CATEQUESIS DEL PAPA: LA CARIDAD ES UN AMOR CASI “IMPOSIBLE” QUE NOS HACE AMAR INCLUSO A LOS ENEMIGOS (15/05/2024)

La caridad, tercera virtud teologal, fue el tema de la catequesis del Papa Francisco en la Audiencia General de este 15 de mayo en la Plaza de San Pedro. El amor es la “puerta estrecha” por la que debemos pasar para entrar en el Reino de Dios”, afirmó el Santo Padre y en el ocaso de la vida, seremos juzgados precisamente por este amor, es decir, por la caridad. En el ocaso de la vida escucharemos de nuevo las palabras de Jesús: “En verdad les digo que cuanto hicieron a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicieron”. Compartimos a continuación, el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

La caridad

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy hablaremos de la tercera virtud teologal, la caridad. Las otras dos, recordamos, eran la fe y la esperanza: hoy hablaremos de la tercera, la caridad. Ésta es el culmen de todo el itinerario que hemos recorrido con las catequesis sobre las virtudes. Pensar en la caridad ensancha inmediatamente el corazón, la mente corre hacia las inspiradas palabras de San Pablo en la Primera Carta a los Corintios. Concluyendo ese himno estupendo, San Pablo cita la tríada de las virtudes teologales y exclama: «Entonces ahora permanecen estas tres: la fe, la esperanza y la caridad. Pero la más grande de todas es la caridad» (1 Cor 13, 13).

Pablo dirige estas palabras a una comunidad que distaba mucho de ser perfecta en el amor fraterno: los cristianos de Corinto eran más bien peleoneros, había divisiones internas, había quienes pretendían tener siempre la razón y no escuchaban a los demás, considerándolos inferiores. A ellos Pablo les recuerda que la ciencia inflama, mientras que la caridad edifica (cf. 1 Cor 8, 1). El Apóstol después registra un escándalo que afecta incluso al momento de máxima unión de una comunidad cristiana, es decir, la “cena del Señor”, la celebración eucarística: incluso allí hay divisiones, y hay quien aprovecha para comer y beber excluyendo a los que no tienen nada (cf. 1 Cor 11, 18-22). Frente a esto, Pablo da un juicio severo: «Cuando se reúnen, lo suyo ya no es comer la cena del Señor» (v. 20), tienen otro ritual, que es pagano, no es la cena del Señor.

Quién sabe, en la comunidad de Corinto tal vez nadie pensaba que había pecado y aquellas palabras tan duras del Apóstol sonaban un poco incomprensibles para ellos. Probablemente todos estaban convencidos de que eran buenas personas y, al ser interrogados sobre el amor, habrían respondido que ciertamente el amor era para ellos un valor muy importante, como la amistad y la familia. Incluso en nuestros días el amor está en boca de todos, está en la boca de muchos “influencers” y en los estribillos de muchas canciones. Se habla tanto del amor, pero ¿qué cosa es el amor?

“¿Pero el otro amor?”, parece preguntar Pablo a sus cristianos de Corinto. No el amor que sube, sino el que baja; no el que quita, sino el que da; no el que aparece, sino el que se esconde. Pablo está preocupado de que en Corinto – como también hoy entre nosotros – haya confusión y que, de la virtud teologal del amor, la que viene solo de Dios, en realidad no haya ni rastro. Y si incluso de palabra todos aseguran que son buenas personas, que aman a su familia y a sus amigos, en realidad del amor de Dios saben muy poco.

Los cristianos de la antigüedad tenían a su disposición distintas palabras griegas para definir el amor. Finalmente, surgió la vocablo “ágape”, que normalmente traducimos como “caridad”. Porque, en realidad, los cristianos son capaces de todos los amores del mundo: también ellos se enamoran, más o menos como les ocurre a todos. También experimentan la benevolencia que se vive en la amistad. También viven el amor a la patria y el amor universal a toda la humanidad. Pero hay un amor más grande, un amor que proviene de Dios y se dirige a Dios, que nos habilita para amar a Dios, para convertirnos en sus amigos, nos habilita para amar al prójimo como Dios lo ama, con el deseo de compartir la amistad con Dios. Este amor, por causa de Cristo, nos impulsa a donde humanamente no iríamos: es el amor por el pobre, por lo que no es amable, por los que no nos quieren y no son agradecidos. Es el amor por lo que nadie amaría; incluso por el enemigo. Incluso por el enemigo. Esto es “teologal”, esto viene de Dios, es obra del Espíritu Santo en nosotros.

Jesús predica, en el Sermón de la Montaña: «Si aman a los que los aman, ¿qué mérito tienen? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacen el bien a los que les hacen bien, ¿qué mérito tienen? También los pecadores hacen lo mismo» (Lc 6, 32-33). Y concluye: «Amen en cambio a sus enemigos – nosotros estamos acostumbrados a hablar mal de los enemigos – amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada, y su recompensa será grande y serán hijos del Altísimo, porque él es benévolo con los ingratos y los malvados» (v. 35). Recordemos esto: “Amen en cambio a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada”. No olvidemos esto.

En estas palabras, el amor se revela como virtud teologal y asume el nombre de “caridad”. El amor es caridad. Nos damos cuenta enseguida de que es un amor difícil, incluso imposible de practicar si no se vive en Dios. Nuestra naturaleza humana nos hace amar espontáneamente lo que es bueno y bello. En nombre de un ideal o de un gran afecto podemos incluso ser generosos y realizar actos heroicos. Pero el amor de Dios va más allá de estos criterios. El amor cristiano abraza lo que no es amable, ofrece el perdón – ¡qué difícil es perdonar! ¡Cuánto amor hace falta para perdonar! –, el amor cristiano bendice a los que maldicen, mientras que nosotros estamos acostumbrados, ante un insulto o una maldición, a responder con otro insulto, con otra maldición. Es un amor tan audaz que parece casi imposible, y sin embargo es lo único que quedará de nosotros. El amor es la “puerta estrecha” a través de la que debemos pasar para entrar en el Reino de Dios. Porque al atardecer de la vida no seremos juzgados por el amor genérico, sino juzgados precisamente por la caridad, por el amor que hemos tenido concretamente. Y Jesús nos dice esto, tan bello: «En verdad les digo: todo lo que hicieron a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicieron» (Mt 25, 40). Esto es lo hermoso, lo grande del amor. ¡Adelante y ánimo!

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