CATEQUESIS DEL PAPA: DEMASIADOS NIÑOS HOY SON EXPLOTADOS, NO PERMANEZCAMOS INDIFERENTES (08/01/2025)

“La plaga del trabajo infantil” fue el tema central de la reflexión del Papa Francisco este 8 de enero, durante su primera catequesis del año nuevo 2025 en la Audiencia General en el Aula Pablo VI. El Santo Padre destacó que, aunque hoy somos capaces de dirigir al mirada hacia Marte o de explorar mundos virtuales, nos cuesta trabajo reconocer el sufrimiento en los ojos de un niño abandonado, explotado y abusado. En este contexto, el Pontífice subrayó la contradicción de un siglo que, mientras avanza en la creación de inteligencia artificial y en la posibilidad de existencia en otros planetas, aún ignora la grave herida de la infancia humillada, explotada y herida de muerte. Compartimos a continuación el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

Los más amados por el Padre 1

Queridos hermanos y hermanas, buenos días:

Deseo dedicar esta y la próxima catequesis a los niños, y reflexionar sobre la plaga del trabajo infantil.

Hoy sabemos dirigir la mirada hacia Marte o hacia mundos virtuales, pero nos cuesta trabajo mirar a los ojos a un niño que ha sido dejado al margen y que es explotado y abusado. El siglo que crea inteligencia artificial y proyecta existencias en otros planetas no tiene en cuenta aún la plaga de la infancia humillada, explotada y herida de muerte. Pensemos sobre esto.

Primero que nada, nos preguntamos: ¿qué mensaje nos da la Sagrada Escritura sobre los niños? Es interesante notar cómo la palabra que más aparece en el Antiguo Testamento, luego del nombre divino Jahweh, es el vocablo ben, es decir “hijo”: casi cinco mil veces. «He aquí que los hijos (ben) son herencia del Señor, y un premio suyo es el fruto del vientre» (Sal 127, 3). Los hijos son un don de Dios. Lamentablemente, este don no siempre es tratado con respeto. La Biblia misma nos conduce por los caminos de la historia donde resuenan cantos de alegría, pero se elevan también los gritos de las víctimas. Por ejemplo, en el Libro de las Lamentaciones leemos: «La lengua del lactante se ha pegado al paladar por la sed; los niños pedían pan y no había quien lo partiera para ellos» (4, 4); y el profeta Nahum, recordando lo que había ocurrido en la antigua ciudad de Tebas y de Nínive, escribe: «Los niños fueron aplastados en las encrucijadas de todos los caminos» (3, 10). Pensemos en cuántos niños, hoy, están muriendo por el hambre y las catástrofes, o son destrozados por las bombas.

También sobre el recién nacido Jesús irrumpe de inmediato la tormenta de la violencia de Herodes, que masacra a los niños de Belén. Un drama oscuro que se repite de otras formas en la historia. Y aquí, para Jesús y sus padres, la pesadilla de convertirse en refugiados en un país extranjero, como les sucede también hoy a muchas personas (cf. Mt 2, 13-18), a tantos niños. Pasada la tempestad, Jesús crece en un pueblo nunca nombrado en el Antiguo Testamento, Nazaret; aprende el oficio de carpintero de su padre legal, José (cf. Mc 6, 3; Mt 13, 55). Así «el niño crecía y se fortalecía, lleno de sabiduría y la gracia de Dios estaba sobre Él» (Lc 2, 40).

En su vida pública, Jesús iba predicando por los pueblos junto con sus discípulos. Un día se acercan a Él unas madres y le presentan a sus hijos para que los bendiga; pero los discípulos los reprenden. Entonces Jesús, rompiendo la tradición que consideraba al niño sólo como un objeto pasivo, llama a sus discípulos y les dice: “Dejen que los niños vengan a mí y no se lo impidan, a quien es como ellos, de hecho, pertenece el reino de Dios». Y así señala a los pequeños como modelo para los adultos. Y agrega solemnemente: «En verdad les digo: quien no acoge el reino de Dios como lo acoge un niño, no entrará en él» (Lc 18, 16-17).

En un pasaje similar, Jesús llama a un niño, lo pone en medio de los discípulos y dice: «Si no se convierten y no se vuelven como niños, no entrarán en el reino de los cielos» (Mt 18, 3). Y después advierte: «Quien, en cambio, escandalice a uno sólo de estos pequeños que creen en mí, le conviene que le amaren al cuello una piedra de molino y lo lancen al fondo del mar» (Mt 18, 6).

Hermanos y hermanas, los discípulos de Jesucristo nunca debería permitir que los niños sean olvidados o maltratados, que sean privados de sus derechos, que no sean amados y protegidos. Los cristianos tienen el deber de prevenir con compromiso y condenar con firmeza la violencia o los abusos sobre los menores.

Incluso hoy, en particular, son demasiados los niños obligados a trabajar. Pero un niño que no sonríe, un niño que no sueña no podrá conocer ni hacer germinar sus talentos. En todas partes de la tierra hay niños explotados por una economía que no respeta la vida; una economía que, actuando así, quema nuestro mayor yacimiento de esperanza y amor. Pero los niños ocupan un lugar especial en el corazón de Dios, y quien sea que dañe a un niño, deberá rendirle cuentas a Él.

Queridos hermanos y hermanas, quien se reconoce hijo de Dios, y especialmente quien es enviado a llevar a los demás la buena nueva del Evangelio, no puede permanecer indiferente; no puede aceptar que los hermanitos, en lugar de ser amados y protegidos, sean despojados de su infancia, de sus sueños, víctimas de la explotación y la marginación.

Pidamos al Señor que nos abra la mente y el corazón al cuidado y la ternura, y que cada niño y niña pueda crecer en edad, sabiduría y gracia (cf. Lc 2, 52), recibiendo y dando amor. Gracias.

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