VIVIR LA FE ENTREGÁNDOLO TODO A DIOS: ÁNGELUS DEL 07/11/2021

Este 7 de noviembre al mediodía, en su alocución previa a la oración mariana del Ángelus, retomando el Evangelio del día, el Papa Francisco afirmó que la Liturgia de hoy nos “pone ante un sorprendente contraste”: los ricos, que dan lo superfluo para hacerse ver, y una pobre mujer que, sin aparentar, ofrece lo poco que tiene. El Sumo Pontífice alertó sobre el no ser hipócritas, una enfermedad peligrosa, que la podemos curar, aprendiendo del ejemplo de la viuda, con su fe “sin oropeles externos, sino interiormente sincera; con su fe hecha de amor humilde a Dios y a los hermanos”. Compartimos a continuación, el texto de su alocución, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La escena descrita por el Evangelio de la Liturgia de hoy se desarrolla dentro del Templo de Jerusalén. Jesús mira, mira lo que sucede en este lugar, el más sagrado de todos, y ve cómo a los escribas les gusta pasearse para hacerse notar, ser saludados, reverenciados, y para tener lugares de honor. Y Jesús añade que «devoran las casas de las viudas y hacen largas oraciones para hacerse ver» (Mc 12, 40). Al mismo tiempo, sus ojos captan otra escena: una pobre viuda, precisamente una de aquellas explotadas por los poderosos, echa en el Tesoro del Templo «todo cuanto tenía para vivir» (v. 44). Así dice el Evangelio, echa en el tesoro todo lo que tenía para vivir. El Evangelio nos pone ante de este sorprendente contraste: los ricos, que dan lo superfluo para hacerse ver, y una pobre mujer que, sin aparentar, ofrece todo lo poco que tiene. Dos símbolos de actitudes humanas.

Jesús mira las dos escenas. Y es precisamente este verbo – “mirar” – el que resume su enseñanza: de quien vive la fe con doblez, como esos escribas, “debemos cuidarnos” para no convertirnos como ellos; mientras que a la viuda debemos “mirarla” para tomarla como modelo. Detengámonos en esto: tener cuidado de los hipócritas y mirar a la pobre viuda.

Sobre todo, tener cuidado de los hipócritas, es decir estar atentos a no basar la vida en el culto a la apariencia, a la exterioridad, al cuidado exagerado de la propia imagen. Y, sobre todo, estar atentos a no doblegar la fe a nuestros intereses. Esos escribas cubrían, con el nombre de Dios, la propia vanagloria y, aún peor, usaban la religión para atender sus negocios, abusando de su autoridad y explotando a los pobres. Aquí vemos esa actitud tan terrible que también hoy vemos en muchos puestos, en muchos lugares, el clericalismo, este estar por encima de los humildes, explotarlos, “golpearlos”, sentirse perfectos. Este es el mal del clericalismo. Es una advertencia para todo tiempo y para todos, Iglesia y sociedad: no aprovecharse nunca del propio rol para aplastar a los demás, ¡nunca ganar sobre la piel de los más débiles! Y estar alerta, para no caer en la vanidad, para no nos suceda fijarnos en las apariencias, perdiendo la sustancia y viviendo en la superficialidad. Preguntémonos, nos ayudará: en lo que decimos y hacemos, ¿deseamos ser apreciados y gratificados o dar un servicio a Dios y al prójimo, especialmente a los más débiles? Estemos alerta sobre las falsedades del corazón, sobre la hipocresía, ¡que es una peligrosa enfermedad del alma! Es un doble pensar, un doble juzgar, como dice la propia palabra: “juzgar debajo”, aparecer de una manera e “hipo”, debajo, tener otro pensamiento. Dobles, gente con el alma doble, doblez del alma.

Y para sanar de esta enfermedad, Jesús nos invita a mirar a la pobre viuda. El Señor denuncia la explotación hacia esta mujer que, para dar la ofrenda, debe volver a casa sin siquiera lo poco que tiene para vivir. ¡Qué importante es liberar lo sagrado de las ataduras con el dinero! Ya Jesús lo había dicho, en otro lugar: no se puede servir a dos señores. O sirves a Dios – y nosotros pensamos que diga “o al diablo”, no – o Dios o al dinero. Es un señor, y Jesús dice que no debemos servirlo. Pero, al mismo tiempo, Jesús alaba el hecho de que esta viuda echa al Tesoro todo lo que tiene. No le queda nada, pero encuentra en Dios su todo. No teme perder lo poco que tiene, porque confía en el tanto de Dios, y ese tanto de Dios, multiplica la alegría de quien da. Esto nos hace pensar también en esa otra viuda, la del profeta Elías, que iba a hacer un pan con la última harina que tenía y el último aceite; Elías le dice: “Dame de comer” y ella le da; y la harina non disminuirá nunca, un milagro (cf. 1 Re 17, 9-16). El Señor siempre, ante la generosidad de la gente, va más allá, es más generoso. Pero es Él, no nuestra avaricia. He aquí entonces que Jesús la propone como maestra de fe, esta señora: ella no frecuenta el Templo para tener la conciencia tranquila, no reza para hacerse ver, no ostenta su fe, sino que da con el corazón, con generosidad y gratuidad. Sus moneditas tienen un sonido más hermoso que las grandes ofrendas de los ricos, porque expresan una vida dedicada a Dios con sinceridad, una fe que no vive de apariencias sino de confianza incondicional. Aprendamos de ella: una fe sin oropeles externos, sino interiormente sincera; una fe hecha de amor humilde a Dios y a los hermanos.

Y ahora nos dirigimos a la Virgen María, que con corazón humilde y transparente ha hecho de toda su vida un don para Dios y para su pueblo.

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