y consuelo. Sé que la vida de muchos cristianos en muchos lugares es difícil pero la diferencia cristiana consiste en responder al mal con el bien, en trabajar sin cansarse con todos los creyentes por el bien de todos los hombres.

Les agradezco por el compromiso de su Iglesia en los campos de la formación familiar y la catequesis, y apoyo a su trabajo pastoral dirigido a los jóvenes y las vocaciones. Estoy cerca de ustedes en la oración y los llevo en el corazón todos los días. Y ustedes, por favor, lleven a sus hermanos y hermanas mi apoyo.

Juntos miremos a Jesús: a Él, crucificado y resucitado; a Él que nos ama y hace de nosotros una sola cosa, a Él que nos quiere reunidos como una sola familia alrededor de un único altar. Como el apóstol Tomás, miremos sus llagas: son visibles aún hoy en el cuerpo de muchos hambrientos, sedientos y descartados, en las cárceles, en los hospitales y en los caminos; tocando estos hermanos con ternura, acogemos al Dios vivo en medio de nosotros. Como Santo Tomás, miremos las llagas de Jesús y veamos cómo de esas heridas, qué bien aturdido a los discípulos y podían lanzarlos en un irreparable sentido de culpa, el señor hizo correr canales de perdón y misericordia. ¡Corazón grande, corazón grande, siempre! ¡Cuánto asombro ahora sentido el apóstol Tomás al contemplar y ver sus dudas y miedos desvanecerse ante la grandeza de Dios! Es el asombro el que genera esperanza, es el asombro el que lo impulsó a salir, a cruzar nuevas fronteras para convertirse en su padre en la fe. Cultivemos este asombro de la fe, que permite superar cualquier obstáculo.

Y ustedes, queridos fieles de la comunidad siro-malabar de Roma, descendientes del apóstol Tomás en la ciudad de Pedro y Pablo, tienen un papel especial: desde esta Iglesia, que preside la comunión universal de la caridad (cf. S. Ignacio de Antioquía, Carta a los Romanos), están llamados a orar y cooperar de manera especial para la unidad al interior de su Iglesia, no solo en Kerala sino en toda India y en todo el mundo. ¡Kerala, que es una mina de vocaciones! Oremos para que siga siéndolo.

Beatitud, gracias por esta visita fraterna, estoy contento por ello. Queridos hermanos y hermanas, de corazón los bendigo y los encomiendo a la Virgen María, a Santo Tomás Apóstol y a sus santos y mártires; y les pido, por favor, no olvidarse de orar por mí. Gracias, muchas gracias.

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