CATEQUESIS DEL PAPA: JOSÉ, UN SOÑADOR QUE PREFERÍA HECHOS CONCRETOS MÁS QUE PALABRAS AL VIENTO (29/01/2025)

Por la mañana de este 29 de enero, durante la Audiencia General en el Aula Pablo VI, el Papa Francisco continuó con su ciclo de catequesis dedicado a “Jesús nuestra esperanza”, ante miles de fieles y peregrinos. La reflexión de este día giró en torno a la figura de José, «el hombre que asume la paternidad legal de Jesús, injertándolo en el tronco de Jesé y vinculándolo a la promesa hecha a David». El Santo Padre subrayó que José, «justo» e intrépido, participó en la historia de la salvación dejando que los hechos hablaran por él, en lugar de inútiles «palabras al viento». Compartimos a continuación el texto de su catequesis, traducido del italiano:

Jesucristo nuestra esperanza. I. La infancia de Jesús. 3. «Le pondrás por nombre Jesús» (Mt 1, 21). El anuncio a José

Queridos hermanos y hermanas, buenos días:

Seguimos hoy contemplando a Jesús en el misterio de sus orígenes, narrado por los Evangelios de la infancia.

Si Lucas nos permite hacerlo en la perspectiva de la madre, la Virgen María, en cambio Mateo, se sitúa en la perspectiva de José, el hombre que asume la paternidad legal de Jesús, injertándolo en el tronco de Jesé y vinculándolo a la promesa hecha a David.

Jesús, de hecho, es la esperanza de Israel que se cumple: es el descendiente prometido a David (cf. 2 Sam 7, 12; 1 Cro 17, 11), que hace que su casa sea «bendita para siempre» (2 Sam 7, 29); es el brote que nace del tronco de Jesé (cf. Is 11, 1), el «vástago legítimo» destinado a reinar como verdadero rey, que sabe ejercer el derecho y la justicia (cf. Jer 23, 5; 33, 15).

José entra en escena en el Evangelio de Mateo como el prometido de María. Para los judíos, el compromiso era un verdadero vínculo jurídico, que preparaba para lo que sucedería cerca de un año después, es decir, la celebración del matrimonio. Era entonces cuando la mujer pasaba de la custodia de su padre a la de su marido, mudándose a su casa y haciéndose disponible para el don de la maternidad.

Es precisamente en este lapso de tiempo cuando José descubre el embarazo de María y su amor es duramente sometido a una prueba. Ante tal situación, que habría implicado la ruptura del compromiso, la Ley sugería dos posibles soluciones: o un acto jurídico de carácter público, como citar a la mujer ante el tribunal, o bien una acción privada, como entregar a la mujer una carta de repudio.

Mateo define a José como un hombre «justo» (zaddiq), un hombre que vive de la Ley del Señor, que de ella toma inspiración en todas las ocasiones de su vida. Siguiendo, por tanto, la Palabra de Dios, José actúa con prudencia: no se deja sobrepasar por sentimientos instintivos o por el temor de acoger a María con él, sino que prefiere dejarse guiar por la sabiduría divina. Decide separarse de María sin escándalo, es decir, en privado (cf. Mt 1, 19). Y esta es la sabiduría de José que le permite no equivocarse y hacerse abierto y dócil a la voz del Señor.

De este modo, José de Nazaret trae a la memoria a otro José, hijo de Jacob, apodado «señor de los sueños» (cf. Gen 37, 19), tan amado por su padre y tan odiado por sus hermanos, a quien Dios elevó haciéndolo sentarse en la corte del Faraón.

Ahora, ¿qué sueña José de Nazaret? Sueña el milagro que Dios realiza en la vida de María, y también con el milagro que realiza en su propia vida: asumir una paternidad capaz de custodiar, proteger y transmitir una herencia material y espiritual. El vientre de su esposa está lleno de la promesa de Dios, promesa que lleva un nombre con el que se da a todos la certeza de la salvación (cf. Hch 4, 12).

En el sueño José oye estas palabras: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María, tu esposa. De hecho, el niño que ha sido engendrado en ella viene del Espíritu Santo; ella dará a luz un hijo y tú lo llamarás Jesús: Él, de hecho, salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1, 20-21). Ante esta revelación, José no pide más pruebas, confía. José confía en Dios, acepta el sueño de Dios sobre su vida y la de su prometida esposa. Así entra en la gracia de quien sabe vivir la promesa divina con fe, esperanza y amor.

José, en todo esto, no profiere palabra alguna, sino que cree, espera y ama. No se expresa con “palabras al viento”, sino con hechos concretos. Él pertenece a la estirpe de los que el apóstol Santiago llama los que «ponen en práctica la Palabra» (cf. Sant 1, 22), traduciéndola en hechos, en carne, en vida. José confía en Dios y obedece: «Su ser interiormente vigilante de Dios... se convierte espontáneamente en obediencia» (Benedicto XVI, La infancia de Jesús, Milán-Ciudad del Vaticano 2012, 57).

Hermanas, hermanos, pidamos también nosotros al Señor la gracia de escuchar más de lo que hablamos, la gracia de soñar los sueños de Dios y de acoger con responsabilidad a Cristo que, desde el momento de nuestro bautismo, vive y crece en nuestra vida. ¡Gracias!

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