CATEQUESIS DEL PAPA: SAN JOSÉ EN LA HISTORIA DE SALVACIÓN (24/11/2021)

La mañana de este 24 de noviembre y tras haber saludado a unos 1,500 fieles en la Basílica de San Pedro que por motivos de espacio no pudieron entrar en el Aula Pablo VI del Vaticano, el Papa Francisco celebró su habitual Audiencia General de los miércoles junto a peregrinos procedentes de Italia y de todas partes del mundo. Prosiguiendo con su ciclo de catequesis sobre la figura de San José, el Santo Padre se detuvo a reflexionar sobre su rol en la historia de la salvación. Compartimos a continuación el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El miércoles pasado empezamos el ciclo de catequesis sobre la figura de San José —está terminando el año dedicado a él—. Hoy proseguimos este recorrido deteniéndonos en su papel en la historia de la salvación.

Jesús en los Evangelios es indicado como «hijo de José» (Lc 3, 23; 4, 22; Jn 1, 45; 6, 42) e «hijo del carpintero» (Mt 13, 55; Mc 6, 3). Los Evangelistas Mateo y Lucas, narrando la infancia de Jesús, dan espacio al papel de José. Ambos componen una “genealogía”, para hacer evidente la historicidad de Jesús. Mateo, dirigiéndose sobre todo a los judeocristianos, parte de Abraham para llegar a José, definido como «el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado el Cristo» (1, 16). Lucas, sin embargo, se remonta hasta Adán, empezando directamente desde Jesús, que «era hijo de José», pero precisa: «como se creía» (3, 23). Por tanto, ambos evangelistas presentan a José no como padre biológico, pero de todas formas como padre de Jesús en toda la extensión de la palabra. A través de él, Jesús realiza el cumplimiento de la historia de la alianza y de la salvación transcurrida entre Dios y el hombre. Para Mateo esta historia comienza con Abraham, para Lucas con el origen mismo de la humanidad, es decir con Adán. 

El evangelista Mateo nos ayuda a comprender que la figura de José, aunque aparentemente marginal, discreta, en segunda línea, representa en cambio una pieza fundamental en la historia de salvación. José vive su protagonismo sin querer nunca adueñarse de la escena. Si lo pensamos, «nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes —frecuentemente olvidadas— que no aparecen en los titulares de periódicos y de revistas, […]. Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos pequeños, con gestos cotidianos, cómo enfrentar y atravesar una crisis readaptando costumbres, levantando las miradas y estimulando la oración. Cuántas personas oran, ofrecen e interceden por el bien de todos» (Cart. ap. Patris corde, 1). Así, todos pueden hallar en San José, el hombre que pasa sin ser observado, el hombre de la presencia cotidiana, de la presencia discreta y escondida, un intercesor, un apoyo y un guía en los momentos de dificultad. Él nos recuerda que todos aquellos que están aparentemente escondidos o en “segunda línea” tienen un protagonismo sin igual en la historia de la salvación. El mundo necesita a estos hombres y a estas mujeres: hombres y mujeres en segunda línea, pero que sostienen el desarrollo de nuestra vida, de cada uno de nosotros, y que, con la oración, con el ejemplo, con la enseñanza nos sostienen en el camino de la vida.

En el Evangelio de Lucas, José aparece como el custodio de Jesús y de María. Y por esto él es también «el Custodio de la Iglesia: pero, si ha sido el custodio de Jesús y de María, trabaja, ahora que está en los cielos, y sigue siendo el custodio, en este caso de la Iglesia; porque la Iglesia es la extensión del Cuerpo de Cristo en la historia, y al mismo tiempo en la maternidad de la Iglesia se refleja la maternidad de María. José, al continuar protegiendo a la Iglesia —por favor, no olviden esto: hoy, José protege a la Iglesia— sigue protegiendo al Niño y a su madre» (ibíd., 5). Este aspecto de la custodia de José es la gran respuesta al relato del Génesis. Cuando Dios le pide que rinda cuentas a Caín sobre la vida de Abel, él responde: «¿Soy yo acaso el custodio de mi hermano?» (4, 9). José, con su vida, parece querer decirnos que estamos llamados siempre a sentirnos custodios de nuestros hermanos, custodios de quien se nos ha puesto al lado, de quien el Señor nos encomienda a través de muchas circunstancias de la vida.

Una sociedad como la nuestra, que ha sido definida “líquida”, porque parece no tener consistencia. Yo corregiré a ese filósofo que acuñó esta definición y diré: más que líquida, gaseosa, una sociedad propiamente gaseosa. Esta sociedad líquida, gaseosa encuentra en la historia de José una indicación muy precisa sobre la importancia de los vínculos humanos. De hecho, el Evangelio nos cuenta la genealogía de Jesús, además de por una razón teológica, para recordar a cada uno de nosotros que nuestra vida está hecha de vínculos que nos preceden y nos acompañan. El Hijo de Dios, para venir al mundo, ha elegido el camino de los vínculos, el camino de la historia: no bajó al mundo mágicamente, no. Hizo el camino histórico que hacemos todos nosotros.

Queridos hermanos y hermanas, pienso en muchas personas a las que les cuesta encontrar vínculos significativos en su vida, y precisamente por esto cojean, se sienten solos, no tienen la fuerza y la valentía para ir adelante. Quisiera concluir con una oración que les ayude y nos ayude a todos nosotros a encontrar en San José un aliado, un amigo y un apoyo.

San José,
tú que has custodiado el vínculo con María y con Jesús,
ayúdanos a cuidar las relaciones en nuestra vida.
Que nadie experimente ese sentido de abandono
que viene de la soledad.
Que cada uno se reconcilie con la propia historia,
con quien le ha precedido,
y reconozca también en los errores cometidos
una forma a través de la cual la Providencia se ha hecho camino,
y el mal no ha tenido la última palabra.
Muéstrate amigo con quien tiene mayor dificultad,
y como apoyaste a María y Jesús en los momentos difíciles,
así apóyanos también a nosotros en nuestro camino. Amén.

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