EL ABANDONO ESCOLAR Y FORMATIVO ES UNA TRAGEDIA: PALABRAS DEL PAPA A LA CONFEDERACIÓN NACIONAL DE FORMACIÓN PROFESIONAL ITALIANA (03/05/2024)
“Una buena formación profesional es el antídoto contra la deserción escolar y una respuesta a la demanda de trabajo en diversos sectores de la economía”. Así lo dijo el Papa Francisco a la Confederación Nacional de Formación y Actualización Profesional Italiana (CONFAP), recibida en la Sala Pablo VI con motivo de su 50 aniversario, este 3 de mayo. Al expresarles su gratitud por el servicio que realizan, inspirado en la Doctrina Social de la Iglesia y en la variada espiritualidad de Institutos Religiosos que tienen en su carisma el servicio a los jóvenes a través de la formación profesional, el Pontífice les ofreció algunas reflexiones, precisamente sobre los jóvenes, la formación y la profesión. Compartimos a continuación las palabras del Papa, traducidas del italiano:
Señor Ministro de Educación, Sr. Valditara, queridos hermanos y hermanas, buenos días:
Le doy la bienvenida a todos y saludo en particular al Presidente de la CONFAP, a los formadores, educadores y a los jóvenes presentes, a todos ustedes que son parte activa de las entidades de formación profesional. Su Confederación cumple 50 años, mientras recordamos también el 25º de la Asociación Forma FP. Y quisiera decirles de inmediato “gracias”, gracias porque su servicio, inspirado en la Doctrina Social de la Iglesia, es una contribución de vital importancia para la sociedad en que vivimos.
Con su esfuerzo cotidiano, son expresión de la rica y variada espiritualidad de distintos Institutos Religiosos, que tienen en su carisma el servicio a los jóvenes a través de la formación profesional. Se trata de itinerarios formativos de vanguardia, que presumen de una alta calidad de metodologías, experiencias de laboratorio y posibilidades didácticas, como para constituir Una joya en el panorama de la formación para el trabajo. Y, algo todavía más importante, su propuesta formativa es integral, porque más allá de la calidad de los instrumentos y la didáctica, reservan un cuidado y una atención especial sobre todo hacia los jóvenes que se encuentran en los márgenes de la vida social y eclesial. Gracias por lo que hacen; gracias a los formadores que se dedican con pasión a los jóvenes. Y con este espíritu de gratitud, quisiera ofrecerles algunas reflexiones en torno a las tres palabras que caracterizan su compromiso: jóvenes, formación, profesión.
Ante todo, jóvenes – ¡hay muchos aquí! –. Son una de las categorías más frágiles de nuestro tiempo. Los jóvenes, siempre llenos de talento y de potencialidades, son también particularmente vulnerables, ya sea por alguna condición antropológica o por distintos aspectos culturales del tiempo en que vivimos.
Aludo no solamente a los “ninis” que no están ni en formación ni en actividad, sino a algunas opciones sociales que los exponen a los vientos de la dispersión y la degradación. Muchos jóvenes, de hecho, abandonan sus territorios de origen para buscar trabajo en otro lugar, a menudo no encontrando oportunidades a la altura de sus sueños; algunos, además, pretenden trabajar pero deben contentarse con contratos precarios y mal pagados; otros además, en este contexto de fragilidad social y de explotación, viven en las insatisfacción y renuncian al trabajo. Ante estas y otras situaciones similares, todos debemos tomar conciencia de algo: ¡el abandono educativo y formativo es una tragedia! Escuchen bien, es una tragedia. Y, si bien es necesario promover una legislación que favorezca el reconocimiento social de los jóvenes, aún más importante es construir un cambio generacional donde las capacidades de quien va de salida estén al servicio de quienes entran al mercado laboral. En otras palabras, que los adultos compartan los sueños y deseos de los jóvenes, los introduzcan, los apoyen, los animen sin juzgarlos.
