EL EVANGELIO ES PALABRA VIVA Y SEGURA QUE NUNCA DEFRAUDA: HOMILÍA DEL PAPA EN EL DOMINGO DE LA PALABRA DE DIOS (26/01/2025)
El Evangelio que hemos escuchado nos anuncia el cumplimiento de una profecía colmada del Espíritu Santo. Y quien la cumple es Aquel que viene «con el poder del Espíritu» (Lc 4, 14): es Jesús, el Salvador.
La Palabra de Dios está viva: a través de los siglos camina con nosotros, y por el poder del Espíritu Santo actúa en la historia. El Señor, de hecho, es siempre fiel a su promesa, que mantiene por amor a los hombres. Precisamente así dice Jesús en la sinagoga de Nazaret: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que han escuchado» (Lc 4, 21).
Hermanas y hermanos, ¡qué feliz coincidencia! En el Domingo de la Palabra de Dios, todavía en los inicios del Jubileo, se proclama esta página del Evangelio de Lucas, en la que Jesús se revela como el Mesías «consagrado con la unción» (v. 18) y enviado a «proclamar el año de gracia del Señor» (v. 19). Jesús es la Palabra Viviente, en quien todas las Escrituras encuentran pleno cumplimiento. Y nosotros, en el hoy de la santa Liturgia, somos sus contemporáneos: también nosotros, llenos de asombro, abramos el corazón y la mente para escucharlo, porque «es Él quien habla cuando en la Iglesia se leen las Sagradas Escrituras» (Conc. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, 7). He dicho una palabra: asombro. Cuando nosotros escuchamos el Evangelio, las palabras de Dios, no se trata sólo de escucharlas, de entenderlas; no. Deben llegar al corazón y producir lo que he dicho: “asombro”. La Palabra de Dios siempre nos asombra, siempre nos renueva, entra en el corazón y nos renueva siempre.
Y con esta actitud de fe gozosa estamos invitados a acoger la antigua profecía como salida del Corazón de Cristo, deteniéndonos en las cinco acciones que caracterizan la misión del Mesías: una misión única y universal; única, porque Él, sólo Él, la puede realizar; universal, porque quiere incluir a todos.
Ante todo, Él viene «enviado a llevar a los pobres la buena noticia» (v. 18). Este es el “evangelio”, la buena noticia que Jesús proclama: ¡el Reino de Dios está cerca! Y cuando Dios reina, el hombre está salvado. El Señor viene a visitar a su pueblo, cuidando al humilde y al pobre. Este Evangelio es palabra de compasión, que nos llama a la caridad, a perdonar las deudas del prójimo y a un generoso compromiso social. No olvidemos que el Señor es cercano, misericordioso y compasivo. Cercanía, misericordia y compasión son el estilo de Dios. Él es así: misericordioso, cercano, compasivo.
La segunda acción de Cristo es «proclamar la liberación a los prisioneros» (v. 18). Hermanos, hermanas, el mal tiene los días contados, porque el futuro es de Dios. Con la fuerza del Espíritu, Jesús nos redime de toda culpa y libera nuestro corazón, lo libera de toda cadena interior, llevando al mundo el perdón del Padre. Este Evangelio es palabra de misericordia, que nos llama a convertirnos en testigos apasionados de paz, de solidaridad, de reconciliación.
La tercera acción, con la que Jesús cumple la profecía, es dar «la vista a los ciegos» (v. 18). El Mesías nos abre los ojos del corazón, a menudo deslumbrado por la fascinación del poder y de la vanidad: enfermedades del alma, que impiden reconocer la presencia de Dios y que hacen invisibles a los débiles y a los que sufren. Este Evangelio es palabra de luz, que nos llama a la verdad, al testimonio de la fe y a la coherencia de la vida.
La cuarta acción es «poner en libertad a los oprimidos» (v. 18). Ninguna esclavitud resiste a la acción del Mesías, que nos hace hermanos en su nombre. Las cárceles de la persecución y de la muerte son abiertas de par en par por el amoroso poder de Dios; porque este Evangelio es palabra de libertad, que nos llama a la conversión del corazón, a la honestidad del pensamiento y a la perseverancia en la prueba.
Finalmente, la quinta acción: Jesús es enviado «a proclamar el año de gracia del Señor» (v. 19). Se trata de un tiempo nuevo, que no consume la vida, sino que la regenera. Es un Jubileo, como el que hemos comenzado, preparándonos con esperanza al encuentro definitivo con el Redentor. El Evangelio es palabra de alegría, que nos llama a la acogida, a la comunión y al camino, como peregrinos, hacia el Reino de Dios.
A través de estas cinco acciones, Jesús ya cumplió la profecía de Isaías. Realizando nuestra liberación, nos anuncia que Dios se acerca a nuestra pobreza, nos redime del mal, ilumina nuestros ojos, rompe el yugo de las opresiones y nos hace entrar en el júbilo de un tiempo y de una historia en los que Él se hace presente, para caminar con nosotros y conducirnos a la vida eterna. La salvación que Él nos da todavía no está realizada plenamente, lo sabemos; y sin embargo guerras, injusticias, dolor y muerte no tendrán la última palabra. El Evangelio es, en efecto, palabra viva y segura, que nunca defrauda. El Evangelio nunca defrauda.
Hermanos y hermanas, en el domingo dedicado de manera especial a la Palabra de Dios, agradezcamos al Padre por habernos dirigido su Verbo, hecho hombre para la salvación del mundo. Este es el acontecimiento del que hablan todas las Escrituras, que tienen como verdaderos autores a los hombres y al Espíritu Santo (cf. Conc. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, 11). Toda la Biblia hace memoria de Cristo y de su obra y el Espíritu la actualiza en nuestra vida y en la historia. Cuando nosotros leemos las Escrituras, cuando oramos con ellas y las estudiamos, no recibimos sólo informaciones sobre Dios, sino que acogemos al Espíritu que nos recuerda todo lo que Jesús ha dicho y ha hecho (cf. Jn 14, 26). Así nuestro corazón, inflamado por la fe, aguarda en la esperanza la venida de Dios. Hermanos, hermanas, necesitamos estar más acostumbrados a la lectura de las Escrituras. Me gusta aconsejar que todos tengan un pequeño Evangelio, un pequeño Nuevo Testamento de bolsillo, y lo lleven en la bolsa, lo lleven siempre consigo, para tomarlo durante el día y leerlo. Un pasaje, dos pasajes … Y así, durante el día, hay este contacto con el Señor. Un Evangelio pequeñito es suficiente.
Respondamos con entusiasmo al gozoso anuncio de Cristo. El Señor, en efecto, no nos ha hablado como a mudos oyentes, sino como a testigos, llamándonos a evangelizar en todo tiempo y en todo lugar. De muchas partes del mundo han venido aquí hoy cuarenta hermanos y hermanas para recibir el ministerio del lectorado. Gracias. Se los agradecemos y oramos por ellos. Oramos todos por ustedes. Comprometámonos todos a llevar a los pobres la buena noticia, a proclamar la liberación a los prisioneros y la vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos y a proclamar el año de gracia del Señor. Entonces sí, hermanas y hermanos, transformaremos el mundo según la voluntad de Dios, que lo ha creado y redimido por amor. Gracias.
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