LOS CRISTIANOS DE MEDIO ORIENTE DEBEN SER TESTIGOS EN MEDIO DE LA GUERRA: PALABRAS DEL PAPA AL PATRIARCA ASIRIO MAR AWA III (09/11/2024)

El Papa Francisco recibió este 9 de noviembre, al Patriarca asirio Mar Awa III, treinta años después de la firma de la “Declaración cristológica común” de Juan Pablo II y Mar Dinkha IV que puso fin a 1,500 años de controversias doctrinales entre las Iglesias católica y oriental. “Caminemos y trabajemos juntos hacia la unidad plena. El diálogo de la verdad nunca debe separarse del diálogo de la caridad y de la vida”, dijo el Santo Padre, en la audiencia en que estuvieron presentes los miembros de la Comisión Mixta para el Diálogo Teológico. Reproducimos a continuación el texto de su mensaje, traducido del italiano:

Santidad, querida hermana, queridos hermanos en Cristo:

«El Señor de los siglos […] en estos últimos tiempos ha comenzado a difundir con mayor abundancia en los cristianos separados entre ellos el arrepentimiento interior y el deseo de la unión» (Decr. Unitatis redintegratio, 1). Me viene a la mente lo que decía el gran Zizioulas, hombre de Dios; decía: “yo sé la fecha de la unión, la sé”. ¿Cuál es? “El día siguiente al juicio final”. Antes no habrá unión, pero mientras tanto debemos caminar juntos, orar juntos y trabajar juntos. Es eso lo que estamos haciendo ahora. San Juan Pablo II recibió a Su Santidad Mar Dinkha IV, en ocasión del primer encuentro oficial entre un Obispo de Roma y un Catholicos-Patriarca de la Iglesia Asiria de Oriente, hace cuarenta años, como Su Santidad acaba de recordar. Esas palabras fueron tomadas del Decreto sobre el ecumenismo del Concilio Vaticano II Unitatis redintegratio, del cual la Iglesia Católica celebra en este mes el sexagésimo aniversario. Paso a paso, lentamente.

Fue el “deseo de unidad”, al que muchas veces alude el Decreto (cf. UR, 7), El que impulsó a nuestros predecesores a encontrarse. Este “desiderium unitatis”, según la bella expresión de San Juan Casiano (Collationes, 23, 5), es una gracia que inspiró al movimiento ecuménico desde sus orígenes y que debemos cultivar constantemente. Suscitado por el Espíritu Santo, no es otra cosa que el ardiente deseo de Cristo mismo, expresado en la vigilia de su pasión, «que todos sean uno» (Jn 17, 21).

Santidad, querido hermano, es precisamente este mismo “deseo de unidad” el que nos anima hoy, mientras conmemoramos el trigésimo aniversario de la Declaración cristológica común entre nuestras Iglesias, que puso fin a 1500 años de controversias doctrinales con respecto al Concilio de Éfeso. Dicha histórica Declaración reconoció la legitimidad y exactitud de las distintas expresiones de nuestra fe cristológica común, tal como fue formulada por los Padres en el Credo niceno. Dicho enfoque “hermenéutico” fue posible gracias a un principio fundamental afirmado por el Decreto conciliar, es decir que la misma fe, transmitida por los Apóstoles, se ha expresado y aceptado en formas y maneras distintas según las diversas condiciones de vida (cf. Unitatis redintegratio, 14). Y ese fue un principio importante.

Fue precisamente la Declaración cristológica común la que anunció la institución de una Comisión mixta para el diálogo teológico entre nuestras Iglesias, que ha producido resultados notables, incluso a nivel pastoral. Quisiera recordar en particular el acuerdo de 2001 sobre la Anáfora de los apóstoles Addai y Mari, que ha permitido a los respectivos fieles una cierta communicatio in sacris en determinadas circunstancias; y en 2017 una Declaración común acerca de la “vida sacramental”. Más recientemente, hace dos años, un documento acerca de Las imágenes de la Iglesia en las tradiciones siria y latina sentó las bases para una comprensión común de la constitución de la Iglesia.

Hoy, por tanto, tengo la ocasión de agradecer a todos ustedes, teólogos miembros de la Comisión mixta, por su esfuerzo. De hecho, sin su trabajo, estos acuerdos doctrinales y pastorales no habrían sido posibles. Me alegro por la publicación de un libro conmemorativo, con los distintos documentos que marcan las etapas de nuestro camino hacia la plena comunión, con un prefacio común de Su Santidad y mío. En efecto, el diálogo teológico es indispensable en nuestro camino hacia la unidad, ya que la unidad a la que anhelamos es unidad en la fe, siempre y cuando el diálogo de la verdad nunca se ha separado del diálogo de la caridad y el diálogo de la vida: un diálogo humano, total.

Esa unidad en la fe ya fue alcanzada por los santos de nuestras Iglesias. Son ellos nuestros mejores guías en el camino hacia la plena comunión. Por eso, con la aprobación de Su santidad y del Patriarca de la Iglesia Caldea, y animado también por el reciente Sínodo de la Iglesia Católica sobre la sinodalidad, que recordó que el ejemplo de los santos de otras Iglesias es «un don que podemos recibir, insertando su memoria en nuestro calendario litúrgico» (Documento final, n. 122), me alegra anunciar que el gran Isaac de Nínive, uno de los Padres más venerados en la tradición siro-oriental, reconocido como un maestro y un santo por todas las tradiciones, será introducido en el Martirologio Romano.

Que, por intercesión de San Isaac de Nínive, unida a la de la Santísima Virgen María, Madre de Cristo nuestro Salvador, puedan los cristianos de Medio Oriente dar siempre testimonio de Cristo Resucitado en esas tierras martirizadas por la guerra. Y que siga floreciendo la amistad entre nuestras Iglesias, hasta el día bendito en el que podremos celebrar juntos sobre el mismo altar y recibir la comunión del mismo Cuerpo y Sangre del Salvador, «para que el mundo crea» (Jn 17, 21).

¡Gracias, Santidad! Sigamos caminando juntos, orando juntos y trabajando juntos, y sigamos adelante en este camino hacia la unidad plena. Y gracias a todos ustedes por esta visita. Permanezcamos unidos en la oración recíproca.

Y ahora los invito a rezar juntos la oración que el Señor Jesús nos enseñó, el Padre Nuestro. Que cada uno la red según su propia tradición y en su propia lengua, a media voz.

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