LA IGLESIA CATÓLICA, DISPUESTA A ACEPTAR CUALQUIER FECHA COMÚN DE LA PASCUA: HOMILÍA DEL PAPA EN LAS VÍSPERAS DE LA SOLEMNIDAD DE LA CONVERSIÓN DE SAN PABLO (25/01/2025)

Por la tarde de este 25 de enero, el Papa Francisco presidió las Vísperas de la Solemnidad de la Conversión de San Pablo en la Basílica de San Pablo Extramuros, junto a representantes del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla y de la Comunión Anglicana, así como de otras confesiones cristianas. Este 2025 es una año especial, recordó el Santo Padre, ya que se celebra el 1700º aniversario del Concilio de Nicea y porque la Pascua se celebrará el mismo día tanto en el calendario gregoriano como en el juliano. El Papa deseó que la unidad de los cristianos se refuerce y se dé un paso decisivo, eligiendo un día común para la Pascua. Compartimos a continuación, el texto de su homilía, traducido del italiano:

Jesús llega a casa de sus amigas, Martha y María, cuando su hermano Lázaro ha muerto desde hace cuatro días. Toda esperanza parece ya perdida, hasta el punto de que las primeras palabras de Martha expresan su dolor junto a la amargura porque Jesús llegó tarde: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto» (Jn 11, 21). Y al mismo tiempo, sin embargo, la llegada de Jesús enciende en el corazón de Martha la luz de la esperanza y la conduce a una profesión de fe: «Pero también ahora sé que cualquier cosa que pidas a Dios, Dios te la concederá» (v. 22). Es esa actitud de dejar siempre la puerta abierta, ¡nunca cerrada! Y Jesús, de hecho, le anuncia la resurrección de la muerte no solamente como un evento que ocurrirá al final de los tiempos, sino como algo que ocurre ya en el presente, porque Él mismo es resurrección y vida. Y después le dirige una pregunta: «¿Crees esto?» (v. 26). Esa pregunta es también para nosotros, para ti, para mí: “¿Crees esto?”.

Detengámonos también en esta interrogante: «¿Crees esto?» (v. 26). Es una pregunta breve pero exigente.

Este tierno encuentro entre Jesús y Martha, que escuchamos en el Evangelio, nos enseña que, incluso en los momentos de desolación, no estamos solos y podemos seguir esperando. Jesús da vida, incluso cuando parece que toda esperanza se ha desvanecido. Después de una pérdida dolorosa, una enfermedad, una desilusión amarga, una traición inesperada u otras experiencias difíciles, la esperanza puede vacilar; pero si cada uno de nosotros puede vivir momentos de desesperación o encontrar a personas que han perdido la esperanza, el Evangelio nos dice que con Jesús la esperanza renace siempre, porque de las cenizas de la muerte Él siempre nos levanta. Jesús nos levanta siempre, nos da la fuerza de retomar el camino, de volver a comenzar.

Queridos hermanos y hermanas, nunca olvidemos: ¡la esperanza no defrauda! ¡La esperanza nunca defrauda! La esperanza es esa cuerda a la que estamos agarrados con el ancla en la playa. ¡Y eso nunca defrauda! Eso es importante también para la vida de las comunidades cristianas, de nuestras Iglesias y nuestras relaciones ecuménicas. A veces nos sobrepasa la fatiga, estamos desanimados por los resultados de nuestro esfuerzo, nos parece que incluso el diálogo y la colaboración entre nosotros son sin esperanza, casi destinados a la muerte y, todo ello, nos hace experimentar la misma angustia de Martha; pero el Señor viene. ¿Creemos nosotros esto? ¿Creemos que Él es resurrección y vida? ¿Que recoge nuestras fatigas y siempre nos da la gracia de retomar juntos el camino? ¿Creemos esto?

Este mensaje de esperanza está al centro del Jubileo que hemos iniciado. El Apóstol Pablo, de quien hoy recordamos su conversión a Cristo, declaraba a los cristianos de Roma: «La esperanza entonces no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rom 5, 5). Todos – ¡todos! – hemos recibido el mismo Espíritu, y ese es el fundamento de nuestro camino ecuménico. Está el Espíritu que nos guía en este camino. No son cosas prácticas para entendernos mejor. No, está el Espíritu, y debemos caminar bajo la guía de este Espíritu.

