SEAN IMAGINATIVOS Y TENACES POR EL EVANGELIO: PALABRAS DEL PAPA A LOS DIRECTORES DE LAS PONTIFICIAS OBRAS MISIONERAS (25/05/2024)

Comunión, creatividad y tenacidad: estas son las tres palabras clave que para el Papa Francisco “son relevantes para la Iglesia en permanente estado de misión” y para las Pontificias Obras Misioneras (POM), “llamadas a la renovación para un servicio cada vez más incisivo y eficaz”. Así lo subrayó el Pontífice en su discurso de este 25 de mayo en la Sala del Consistorio, a los participantes en la Asamblea General de la Red Universal de Oración y Caridad, que promueve la participación de todos los fieles católicos en la vida apostólica de la Iglesia, bajo la guía del Dicasterio para la Evangelización. Reproducimos a continuación, el texto de su intervención, traducido del italiano:

Eminencia, excelencias, queridos Directores Nacionales de las Pontificias Obras Misioneras, queridos colaboradores del Dicasterio para la Evangelización, hermanos y hermanas, Buenos días:

Los recibo con alegría a todos ustedes que han venido de más de 120 países de los cinco continentes para la Asamblea General anual de las Pontificias Obras Misioneras (POM). Saludo al Cardenal Tagle, al Secretario Mons. Nwachukwu, al Secretario Adjunto Mons. Nappa, Presidente de las POM, y a los cuatro secretarios generales: el comando es bueno: un filipino, un africano, y el jugo de la pasta, un napolitano.

En la vigilia de la Solemnidad de la Santísima Trinidad, que nos hace entrar en la contemplación del misterio de Dios: un misterio de amor que se ofrece, se entrega, se consuma totalmente para la salvación de la humanidad. Precisamente contemplando esta obra de salvación, descubrimos tres características fundamentales de la misión divina desde el principio: la comunión, la creatividad y la tenacidad. Reflexionemos en estas palabras clave, que resultan actuales para la Iglesia en un estado permanente de misión y aún más para nuestras Obras misioneras, llamadas ahora a la renovación para un servicio cada vez más incisivo y eficaz.

Ante todo, la comunión. Cuando contemplamos a la Trinidad, vemos que Dios es comunión de personas, es misterio de amor. Y el amor con el que Dios viene a buscarnos y salvarnos, arraigado en su ser Uno y Trino, es también lo que da fundamento al carácter misionero de la Iglesia peregrina en la tierra (cf. Redemptoris missio, 1; Ad gentes, 2). En esta perspectiva, estamos llamados a vivir la espiritualidad de la comunión con Dios y los hermanos. La misión cristiana no es transmitir alguna verdad abstracta o un convencimiento religioso –mucho menos hacer proselitismo, menos aún –, sino que es ante todo permitir aquellos que encontramos poder hacer la experiencia fundamental del amor de Dios, y podrán encontrarlo en nuestra vida y en la vida de la Iglesia si somos testigos luminosos de ello, reflejando un rayo del misterio trinitario. Sobre el proselitismo quisiera decir una experiencia personal. Cuando estaba en una de las Jornadas de la Juventud, cuando salía del teatro donde había habido un encuentro, se acerca una señora que pertenecía a un grupo católico – ultra, extremo, derechoso, “por el olor” se veía aquello – y la señora estaba con un muchacho y una muchacha y me dijo: “Santidad, quiero decirle que convertí a estos dos. ¡Los convertí!”. La miré a los ojos y le dije: “¿Y a ti quién te convierte?”. Esta misión de la conversión, hay grupos religiosos que llevan la lista de conversiones, es terrible esto. Una anécdota solamente.

Por tanto, exhorto a todos a continuar con esta espiritualidad de la comunión misionera, que es la base del camino sinodal de la Iglesia de hoy. Lo subrayé en la Constitución Praedicate Evangelium y lo reitero ahora también a ustedes, sobre todo para su proceso de renovación de los Estatutos. Es importante que los estatutos se actualicen. Es necesario para todos, entonces, un camino de conversión misionera y, por ello, es importante que haya posibilidades de formación, personal y comunitaria, para crecer en la dimensión de la espiritualidad misionera “de comunión”. La misión de la Iglesia, de hecho, tiene como objetivo «hacer conocer y hacer vivir a todos la “nueva” comunión que en el Hijo de Dios hecho hombre entró en la historia del mundo» (Const. ap. Praedicate Evangelium, I, 4) [1]. Y no olvidemos que el llamado a la comunión implica un estilo sinodal: es decir caminar juntos, escucharnos, dialogar, discutir juntos, pero siempre en comunidad. Esto nos ensancha el corazón y genera en nosotros una mirada cada vez más universal, precisamente según lo que se remarcó en el momento de la fundación de la Obra de la Propagación de la Fe: «No debemos apoyar a esta o aquella misión en particular, sino a todas las misiones del mundo» (cf. Mons. Cristiani y J. Servel, Marie-Pauline Jaricot, 39).

