ES HORA DE QUE LOS POBRES VUELVAN A TENER VOZ Y SEAN ESCUCHADOS: PALABRAS DEL PAPA EN EL ENCUENTRO DE ORACIÓN Y TESTIMONIOS EN ASÍS (12/11/2021)

Este 12 de noviembre, el Papa Francisco tuvo este emotivo encuentro con los pobres en la ciudad de San Francisco de Asís, el Poverello. Se encontró con 500 pobres y recibió los testimonios de algunos de ellos, en la celebración de la quinta Jornada Mundial de los Pobres. En sus palabras, el Papa pidió que se escuche a los pobres, que el mundo se vuelva sensible y se escandalice ante la realidad de los niños hambrientos, esclavizados, náufragos, víctimas inocentes de todo tipo de violencia. Compartimos a continuación el texto completo pronunciado por el Papa, traducido del italiano:

¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días

Les agradezco por haber acogido mi invitación – ¡yo he sido el invitado! – a celebrar aquí en Asís, la ciudad de San Francisco, la Quinta Jornada Mundial de los Pobres, que se realiza pasado mañana. Es una idea que nació de ustedes, ha crecido y hemos llegado ya a la quinta. Asís no es una ciudad como las demás: Asís lleva impreso el rostro de San Francisco. Pensar que por estas calles él vivió su juventud inquieta, recibió la llamada a vivir el Evangelio a la letra, es para nosotros una lección fundamental. Es verdad, de alguna forma su santidad nos hace temblar, porque parece imposible poder imitarlo pero después, en el momento en que recordamos algunos momentos de su vida, esas “florecillas” que se nos relatan para mostrar la belleza de su vocación, nos sentimos atraídos por esta sencillez de corazón y sencillez de vida: es la atracción misma de Cristo, del Evangelio. Son hechos de vida que valen más que las predicaciones.

Me gusta recordar uno coma que expresa bien la personalidad del Poverello (cf. Florecillas, cap. 13: Fuentes Franciscanas, 1841-1842). Él y Fray Mateo se habían puesto en viaje para llegar a Francia, pero no habían llevado con ellos provisiones. En un cierto punto tuvieron que comenzar a pedir caridad. Francisco se fue por un lado y Fray Mateo por otro. Pero, como relatan las Florecillas, Francisco era pequeño de estatura y quien no lo conocía lo consideraba como un “vagabundo”; en cambio Fray Mateo era un hombre grande y hermoso. Fue así que San Francisco logró apenas recoger algún pedazo de pan viejo y duro, mientras Fray Mateo recogió buenos pedazos de pan.

Cuando los dos se reencontraron se sentaron en el suelo y sobre una piedra contaron lo que habían recogido. Viendo los pedazos de pan que había recogido el hermano, Francisco dijo: “Fray Mateo, nosotros no somos dignos de este gran tesoro”. El hermano, maravillado, respondió: “Padre Francisco, ¿cómo se puede hablar de tesoro donde hay tanta pobreza y faltan incluso las cosas necesarias?”. Francisco respondió: “Es precisamente por eso que yo hablo de un gran tesoro, porque no hay nada, sino aquello que tenemos y nos ha sido dado por la Providencia que nos dio este pan”. He ahí la enseñanza que nos da San Francisco: sabernos contentar con aquello poco que tenemos y compartirlo con los demás.

