CATEQUESIS DEL PAPA: EL ABUSO DE LOS NIÑOS ES ATROZ, NO SER CÓMPLICES DE LA EXPLOTACIÓN INFANTIL (15/01/2025)
Los más amados por el Padre 2
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En la audiencia anterior hablamos de los niños, y hoy también hablaremos de los niños. La semana pasada nos detuvimos en cómo, en su obra, Jesús habló muchas veces de la importancia de proteger, acoger y amar a los más pequeños.
Sin embargo, aún hoy en el mundo, cientos de millones de menores, a pesar de no tener la edad mínima para someterse a las obligaciones de la edad adulta, son obligados a trabajar y muchos de ellos están expuestos a trabajos particularmente peligrosos. Por no hablar de los niños y niñas que son esclavos de la trata para la prostitución o la pornografía, y de los matrimonios forzados. Y esto es un poco amargo. En nuestras sociedades, lamentablemente, son muchas las formas en que los niños sufren abusos y malos tratos. El abuso infantil, sea cual sea su naturaleza, es un acto despreciable, es un acto atroz. ¡No es simplemente una plaga de la sociedad, no, es un crimen! Es una gravísima violación de los mandamientos de Dios. Ningún niño debería sufrir abusos. Incluso un solo caso ya es demasiado. Es necesario, por tanto, despertar nuestras conciencias, practicar cercanía y solidaridad concreta con los niños y jóvenes abusados y, al mismo tiempo, construir confianza y sinergias entre quienes se comprometen a ofrecerles oportunidades y lugares seguros en los cuales crecer serenos. Conozco un país de América Latina, donde crece una fruta especial, muy especial, que se llama arándano. Para hacer la cosecha del arándano se necesitan manos tiernas y obligan a los niños a hacerlo, los esclavizan desde pequeños para la cosecha.
Las pobrezas difundidas, la carencia de instrumentos sociales de apoyo a las familias, la marginalidad que ha aumentado en los últimos años junto con el desempleo y la precariedad del trabajo son factores que cargan sobre los más pequeños el precio más alto a pagar. En las metrópolis, donde “muerden” la disparidad social y la degradación moral, hay niños empleados en el tráfico de drogas y en las más diversas actividades ilícitas. ¡Cuántos de estos niños hemos visto caer como víctimas sacrificiales! A veces, trágicamente, son inducidos a convertirse en “verdugos” de otros compañeros de su misma edad, además de dañarse a sí mismos, su dignidad y humanidad. Y, sin embargo, cuando en la calle, en el barrio de la parroquia, estas vidas perdidas se ofrecen a nuestra mirada, a menudo miramos hacia otro lado.
Hay un caso también en mi país, un niño llamado Loan fue secuestrado y se desconoce su paradero. Y una de las hipótesis es que lo enviaron para extraerle órganos, para hacer trasplantes. Y esto se hace, lo saben bien. ¡Esto se hace! Algunos vuelven con una cicatriz, otros mueren. Por eso me gustaría recordar hoy a este pequeño, Loan.
Nos cuesta reconocer la injusticia social que lleva a dos niños, que quizá viven en el mismo barrio o condominio, a tomar caminos y destinos diametralmente opuestos, porque uno de ellos nació en una familia desfavorecida. Una fractura humana y social inaceptable: entre los que pueden soñar y los que deben sucumbir. Pero Jesús nos quiere a todos libres, felices; y si ama a cada hombre y a cada mujer como a su hijo e hija, ama a los más pequeños con toda la ternura de su corazón. Por eso nos pide detenernos y escuchar el sufrimiento de los que no tienen voz, de los que no tienen educación. Combatir la explotación, en particular la infantil, es el camino maestro para construir un futuro mejor para toda la sociedad. Algunos países han tenido la sabiduría de escribir los derechos de los niños. Los niños tienen derechos. Busquen ustedes mismos en Internet cuáles son los derechos del niño.
Y entonces podemos preguntarnos: ¿qué puedo hacer yo? Ante todo, deberíamos reconocer que, si queremos erradicar el trabajo infantil, no podemos ser sus cómplices. ¿Y cuándo lo somos? Por ejemplo, cuando adquirimos productos que emplean el trabajo de los niños. ¿Cómo puedo comer y vestirme sabiendo que detrás de esa comida o de esa ropa hay niños explotados, que trabajan en lugar de ir a la escuela? La conciencia sobre lo que adquirimos es una primer acción para no ser cómplices. Ver de dónde proceden esos productos. Algunos dirán que, como individuos, no podemos hacer mucho. Es cierto, pero cada uno puede ser una gota que, junto a muchas otras gotas, puede convertirse en un mar. Es necesario, sin embargo, recordar también a las instituciones, incluidas las eclesiales, y a las empresas su responsabilidad: pueden hacer la diferencia dirigiendo sus inversiones a compañías que no utilizan y no permiten el trabajo infantil. Muchos Estados y Organizaciones Internacionales ya han promulgado leyes y directivas contra el trabajo infantil, pero se puede hacer más. Exhorto también a los periodistas – aquí hay algunos periodistas – a hacer su parte: pueden contribuir a hacer conocer el problema y ayudar a encontrar soluciones. No tengan miedo, denuncien, denuncien estas cosas.
Y agradezco a todos aquellos que no miran hacia otra parte cuando ven a niños obligados a convertirse en adultos demasiado pronto. Recordemos siempre las palabras de Jesús: «Todo lo que hicieron a uno sólo de estos hermanos míos más pequeños, lo hicieron conmigo» (Mt 25, 40). Santa Teresa de Calcuta, alegre trabajadora en la viña del Señor, fue madre de las niñas y niños entre los más desfavorecidos y olvidados. Con la ternura y la atención de su mirada, ella puede acompañarnos a ver a los pequeños invisibles, a los demasiados esclavos de un mundo que no podemos abandonar a sus injusticias. Porque la felicidad de los más débiles construye la paz de todos. Y con Madre Teresa demos voz a los niños:
«Pido un lugar seguro
donde pueda jugar.
Pido una sonrisa
de quien sabe amar.
Pido el derecho a ser un niño,
a ser esperanza
de un mundo mejor.
Pido poder crecer
como persona.
¿Puedo contar contigo?» (Santa Teresa de Calcuta)
Gracias.
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