IMPLEMENTAR ACCIONES CONCRETAS CONTRA EL HAMBRE: MENSAJE DEL PAPA A LA CUMBRE DEL G20 (18/11/2024)
Quisiera extenderle mis felicitaciones por su papel al presidir el Grupo de los 20, que representa a las mayores economías del mundo. Extiendo también mis cordiales saludos a todos los presentes en esta Cumbre del G20 en Río de Janeiro. Y es mi esperanza sincera que las discusiones y resultados de este evento contribuyan para el avance de un mundo mejor y un futuro próspero para las generaciones futuras.
Como escribí en mi Carta Encíclica Fratelli Tutti, «la política necesita hacer de la eliminación efectiva del hambre una de sus metas primordiales e imperativas. De hecho, “cuando la especulación financiera manipula el precio de los alimentos, tratándolos como una mercancía más, millones de personas sufren y mueren de hambre. Al mismo tiempo, toneladas de comida son desperdiciadas. Esto constituye un verdadero escándalo. El hambre es criminal; el alimento es un derecho inalienable”. A menudo, mientras continuamos con nuestras disputas ideológicas o semánticas, permitimos que nuestros hermanos y hermanas mueran de hambre y sed» (189).
Sin embargo, en el contexto de un mundo globalizado que enfrenta una multitud de desafíos interconectados, es esencial reconocer las presiones significativas que actualmente se ejercen sobre el sistema internacional. Estas presiones se manifiestan de distintas maneras, incluyendo la intensificación de guerras y conflictos, actividades terroristas, políticas exteriores asertivas y actos de agresión, así como la persistencia de injusticias. Es, por tanto, de la mayor importancia, que el Grupo de los 20 identifique nuevos caminos para lograr una paz estable y duradera en todas las áreas en conflicto, con el objetivo de restaurar la dignidad de los afectados.
Los conflictos armados que actualmente son atestiguados no sólo son responsables de un significativo número de muertes, desplazamientos en masa y degradación medioambiental; también están contribuyendo a un aumento en la hambruna y la pobreza, ambas de manera directa en las áreas afectadas e indirectamente en países que se encuentran a cientos o miles de kilómetros lejos de las zonas de conflicto, particularmente a través de la disrupción de las cadenas de suministro. Las guerras siguen ejerciendo una presión considerable en las economías nacionales, especialmente debido a la exorbitante cantidad de dinero que se gasta en armas y en armamento.
Más aún, existe una paradoja significativa en términos del acceso al alimento. Por un lado, más de 3 mil millones de personas no tienen acceso a una dieta nutritiva. Por el otro lado, casi 2 mil millones de individuos tienen sobrepeso o son obesas debido a una alimentación deficiente y un estilo de vida sedentario. Esta situación llama a un esfuerzo concertado para comprometerse activamente en un cambio a todos los niveles y reorganizar los sistemas alimentarios en su conjunto (cf. Mensaje para la Jornada Mundial de la Alimentación 2021).
Además, es un asunto de gran preocupación que la sociedad no haya encontrado aún una forma para enfrentar la trágica situación de quienes se enfrentan al hambre. La aceptación silenciosa por parte de la sociedad humana de la hambruna es una injusticia escandalosa y una ofensa grave. Aquellos que, a través de la usura y la ambición, causan el hambre y la muerte de sus hermanos y hermanas en la familia humana cometen indirectamente un homicidio, que les es imputable (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2269). No deben escatimarse esfuerzos para sacar a la gente de la pobreza y el hambre.
Es importante tener en mente que el problema del hambre no es simplemente un asunto de alimentos insuficientes; más bien, es una consecuencia de amplias injusticias sociales y económicas. La pobreza, en particular, es un factor significativo que contribuye al hambre, perpetuando un ciclo de inequidades económicas y sociales que siguen estando presentes en nuestra sociedad global. La relación entre hambre y pobreza está vinculada de manera inseparable.
Es entonces evidente que deben tomarse acciones inmediatas y decisivas para erradicar el flagelo del hambre y la pobreza.
Dichas acciones deben tomarse de una forma unida y colaborativa, con la participación de toda la comunidad internacional. La implementación de medidas efectivas requiere un compromiso concreto de gobiernos, organizaciones internacionales y la sociedad en su conjunto. La centralidad de la dignidad humana otorgada por Dios a cada individuo, el acceso a bienes básicos y la justa distribución de los recursos deben ser prioritarios en todas las agendas políticas y sociales.
Más aún, no puede lograrse erradicar la mala alimentación simplemente aumentando la producción global de alimentos. De hecho, ya hay suficiente alimento para dar de comer a todas las personas de nuestro planeta; simplemente está distribuido de manera inequitativa. Es, por tanto, esencial reconocer la significativa cantidad de alimento que se desperdicia diariamente. Detener el desperdicio de alimentos es un reto que requiere una acción colectiva. De esta manera, los recursos pueden redirigirse hacia inversiones que ayuden a los pobres y a los hambrientos a cubrir sus necesidades básicas. Además, es igualmente necesario implementar sistemas alimentarios que sean sustentables medioambientalmente y beneficiosos para las comunidades locales.
Es claro que un enfoque integrado, integral y multilateral es crucial para enfrentar estos desafíos. Dada la magnitud y el alcance geográfico del problema, las soluciones a corto plazo son insuficientes. Una visión a largo plazo y una verdadera estrategia son necesarios para combatir efectivamente la mala alimentación. Un compromiso sostenido y consistente es esencial para lograr esta meta, y no debe ser contingente a circunstancias inmediatas.
En este sentido, espero que la Alianza Global contra el Hambre y la Pobreza pueda tener un impacto significativo en los esfuerzos globales para combatir el hambre y la pobreza. La Alianza podría comenzar implementando la propuesta hecha desde hace largo tiempo por la Santa Sede, que hace un llamado a redirigir los fondos actualmente utilizados en armas y otros gastos militares a un fondo global diseñado para enfrentar el hambre y promover el desarrollo en los países más empobrecidos. Este enfoque ayudaría a prevenir que los ciudadanos en estos países recurran a soluciones violentas o ilusorias, o a dejar sus países en busca de una vida más digna (cf. Carta Enc. Fratelli Tutti, 262).
Es imperativo reconocer que el incumplimiento de las responsabilidades colectivas de la sociedad hacia los pobres no debería resultar en la transformación o la revisión de las metas iniciales a programas que, en lugar de enfrentar las necesidades genuinas de la gente, las ignoran. En estos esfuerzos, las comunidades locales y la riqueza cultural y tradicional de los pueblos no pueden despreciarse o destruirse en el nombre de conceptos de progreso estrechos y de corto plazo. Hacerlo sería, en realidad, un riesgo de convertirse en sinónimo de “colonización ideológica”. En este sentido, las intervenciones y proyectos deben planearse e implementarse en respuesta a las necesidades de la gente y sus comunidades, y no imponerse desde arriba o por entidades que sólo buscan sus propios intereses o ganancias.
A este respecto, la Santa Sede seguirá promoviendo la dignidad humana y haciendo su contribución específica al bien común, ofreciendo la experiencia y el compromiso de las instituciones católicas en todo el mundo, para que en nuestro mundo ningún ser humano, como persona amada por Dios, sea privada de su pan cotidiano.
Que Dios Todopoderoso bendiga abundantemente sus trabajos y esfuerzos por el genuino progreso de toda la familia humana.
Desde el Vaticano, 18 de noviembre 2024
FRANCISCO
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