Estamos aquí en la Porciuncula, una de las iglesitas que San Francisco pensaba restaurar, después de que Jesús le había pedido “reparar su casa”. Entonces nunca habría pensado que el Señor le pedía dar su vida para renovar, no la Iglesia hecha de piedras, sino aquella hecha de personas, de hombres y mujeres que son las piedras vivas de la Iglesia. Y si nosotros estamos aquí hoy es precisamente para aprender de lo que hizo San Francisco. A él le gustaba estar largamente en esta pequeña Iglesia para orar. Se recogía aquí en silencio y se ponía a la escucha del Señor, de lo que Dios quería de él. También nosotros hemos venido aquí para esto: queremos pedir al Señor que escuche nuestro grito, ¡que escuche nuestro grito!, y venga en nuestra ayuda. No olvidemos que la primera marginación que sufren los pobres es la espiritual. Por ejemplo, muchas personas y muchos jóvenes encuentran un poco de tiempo para ayudar a los pobres y les llevan alimento y bebidas calientes. Esto es muy bueno y agradezco a Dios por su generosidad. Pero sobre todo me alegra cuando escucho que estos voluntarios se detienen un poco a hablar con las personas, y a veces oran junto con ellos... Entonces, también el encontrarnos aquí, en la Porciuncula, nos recuerda la compañía del Señor, que Él nunca nos deja solos, nos acompaña siempre en cada momento de nuestra vida. El señor hoy está con nosotros. Nos acompaña, en la escucha, en la oración y en los testimonios dados: es Él, con nosotros.

Hay otro hecho importante: aquí en la Porciuncula San Francisco acogió a Santa Clara, a los primeros hermanos, y a muchos pobres que venían con el. Con sencillez los recibía como hermanos y hermanas, compartiendo con ellos todas las cosas. He aquí la expresión más evangélica que estamos llamados a hacer nuestra: la acogida. Acoger significa abrir la puerta, la puerta de la casa y la puerta del corazón, y permitir a quien toca que entre. Y que pueda sentirse a gusto, no en sujeción, no, a gusto, libre. Donde hay un verdadero sentido de fraternidad, ahí se vive también la experiencia sincera de la acogida. Donde en cambio existe el miedo por el otro, el desprecio por su vida, entonces nace el rechazo o, peor, la indiferencia: ese mirar hacia otro lado, La acogida genera el sentido de comunidad; el rechazo por el contrario nos cierra en el propio egoísmo. La Madre Teresa, que hizo de su vida un servicio a la acogida, amaba decir: “¿Cuál es la mejor acogida? La sonrisa”. La sonrisa. Compartir una sonrisa con quien está en la necesidad le hace bien a ambos, a mí y al otro. La sonrisa como expresión de simpatía, de ternura. Y después la sonrisa te involucra, y ya no puedes alejarte de la persona a la que le has sonreído.

Les agradezco, porque han venido aquí desde tantos países distintos para vivir esta experiencia de encuentro y de fe. Quiero agradecer a Dios que nos ha dado esta idea de la Jornada de los Pobres. Una idea nacida de una forma un poco extraña, en una sacristía. Estaba por celebrar la Misa y uno de ustedes – se llama Étienne – ¿lo conocen? Es un enfant terrible – Étienne me hizo la sugerencia: “hagamos la Jornada de los Pobres”. Yo salí y sentí que el Espíritu Santo, dentro, me decía que la hiciera. Así comenzó: de la valentía de uno de ustedes que tuvo el valor de llevar adelante las cosas. Le agradezco por su trabajo en estos años y el trabajo de muchos que lo acompañan. Y quisiera agradecer, disculpe, Eminencia, por su presencia al Card. [Barbarin]: él está entre los pobres, también él ha sufrido con dignidad la experiencia de la pobreza, del abandono, de la desconfianza. Y él se defendió con el silencio y la oración. Gracias Card. Barbarin, por su testimonio que edifica a la Iglesia. Decía que hemos venido para encontrarnos: esta es la primer cosa, es decir ir uno hacia el otro con el corazón abierto y la mano tendida. Sabemos que cada uno de nosotros necesita del otro, y que incluso la debilidad, si es vivida juntos, puede convertirse en una fuerza que mejora al mundo. A menudo la presencia de los pobres es vista con fastidio y se le soporta; A veces se escucha decir que los responsables de la pobreza son los pobres: ¡un insulto aún mayor! Además de no hacer un serio examen de conciencia sobre los propios actos, sobre la injusticia de algunas leyes y medidas económicas, un examen de conciencia sobre la hipocresía de quien quiere enriquecerse sin medida, se echa la culpa sobre los hombros de los más débiles.

