LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL AL SERVICIO DEL DESARROLLO, NUNCA DEBE VIOLAR LA DIGNIDAD HUMANA: MENSAJE DEL PAPA AL FORO ECONÓMICO MUNDIAL DE DAVOS (23/01/2025)

Hoy se dio a conocer el texto del Mensaje, fechado el pasado 14 de enero, que el Papa Francisco envió al Foro Económico Mundial de Davos el evento anual que, del 20 al 24 de enero de este año, reúne en la localidad suiza a tres mil delegados del mundo político y financiero y cuyo tema para 2025 es «Colaboración para la Era Inteligente». «Los desarrollos tecnológicos que no mejoran la vida de todos, sino que crean o aumentan las desigualdades y los conflictos, no pueden definirse como verdadero progreso», señala el Santo Padre en su Mensaje cuyo texto completo compartimos a continuación, traducido del italiano:

El tema del encuentro de este año del Foro Económico Mundial, “Colaboración para la Era Inteligente”, ofrece una buena oportunidad para reflexionar sobre la Inteligencia Artificial como instrumento no solo de cooperación, sino también para reunir a los pueblos.

La tradición cristiana considera el don de la inteligencia como un aspecto fundamental de la persona humana creada “a imagen de Dios”. Al mismo tiempo, la Iglesia católica siempre ha sido el protagonista y ha apoyado el progreso de la ciencia, de la tecnología, de las artes y otras formas de emprendimiento humano, considerando los ámbitos de «colaboración del hombre y la mujer con Dios llevando a la perfección la creación visible» (Catecismo de la Iglesia Católica, 378).

La IA está concebida para imitar la inteligencia humana que la diseñó, suscitando así una serie única de interrogantes y desafíos. De manera distinta a muchas otras invenciones humanas, la IA está entrenada sobre resultados de la creatividad humana, lo que le permite generar nuevos artefactos con un grado de habilidad y una velocidad que a menudo emulan o superan las capacidades humanas, suscitando importantes preocupaciones con respecto a su impacto en el papel de la humanidad en el mundo. Además, los resultados que la IA es capaz de conseguir son casi indistinguibles de los de los seres humanos, levantando preguntas con respecto a su efecto en la creciente crisis de verdad en el foro público. Por otra parte, esta tecnología está diseñada para aprender y realizar determinadas decisiones de manera autónoma, adaptándose a nuevas situaciones y proveyendo respuestas no previstas por sus programadores, produciendo entonces importantes interrogantes en relación con la responsabilidad ética, la seguridad humana y las implicaciones más amplias de tales desarrollos para la sociedad.

Mientras que la IA es un avance tecnológico extraordinario capaz de imitar determinados resultados asociados con la inteligencia humana, esta tecnología toma «una decisión técnica entre muchas posibilidades y se basa ya sea en criterios bien definidos o en inferencias estadísticas. El ser humano, en cambio, no solo elige, sino que en su corazón es capaz de decidir» (Discurso a la Sesión del G7 sobre la Inteligencia Artificial, Borgo Egnazia [Puglia], 14 de junio 2024).

De hecho, el uso mismo de la palabra “inteligencia” ligado con la IA es inapropiado, ya que la IA no es una forma artificial de inteligencia humana sino más bien un producto suyo. Si es usada correctamente, la IA ayuda a la persona humana a realizar su vocación, en libertad y responsabilidad.

Como toda otra actividad humana y todo desarrollo tecnológico, la IA debe estar ordenada a la persona humana y convertirse en parte de los esfuerzos para conseguir «una mayor justicia, una más extensa fraternidad y un orden más humano de las relaciones sociales», que tienen «más valor que los progresos en el campo técnico» (Gaudium et spes, n.35; cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2293).

Existe, sin embargo, el peligro de que la IA sea usada para promover el “paradigma tecnocrático”, según el cuarto de los problemas del mundo pueden ser resueltos con sólo los medios tecnológicos. En este paradigma, la dignidad y la fraternidad humana son a menudo subordinadas a la búsqueda de la eficiencia, como si la realidad, la bondad y la verdad emanaran intrínsecamente del poder tecnológico y económico. Sin embargo, la dignidad humana nunca debe ser violada en favor de la eficiencia. Los desarrollos tecnológicos que no mejoran la vida de todos, sino que en cambio crean o aumentan desigualdades y conflictos, no pueden ser definidos como verdadero progreso. Por ello la IA debe ponerse al servicio de un desarrollo más sano, más humano, más social e integral.

El progreso marcado por el nacimiento de la IA exige un redescubrimiento de la importancia de la comunidad y un renovado compromiso para cuidar la casa común que nos ha sido encomendada por Dios. Para manejar la complejidad de la IA, los gobiernos y las empresas deben ejercer la debida diligencia y vigilancia. Deben valorar de manera crítica las aplicaciones particulares de la IA en contextos específicos con el fin de determinar si el uso de ésta promueve la dignidad humana, la vocación de la persona humana y el bien común. Como ocurre para muchas tecnologías, los efectos de los distintos usos de la IA pueden no ser siempre previsibles desde el principio. Conforme las aplicaciones de la IA y su impacto social se hagan más evidentes en el tiempo, fuera necesario adaptar respuestas adecuadas a todos los niveles de la sociedad, según el principio de subsidiariedad, con usuarios individuales, familias, sociedad civil, empresas, instituciones, gobiernos y organizaciones internacionales que se ocupan a sus propios niveles para asegurar que la IA esté dirigida al bien de todos. Hoy existen importantes desafíos y oportunidades allí donde la IA se ubica en un marco de inteligencia de relaciones, donde cada uno comparte la responsabilidad para el bienestar integral de los demás.

Con estos sentimientos ofrezco mis buenos deseos en la oración por las deliberaciones del Foro e invoco gustoso sobre todo los participantes una abundancia de bendiciones divinas.

Desde el Vaticano, 14 de enero 2025

FRANCISCO

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