Y este Año jubilar de la esperanza, celebrado por la Iglesia católica, coincide con un aniversario de gran significado para todos los cristianos: el 1700º aniversario del primer gran Concilio ecuménico, el Concilio de Nicea. Este Concilio se esforzó por preservar la unidad de la Iglesia en un momento muy difícil, y los Padres conciliares aprobaron por unanimidad el Credo que muchos cristianos recitan todavía hoy cada domingo durante la Eucaristía. Este Credo es una profesión de fe común, que va más allá de todas las divisiones que a lo largo de los siglos han herido el Cuerpo de Cristo. El aniversario del Concilio de Nicea representa entonces un año de gracia; representa también una oportunidad para todos los cristianos que recitan el mismo Credo y creen en el mismo Dios: ¡redescubramos las raíces comunes de la fe, custodiemos la unidad! ¡Siempre adelante! Esa unidad que todos queremos encontrar, que ocurra. ¿No nos viene a la mente lo que decía un gran teólogo ortodoxo, Ioannis Zizioulas: “Yo sé cuándo será la fecha de la unidad plena: el día después del juicio final”? Pero mientras tanto debemos caminar juntos, trabajar juntos, orar juntos, amarnos juntos. ¡Y eso es muy hermoso!

Queridos hermanos y hermanas, esta fe que compartimos es un don precioso, pero también es un desafío. El aniversario, de hecho, no debe ser celebrado sólo como una “memoria histórica”, sino también como compromiso a dar testimonio de la creciente comunión entre nosotros. Debemos actuar de manera que no la dejemos huir, que construyamos vínculos sólidos, que cultivemos la amistad recíproca, que seamos tejedores de comunión y fraternidad.

En esta Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos podemos vivir el aniversario del Concilio de Nicea también como un llamado a perseverar en el camino hacia la unidad. Providencialmente, este año, la Pascua será celebrada el mismo día en los calendarios gregoriano y juliano, precisamente durante este aniversario ecuménico. Renuevo mi llamado para que esta coincidencia sirva como llamado a todos los cristianos para dar un paso decisivo hacia la unidad, alrededor de una fecha común, una fecha para la Pascua (cf. Bula Spes non confundit, 17); Y la Iglesia Católica está dispuesta a aceptar la fecha que todos quieran tomar: una fecha de la unidad.

Estoy agradecido con el Metropolita Policarpo, en representación del Patriarcado Ecuménico, con el Arzobispo Ian Ernest, en representación de la Comunión Anglicana y que concluye su valioso servicio por el cual le estoy muy agradecido – le deseo lo mejor para cuando vuelva a su tierra – y agradezco a los representantes de otras Iglesias que participan en este sacrificio de alabanza vespertina. Es importante orar juntos, y su presencia aquí esta tarde es fuente de alegría para todos. Saludo también a los estudiantes apoyados por el Comité para la Colaboración Cultural con las Iglesias Ortodoxas y Ortodoxas Orientales en el Dicasterio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, los participantes en la visita de estudio del Instituto Ecuménico Bossey del Consejo Ecuménico de las Iglesias y a los muchos otros grupos ecuménicos y de peregrinos que han llegado a Roma para esta celebración. Agradezco al coro, que nos da un ambiente de oración tan hermoso. Que cada uno de nosotros, como San Pablo, pueda encontrar su propia esperanza en el Hijo de Dios encarnado y ofrecerla a los demás, dondequiera que la esperanza se haya desvanecido, las vidas se hayan roto o los corazones hayan sido sobrepasados por las adversidades (cf. Homilía en la Misa de la noche de Navidad, 24 de diciembre 2024).

En Jesús la esperanza siempre es posible. Él sostiene también la esperanza de nuestro camino común hacia Él. Y vuelve una vez más la pregunta hecha a Martha y esta tarde dirigida a nosotros: “¿Crees esto?”. ¿Creemos en la comunión entre nosotros? ¿Creemos que la esperanza no defrauda?

Queridas hermanas, queridos hermanos, éste es el tiempo de confirmar nuestra profesión de fe en el único Dios y encontrar en Jesucristo el camino de la unidad. En la espera de que el Señor “venga en la gloria para juzgar a vivos y muertos” (cf. Credo niceno), nunca nos cansemos de dar testimonio, frente a todos los pueblos, del unigénito Hijo de Dios, fuente de toda nuestra esperanza.

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