Es tiempo en cambio de que a los pobres se les restituya la palabra, por qué por demasiado tiempo sus peticiones han permanecido sin ser escuchadas. Es tiempo de que se abran los ojos para ver el estado de desigualdad en que viven muchas familias. Es tiempo de arremangarse las mangas para regresar la dignidad creando puestos de trabajo. Es tiempo de que volvamos a escandalizarnos ante la realidad de niños hambrientos, reducidos a la esclavitud, sacudidos por las aguas en un naufragio, víctimas inocentes de todo tipo de violencia. Es tiempo de que cese la violencia sobre las mujeres y que ellas sean respetadas y no tratadas como mercancía de cambio. Es tiempo de que se rompa el cerco de la indiferencia para volver a descubrir la belleza del encuentro y del diálogo. Es tiempo de encontrarse. Es el momento del encuentro, si la humanidad, si nosotros hombres y mujeres no aprendemos a encontrarnos, nos dirigimos hacia un final muy triste.

Escuché con atención sus testimonios, y les digo gracias por todo lo que manifestaron con valor y sinceridad. Valor, porque han querido compartirlo con todos nosotros, a pesar de que son parte de su vida personal; sinceridad, porque se muestran tal como son y abren su corazón con el deseo de ser entendidos. Hay algunas cosas que me han gustado particularmente y que quisiera de algún modo retomar, para hacerlas aún más mías y dejarlas depositarse en mi corazón. Capté, ante todo, un gran sentido de esperanza. La vida no ha sido siempre indulgente con ustedes, es más, a menudo les ha mostrado un rostro cruel. La marginación, el sufrimiento de la enfermedad y de la soledad, la falta de muchos medios necesarios no les ha impedido mirar con ojos cargados de gratitud por las pequeñas cosas que les han permitido resistir.

Resistir. Esta es la segunda impresión que recibí y que se deriva justamente de la esperanza. ¿Qué quiere decir resistir? tener la fuerza de seguir adelante a pesar de todo coma ir contracorriente. Resistir no es una acción pasiva, al contrario, requiere del valor para emprender un nuevo camino sabiendo que dará fruto. Resistir quiere decir encontrar los motivos para no rendirse ante las dificultades, sabiendo que no las vivimos solos sino juntos, y que sólo juntos podemos superarlas. Resistir a toda tentación de perderse y caer en la soledad y la tristeza. Resistir, aferrándose a la pequeña o poca riqueza que podamos tener. Pienso en la joven de Afganistán, con su frase lapidaria: mi cuerpo está aquí, mi alma está allá. Resistir con la memoria, hoy. Pienso en la madre rumana que habló al final: dolores, esperanza y no se ve la salida, pero la esperanza fuerte en los hijos que la acompañan y ríen por la ternura que han recibido de ella.

Pidamos al Señor que nos ayude siempre a encontrar la serenidad y la alegría. Aquí en la Porciuncula, San Francisco nos enseña la alegría que viene de mirar a quien está cerca como a un compañero de viaje que nos entiende y nos apoya, así como nosotros lo somos para él o para ella. Que este encuentro abra el corazón de todos nosotros para ponernos a disposición unos de otros; a abrir el corazón para hacer que nuestra debilidad sea una fuerza que ayuda a continuar el camino de la vida, para transformar nuestra pobreza en riqueza que compartir, y así mejorar el mundo.

La Jornada de los Pobres. Gracias a los pobres que abren el corazón para darnos su riqueza y curar nuestro corazón herido. Gracias por este valor. Gracias, Étienne, por haber sido dócil a la inspiración del Espíritu Santo. Gracias por estos años de trabajo; ¡y también por la “necedad” de traer al Papa a Asís! ¡Gracias! Gracias, Eminencia, por su apoyo, por su ayuda a este movimiento de la Iglesia – decimos “movimiento” porque se mueven – y por su testimonio. Y gracias a todos. Los llevo en mi corazón. Y, por favor, no se olviden de orar por mí, porque yo tengo mis pobrezas, y son muchas. Gracias.

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