La segunda palabra clave, la primera era comunión, la segunda palabra clave que les propongo es creatividad. Arraigados en la comunión trinitaria, estamos insertos en la obra creadora de Dios, que hace nuevas todas las cosas (cf. Ap 21, 5). También nosotros participamos de esta creatividad y sobre esto quisiera decir dos cosas. La primera es que la creatividad está vinculada con la libertad que Dios posee y que nos da En Cristo y en el Espíritu. De hecho, «donde está el Espíritu del Señor hay libertad» (2 Cor 3, 17). El que nos da la Libertad es el Espíritu... Y por ello, por favor, no nos dejemos robar la libertad creativa misionera. Segunda cosa, como dijo San Maximiliano María Kolbe, franciscano misionero en Japón y mártir de la caridad, “sólo el amor crea”, sólo el amor crea. Y entonces, acordémonos que la creatividad evangélica nace del amor, del amor divino, y que toda actividad misionera es creadora en la medida en que la caridad de Cristo es su origen, su forma y su fin. Así, con una imaginación interminable, crea formas siempre nuevas de evangelizar y servir a los hermanos, especialmente a los más pobres. Expresión de dicha caridad son también las tradicionales colectas destinadas a los fondos universales de solidaridad para las misiones. Y a este respecto debemos promoverlas, hacer entender que esta ayuda que doy, que cada cristiano da, hace crecer a la Iglesia y salva a la gente, y por tanto ayudar a esta participación no sólo de personas, sino también de grupos e instituciones que, con espíritu de gratitud por las gracias recibidas del Señor, desean apoyar las muchas realidades misioneras de la Iglesia.

Y tercero, la tercera y última palabra es tenacidad, es decir la firmeza y perseverancia en los propósitos y en la acción. También este rasgo podemos contemplarlo en el Amor de Dios Trinidad que, para realizar el designio de salvación, con fidelidad constante envió a sus servidores a lo largo de la historia y en la plenitud de los tiempos se entregó a sí mismo en Jesús. Así, la misión divina «es un andar incansable hacia toda la humanidad para invitarla al encuentro y la comunión con Dios. ¡Incansable! Tenacidad. […] por eso, la Iglesia seguirá yendo más allá de cualquier frontera, saliendo una y otra vez sin cansarse o perder el ánimo ante dificultades y obstáculos, para cumplir fielmente la misión recibida del Señor» (Mensaje para la Jornada Misionera Mundial 2024). Y esto incluso hasta el martirio. Y sobre esto quisiera detenerme para agradecer a Dios por el testimonio de martirio que han dado, en los días pasados, un grupo de católicos del Congo, del norte de Kivu. Fueron degollados, simplemente porque eran cristianos y no querían pasarse al islam. Hoy existe esta grandeza de la Iglesia en el martirio. Y vayamos un poco hacia atrás, hace 5 años, en la playa de Libia, esos coptos que fueron degollados y de rodillas decían: “Jesús, Jesús, Jesús”. La Iglesia del martirio es la Iglesia de la tenacidad del Señor que nos lleva adelante.

Estamos por ello, llamados también nosotros a ser perseverantes y tenaces en los propósitos y la acción. Y a vivir también esta dimensión del martirio con nuestro ejemplo. Ustedes, trabajadores de las Pontificias Obras Misioneras, entran en contacto con muchas realidades distintas, situaciones y eventos que forman parte del gran flujo de la vida de la Iglesia, en todos los continentes. Y entonces pueden encontrarse con numerosos desafíos, situaciones complejas, pesadumbre y cansancio que acompaña en la vida eclesial. ¡No se dejen desanimar! Aquí quisiera hacer un paréntesis para ver las debilidades de muchos de nosotros, hermanos y hermanas, de las veces que hemos caído: por favor, seamos pacientes, tomémonos de la mano y acompañémoslos. Por favor, no se escandalicen de estos resbalones. “Me puede pasar a mí”, cada uno debe decir “me puede pasar a mí”: sean muy caritativos, muy delicados y esperen. Una de las cosas que me toca el corazón del Señor es la paciencia: sabe esperar, sabe esperar. Miremos más los aspectos positivos y, en esta alegría que nace de contemplar la obra de Dios, sabremos enfrentar con paciencia también las situaciones problemáticas, para no permanecer prisioneros de la inactividad y del espíritu de renuncia. Tenaces y perseverantes, ¡sigan adelante en el Señor! Y con los hermanos y hermanas que resbalan y caen, recuerden que solamente en una ocasión es lícito mirar a una persona desde arriba hacia abajo, una sola: para ayudarlo a levantarse. Siempre este gesto con los hermanos y hermanas que han resbalado.

Queridos hermanos y hermanas, les agradezco una vez más a todos ustedes y a sus colaboradores por la generosidad y la dedicación en la promoción de la responsabilidad misionera de los fieles, especialmente en el cuidado por los niños de la Obra de la Santa Infancia. Que la Virgen interceda por ustedes. Los bendigo de corazón. Les agradezco por lo que hacen... Y ustedes, por favor, no se olviden de orar por mí, a favor.


[1] S. Juan Pablo II, Exhort. ap. postsin. Christifideles laici (30 diciembre 1988), 32.

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