A este respecto, quisiera decirles, que con creatividad gasten en este campo su ser cristianos: no pierdan de vista a nadie, estén atentos de los jóvenes, tengan cuidado de los que no han tenido oportunidades o que provienen de situaciones sociales desfavorables. No todos han recibido el apoyo indispensable de la familia y de la comunidad cristiana y estamos llamados a hacernos cargo de ellos, porque nadie de ellos puede ser echado fuera, sobre todo los más pobres y marginados, que corren el riesgo de vivir graves formas de exclusión, incluidos los migrantes. Quien se siente descartado puede acabar en formas de desventaja social humanamente degradantes y eso no debemos aceptarlo.
La segunda palabra es formación, que señala un compromiso indispensable en la generación de futuro. Las transformaciones del trabajo son cada vez más complejas, también debido a las nuevas tecnologías y el desarrollo de la inteligencia artificial. Y aquí estamos llamados a rechazar dos tentaciones: por un lado la tecnofobia, es decir el miedo a la tecnología que lleva a rechazarla; por el otro la tecnocracia, es decir la ilusión de que la tecnología puede resolver todos los problemas. Se trata en cambio de invertir recursos y energías, porque la transformación del trabajo exige una formación continua, creativa y siempre actualizada. Y al mismo tiempo es necesario también comprometerse en volver a hacer dignos algunos trabajos, sobre todo manuales, que todavía hoy son socialmente poco reconocidos.
Una válida formación profesional es un antídoto contra la deserción escolar y es una respuesta a la demanda de trabajo en distintos sectores de la economía. Pero – ustedes me lo enseñan – una buena formación profesional no se improvisa. Es necesario un vínculo con las familias, como en todo tipo de experiencia educativa; y es necesaria una sana y eficaz relación con las empresas, dispuestas a insertar a jóvenes a su interior. Estos para ustedes son los dos polos de referencia, porque junto a las capacidades técnicas son importantes las virtudes humanas: una técnica sin humanidad se vuelve ambigua, riesgosa y no es realmente humana, no es verdaderamente formativa. La formación debe ofrecer a los jóvenes instrumentos para discernir entre las ofertas de trabajo y las formas de explotación.
La primera palabra “jóvenes”. La segunda palabra “formación”. La tercera palabra profesión. Jóvenes, formación y profesión. La profesión nos define. “¿En qué trabajas?”, se pregunta a una persona para conocerla. “¿Cómo te llamas? ¿En qué trabajas?”: presentamos a los demás a través de su trabajo. Así fue también para Jesús, reconocido como el «hijo del carpintero» (Mt 13, 55) o sencillamente como «el carpintero» (Mc 6, 3). El trabajo es un aspecto fundamental de nuestra vida y de nuestra vocación. Sin embargo, hoy asistimos a una degradación del sentido del trabajo, que cada vez más es interpretado en relación a lo que se gana más que como expresión de la propia dignidad y aportación al bien común. Por tanto, es importante que los itinerarios de formación estén al servicio del crecimiento global de la persona, en sus dimensiones espiritual, cultural, laboral. «Cuando uno descubre que Dios lo llama a algo, qué está hecho para esto – puede ser la enfermería, la carpintería, la comunicación, la ingeniería, la enseñanza, el arte o cualquier otro trabajo – entonces será capaz de hacer surgir sus mejores capacidades de sacrificio, generosidad y dedicación. Saber que no se hacen las cosas sólo por hacerlas, sino con un significado, […] hace que estas actividades ofrezcan al corazón una experiencia especial de plenitud» (Exhort. ap. postsin. Christus vivit, 273).
Tres palabras: jóvenes, formación, profesión. ¡No las olviden! Los animo a seguir considerando importantes a los jóvenes, a la formación y a la profesión. Y les agradezco, porque a través de su creatividad demuestran que es posible conjugar el trabajo y la vocación de la persona. Porque una buena formación profesional habilita para realizar un trabajo y, al mismo tiempo, para descubrir el sentido de la propia existencia en el mundo y la sociedad. Los acompaño con la oración. De corazón bendigo a todos ustedes y a sus familias. Y les pido: no se olviden de orar por mí. Gracias.
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