SEAN PACIENTES Y NO TENGAN MIEDO: PALABRAS DEL PAPA A RECTORES DE SEMINARIOS FRANCESES (25/01/2025)
Queridos Rectores:
Me alegra recibirlos en ocasión de su peregrinación jubilar, durante la cual se han reunido para reflexionar sobre la formación sacerdotal. Ésta es un camino de discernimiento en el cual ustedes desempeñan un papel esencial. Son como el anciano sacerdote Elí que dijo el joven Samuel: «Si te llama, di: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”» (1 Sam 3, 9). Ustedes son la presencia que da seguridad, la brújula para los jóvenes encomendados a sus cuidados.
San Pablo VI afirmó que «el hombre contemporáneo escucha con más gusto a los testigos que a los maestros, o si escucha a los maestros, es porque son testigos» (Audiencia General, 2 de octubre 1974). Esto es válido seguramente para los formadores en los seminarios. Su testimonio coherente de vida cristiana ocurre al interior de una comunidad educativa, cuyos miembros son, en el seminario, el Obispo, los sacerdotes y religiosos, los profesores, el personal. Esta comunidad, sin embargo, se extiende hasta donde el seminarista es enviado: a las parroquias, los movimientos, las familias. La formación comunitaria es entonces unitaria, tocando todas las dimensiones de la persona y orientando hacia la misión.
Para que el seminario pueda dar este testimonio y convertirse en un espacio favorable para el crecimiento del futuro sacerdote, es importante tener cuidado de la calidad y autenticidad de las relaciones humanas que ahí se viven, similares a las de una familia, con rasgos de paternidad y fraternidad. Solo en este clima puede instaurarse la confianza recíproca, indispensable para un buen discernimiento. El seminarista podrá entonces ser sí mismo, sin miedo de ser juzgado de manera arbitraria; ser auténtico en las relaciones con los demás; colaborar plenamente a su propia formación para descubrir, acompañado por los formadores, la voluntad del señor para su vida y responder libremente.
Los candidatos que se presentan al seminario son, hoy más que nunca, muy distintos unos de otros. Algunos son muy jóvenes, otros tienen ya una larga experiencia de vida; algunos tienen una fe enraizada desde hace mucho tiempo y madura, para otros es muy reciente; provienen de contextos sociales y familiares distintos, de culturas diversas; sobre todo, han advertido la llamada al interior de muchos movimientos espirituales que la Iglesia hoy conoce. Es ciertamente un gran desafío proponer una formación humana, espiritual, intelectual y pastoral a una comunidad tan diversificada. Su tarea no es fácil. Esta es la razón por la cual la atención al camino de cada uno, así como el acompañamiento personal son más que nunca indispensables. Esta es la razón por la cual es importante que los equipos de formación acepten esta diversidad, que sepan acogerla y acompañarla. ¡No tengan miedo de la diversidad! No le tengan miedo, ¡es un don! La educación para la acogida del otro, tal como es, será la garantía, para el futuro, de un presbiterio fraterno y unido en lo esencial.
El objetivo del seminario es claro: «formar discípulos misioneros “enamorados” del Maestro, pastores “con olor a oveja”, que vivan en medio de ellas para servirlas y llevarles la misericordia de Dios» (RFIS, n.3). Esto supone un cierto número de criterios, sobre los cuales es imposible transigir, para conferir la ordenación. El seminario, sin embargo, no debería buscar formar clones que piensen todos de la misma forma, con los mismos gustos y opiniones. La gracia del sacramento pone sus raíces en todo lo que enriquece la personalidad única de cada uno, personalidad que debe ser respetada, para producir frutos de distintos sabores, de los cuales la misma variedad del Pueblo de Dios necesita.
Entre los puntos a los que es importante prestar atención, quisieras simplemente poner en evidencia tres. El primero es el de tener cuidado en que en el candidato se forme una verdadera libertad interior. ¡No tengan miedo de esta libertad! Los desafíos que se le presentarán en el curso de su vida requieren que él sepa, iluminado por la fe y movido por la caridad, juzgar y decidir con su cabeza, a veces a contracorriente o corriendo riesgos, sin alinearse a respuestas preconcebidas, preconceptos ideológicos o el pensamiento único del momento. Que maduren el pensamiento y el corazón y que maduren las manos. Las tres cosas deben estar en coherencia: lo que se piensa, lo que se siente y lo que se hace. Los tres lenguajes: el de la mente, el del corazón y el de las manos. Que haya coherencia entre ellos.
El segundo punto se refiere a la maduración en el candidato de una humanidad equilibrada y capaz de relaciones humanas. El sacerdote debe ser conducido a la ternura, a la cercanía y la compasión. Estos son los tres atributos de Dios: ternura, cercanía y compasión. Dios es cercano, es tierno, es compasivo. Un seminarista que no sea capaz de esto no está bien. ¡Es importante! No es necesario insistir en el peligro representado por personalidades muy débiles y rígidas, o por desórdenes de carácter afectivo. Por otra parte, el hombre perfecto no existe y la iglesia está compuesta por miembros frágiles y pecadores que pueden siempre esperar progresar; su discernimiento sobre este punto debe ser tanto prudente como paciente, iluminado por la esperanza. ¡No tengan miedo de las debilidades y límites de sus seminaristas! No los condenen demasiado rápido y sepan acompañarlos. Eso que se llamaba el martirio de la paciencia: acompañar.
El tercer punto es la de decidida orientación de la vocación sacerdotal hacia la misión. El sacerdote existe para la misión. Un sacerdote que trabaje como “monsieur l’abbé” no es para la misión. Eso no funciona. El sacerdote existe siempre para la misión. Si bien, naturalmente, ser sacerdote implica una realización personal, no se convierte en sacerdote para sí mismo, sino para el Pueblo de Dios, para hacerlos conocer y amar a Cristo. El punto de partida de esta dinámica no puede más que encontrarse en un amor cada vez más profundo y apasionado por Jesús, alimentado por una serie de formación hacia la vida interior y por el estudio de la Palabra de Dios. Es difícil imaginar una vocación sacerdotal que no tenga una fuerte dimensión oblativa, de gratuidad y separación de sí mismo, de sincera humildad; y esto hay que verificarlo. Solo Jesús llena de alegría a su sacerdote. Ahora, no es raro que, haciendo camino, algunos terminen poco a poco por “servirse a sí mismos”. Tengan cuidado, sobre todo con el dinero. Mi abuela siempre nos decía: “El diablo entra por los bolsillos”. Por favor, la pobreza es algo muy hermoso. Servir a los demás. Y tengan cuidado con el carrierismo, tengan cuidado. Ten cuidado con la mundanidad, con los celos, con la vanidad. Que el amor a Dios y a la Iglesia no se conviertan en un pretexto para la auto celebración. Cuando te encuentras algún eclesiástico que parece más un pavo real que un eclesiástico es tremendo. Que el amor a Dios y a la Iglesia no sea un pretexto: que sea real.
Queridos Rectores, gracias por su visita y por el servicio que ofrecen a la Iglesia. Su tarea no es fácil, pero los animo a perseverar con confianza y esperanza, bajo la guía del Espíritu Santo y la protección de la Virgen María. Por eso los bendigo de corazón a ustedes, a sus comunidades. Y por favor, no se olviden de orar por mí. Gracias.
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