CATEQUESIS DEL PAPA: CONFIEMOS EN DIOS QUE NOS DICE «NO TENGAS MIEDO, SIGUE ADELANTE» (22/01/2025)

El Santo Padre Francisco, durante la Audiencia General celebrada la mañana de este 22 de enero en el Aula Pablo VI de la Ciudad del Vaticano, reanudó el ciclo jubilar sobre «Jesucristo, nuestra esperanza», con la segunda catequesis dedicada a «La infancia de Jesús». El Papa desarrolló su catequesis sobre la escucha y la disponibilidad de María al anuncio del ángel Gabriel e invitó a aprender de ella, que se lanzó «a la misión más grande que jamás haya sido confiada a una mujer, a una criatura humana», a confiar en el Señor. Compartimos a continuación el texto completo de su catequesis, traducida del italiano:

Jesucristo, nuestra esperanza. I. La infancia de Jesús. 2. El anuncio a María. Escucha y disponibilidad (cf. Lc 1, 26-38)

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Retomamos hoy las catequesis del ciclo jubilar sobre Jesucristo nuestra esperanza.

Al comienzo de su Evangelio, Lucas muestra los efectos del poder transformador de la Palabra de Dios que llega no sólo a los atrios del Templo, sino también a la pobre casa de una joven, María, que, comprometida con José, todavía vive con su familia. 

Después de Jerusalén, el mensajero de los grandes anuncios divinos, Gabriel, que en su nombre celebra la fuerza de Dios, es enviado a una aldea nunca mencionada en la Biblia hebrea: Nazaret. En aquel tiempo era un pueblito de Galilea, en la periferia de Israel, zona de frontera con los paganos y sus contaminaciones.

Precisamente allí, el ángel lleva un mensaje de forma y contenido totalmente inauditos, tanto que el corazón de María se estremece, se turba. En lugar del clásico saludo “la paz sea contigo”, Gabriel se dirige a la Virgen con la invitación “¡alégrate!”, “¡regocíjate!”, un llamado importante para la historia sagrada, porque los profetas lo usan cuando anuncian la venida del Mesías (cf. Sof 3, 14; Jl 2, 21-23; Zac 9, 9). Es la invitación a la alegría que Dios dirige a su pueblo cuando termina el exilio y el Señor hace sentir su presencia viva y operante.

Además, Dios llama a María con un nombre de amor desconocido en la historia bíblica: kecharitoméne, que significa «llena de la gracia divina». María está llena de la gracia divina. Este nombre dice que el amor de Dios ha habitado desde hace tiempo y sigue habitando en el corazón de María. Dice que ella es “graciosa” y, sobre todo, cómo la gracia de Dios ha realizado en ella un cincelado interior, convirtiéndola en su obra maestra: llena de gracia.

Este sobrenombre amoroso, que Dios da sólo a María, es inmediatamente acompañado de una palabra tranquilizadora: “¡No temas!”, “¡No temas!” la presencia del Señor siempre nos da esta gracia de no temer y así lo dice a María: “¡No temas!”. “No temas”, dice Dios a Abraham, a Isaac, a Moisés, en la historia: “¡No temas!” (cf. Gen 15, 1; 26, 24; Dt 31, 8). Y nos lo dice también a nosotros: “¡No temas, sigue adelante, no temas!”. “Padre, tengo miedo de esto”; “¿Y qué haces tú cuando…?”; “Perdone, padre, le digo la verdad: voy a la adivina…”; “¿Vas a la adivina?”; “Sí, a que me lea la mano…”. Por favor, ¡no tengan miedo! ¡No teman! ¡No teman! Esto es hermoso. “Yo soy tu compañero de viaje”: y esto le dice Dios a María. El «Todopoderoso», el Dios de lo «imposible» (Lc 1, 37) está con María, está junto y a un lado de ella, es su compañero, su principal aliado, el eterno «Yo-contigo» (cf. Gen 28, 15; Ex 3, 12; Jue 6, 12).

Luego, Gabriel anuncia a la Virgen su misión, haciendo resonar en su corazón numerosos pasajes bíblicos referentes a la realeza y carácter mesiánico del niño que va a nacer de ella y que será presentado como cumplimiento de las antiguas profecías. La Palabra que viene de lo Alto llama a María a ser la madre del Mesías, ese Mesías davídico tan esperado. Es la madre del Mesías. Él será rey, no a la manera humana y carnal, sino a la manera divina, espiritual. Su nombre será “Jesús”, que significa “Dios salva” (cf. Lc 1, 31; Mt 1, 21); recordando a todos y para siempre que no es el hombre quien salva, sino sólo Dios. Jesús es Aquel que cumple estas palabras del profeta Isaías: «No un enviado ni un ángel, sino Él mismo los salvó; con amor y compasión» (Is 63, 9).

Esta maternidad estremece a María desde lo profundo. Y como mujer inteligente que es, es decir, capaz de leer dentro de los acontecimientos (cf. Lc 2, 19.51), busca comprender, discernir lo que está sucediendo. María no busca fuera, sino dentro, porque, como enseña San Agustín, «in interiore homine habitat veritas» (De vera religione 39, 72). Y allí, en lo profundo de su corazón abierto, sensible, escucha la invitación a confiar en Dios, que ha preparado para ella un especial “Pentecostés”. Precisamente como al principio de la Creación (cf. Gen 1, 2), Dios quiere “cubrir” a María con su Espíritu, un poder capaz de abrir lo que está cerrado sin violarlo, sin menoscabar la libertad humana; quiere envolverla en la «nube» de su presencia (cf. 1 Cor 10, 1-2) para que el Hijo viva en ella y ella en Él.

Y María se enciende de confianza: es «una lámpara con muchas luces», como dice Teófanes en su Canon de la Anunciación. Se abandona, obedece, hace espacio: es «una cámara nupcial hecha por Dios» (ibid.). María acoge al Verbo en su propia carne y se lanza así a la misión más grande jamás confiada a una mujer, a una criatura humana. Se pone al servicio: está llena de todo, no como esclava, sino como colaboradora de Dios Padre, llena de dignidad y autoridad para administrar, como hará en Caná, los dones del tesoro divino, para que muchos puedan tomar de él a manos llenas.

Hermanas, hermanos, aprendamos de María, Madre del Salvador y Madre nuestra, a dejarnos abrir los oídos a la divina Palabra y a acogerla y custodiarla, para que transforme nuestros corazones en tabernáculos de su presencia, en casas hospitalarias donde hacer crecer la esperanza. Gracias.

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