CATEQUESIS DEL PAPA: NO HAY CRISTIANOS DE SEGUNDA CLASE, TODOS TENEMOS UN CARISMA PERSONAL (20/11/2024)

La acción carismática del Espíritu Santo fue el tema de la catequesis del Papa Francisco pronunciada la mañana de este 20 de noviembre, durante su tradicional Audiencia General en la Plaza de San Pedro. El Santo Padre, citando un famoso texto del Concilio Vaticano II, aseguró que el Espíritu Santo no sólo santifica, sino que también distribuye gracias especiales entre los fieles de cualquier condición y, por ende, “todos tenemos dones personales que el mismo Espíritu nos da a cada uno”. Compartimos a continuación, el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

Los dones de la Esposa. Los carismas, don el Espíritu para el bien común

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En las últimas tres catequesis hemos hablado de la obra santificadora del Espíritu Santo, que se realiza en los Sacramentos, en la oración y siguiendo el ejemplo de la Madre de Dios. Pero escuchemos lo que dice un texto famoso del Vaticano II. Dice así: «El Espíritu Santo, no sólo mediante los sacramentos y los misterios santifica al Pueblo de Dios y lo guía y adorna con virtudes, sino [también] “distribuyendo a cada uno sus propios dones, según quiere” (1 Cor 12,11)» (Lumen gentium, 12). También nosotros tenemos dones propios, personales, que el mismo Espíritu da a cada uno de nosotros.

Llegó, entonces, el momento de hablar también de este segundo modo de actuar del Espíritu Santo, que es la acción carismática. Una palabra un poco difícil. La explicaré. Dos elementos contribuyen a definir lo que es el carisma. Primero, el carisma es el don concedido “para el bien común" (1 Cor 12, 7), para ser útil a todos. No está, en otras palabras, destinado principal y ordinariamente a la santificación de la persona, no, sino que está destinado al servicio de la comunidad (1 Pe 4, 10). Este es el primer aspecto. Segundo, el carisma es el don concedido “a uno”, o “a algunos” en particular, no a todos del mismo modo, y esto es lo que lo distingue de la gracia santificante, de las virtudes teologales y de los Sacramentos, que en cambio son los mismos y comunes a todos. El carisma es dado a una persona o a una comunidad especial, es un don que Dios te da.

También esto nos lo explica el Concilio. El Espíritu Santo – dice – «dispensa entre los fieles de cualquier tipo, gracias especiales con las cuales los hace aptos y preparados para asumir obras y oficios útiles para la renovación y la mayor expansión de la Iglesia, según aquellas palabras: A cada uno… se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común» (1 Cor 12, 7).

Los carismas son las “joyas”, o los ornamentos, que el Espíritu Santo distribuye para embellecer a la Esposa de Cristo. Se comprende así por qué el texto conciliar termina con la siguiente exhortación: «Y estos carismas – dice – extraordinarios o también más sencillos y más comunes, ya que son sobre todo adecuados y útiles a las necesidades de la persona, a las necesidades de la Iglesia, deben ser acogidos con gratitud y consuelo» (Lumen gentium, 12).

Benedicto XVI afirmó: «Quien mira la historia de la época post-conciliar puede reconocer la dinámica de la verdadera renovación, que frecuentemente ha adquirido formas inesperadas en momentos llenos de vida y que hace casi tangible la inagotable vivacidad de la Santa Iglesia». Y esto es el carisma dado a un grupo de gente, a través del carisma de la persona.

Debemos redescubrir los carismas, porque esto hace que la promoción del laicado y en particular de la mujer, se entienda no sólo como un hecho institucional y sociológico, sino en su dimensión bíblica y espiritual. Los laicos no son los últimos, no, los laicos no son una especie de colaboradores externos o “tropas auxiliares” del clero, no. Tienen sus carismas y dones propios con los cuales contribuir a la misión de la Iglesia.

Agreguemos una cosa más: cuando se habla de carismas, hay que disipar de inmediato un malentendido: el de identificarlos con dotes y capacidades espectaculares y extraordinarias; éstos, en cambio, son dones ordinarios – cada uno de nosotros tiene su propio carisma – que adquieren un valor extraordinario si son inspirados por el Espíritu Santo y encarnados en las situaciones de la vida con amor. Tal interpretación del carisma es importante, porque muchos cristianos, al oír hablar de carismas, experimentan tristeza o desilusión, ya que están convencidos de no poseer ninguno y se sienten excluidos o cristianos de segunda clase. No, no hay cristianos de segunda clase, no, cada uno tiene su propio carisma, personal y también comunitario. A ellos ya respondía, en su tiempo, San Agustín con una comparación muy elocuente: «Si amas – decía a su pueblo – si amas lo que posees, no es poco. Si, de hecho, amas la unidad, todo lo que en ella es poseído por alguien, también lo posees tú. Sólo el ojo, en el cuerpo, tiene la facultad de ver; pero ¿es acaso sólo para sí mismo que ve el ojo? No. El ojo ve para la mano, para los pies, para todos los miembros» [1].

Aquí se revela el secreto por el que la caridad es definida por el Apóstol como «el camino mejor de todos» (1 Cor 12, 31): ella me hace amar a la Iglesia, me hace amar a la comunidad en la que vivo y, en la unidad, todos los carismas, no sólo algunos, son “míos”, como “mis” carismas, aunque parezcan poca cosa, los carismas son de todos y para el bien de todos. La caridad multiplica los carismas: hace del carisma de uno, del carisma de una sola persona, el carisma de todos. Gracias.


[1] S. Agustín, Tratados sobre Juan, 32,8.

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