REPENSEMOS LA PRESENCIA DEL SER HUMANO EN EL MUNDO: VIDEO MENSAJE DEL PAPA AL PONTIFICIO CONSEJO DE LA CULTURA (23/11/2021)

Frente a la “revolución” que toca “los nudos esenciales de la existencia humana”, es necesario realizar “un esfuerzo creativo de pensamiento y acción” y repensar “la presencia del ser humano en el mundo”. En un video mensaje a la Asamblea Plenaria del Pontificio Consejo de la Cultura, el Papa Francisco señala este 23 de noviembre, la necesidad de redescubrir “el sentido y el valor del ser humano en relación con los desafíos que afronta”. El Santo Padre señala además la necesidad de responder a diversos “interrogantes fundamentales de la existencia: la pregunta sobre Dios y el ser humano”. Compartimos a continuación, el texto de su mensaje, traducido del italiano:

Me alegro de dirigirles mi cordial saludo en ocasión de su Asamblea Plenaria, pospuesta a causa de la pandemia y finalmente convocada, aunque en modalidad virtual. Este es también un signo de los tiempos que estamos viviendo: en el universo digital todo se hace increíblemente cercano, pero sin el calor de la presencia.

La pandemia, además, ha puesto en crisis muchas certezas sobre las cuales se basa nuestro modelo social y económico, revelando las fragilidades: las relaciones personales, las modalidades del trabajo, la vida social e incluso la práctica religiosa y la participación en los sacramentos. Pero también y sobre todo ha propuesto de nuevo con fuerza las preguntas fundamentales de la existencia: la pregunta sobre Dios y sobre el ser humano.

Por ello me ha impactado el tema de su plenaria: el humanismo necesario. En efecto, en este hito de la historia, necesitamos no sólo de nuevos programas económicos o de nuevas recetas contra el virus, sino sobre todo una nueva perspectiva humanista, basada en la revelación bíblica, enriquecida por la herencia de la tradición clásica, como también por las reflexiones sobre la persona humana presentes en las distintas culturas.

El término “humanismo” me ha hecho pensar en el memorable discurso pronunciado por San Pablo VI al final del Concilio Vaticano II, el 7 de diciembre de 1965. El evocaba al humanismo laico profano de entonces, que desafiaba la visión cristiana, y decía: «la religión del Dios que se hizo hombre se ha encontrado con la religión (porque es así) del hombre que se hace Dios». Y en lugar de condenarlo o execrarlo, el Papa recurría al modelo del buen samaritano que había guiado los pensamientos del Concilio, o sea esa inmensa simpatía ante el ser humano y sus conquistas, ante sus gozos y esperanzas, ante sus dudas, sus tristezas y angustias. Y así, Pablo VI invitaba a esa humanidad cerrada a la trascendencia a reconocer nuestro nuevo humanismo, porque – decía – «también nosotros, nosotros más que todos, somos amantes del hombre».

Desde entonces han pasado casi sesenta años. Ese humanismo laico profano – una expresión que aludía también a la ideología totalitaria entonces imperante en muchos regímenes – es hoy un recuerdo del pasado. En nuestra época marcada por el fin de las ideologías, esto parece ya olvidado, parece sepultado ante los nuevos cambios traídos por la revolución informática y los increíbles desarrollos en el ámbito de las ciencias, que nos obligan a pensar de nuevo qué es el ser humano. La pregunta sobre el humanismo nace de esta pregunta: ¿qué es el hombre, el ser humano?

En los tiempos del Concilio se confrontaban un humanismo secular, inmanentista, materialista, y el cristiano, abierto a la trascendencia. Ambos, sin embargo, podían compartir una base común, una convergencia fundamental sobre algunas cuestiones radicales ligadas a la naturaleza humana. Ahora esto ha disminuido a causa de la fluidez de la visión cultural contemporánea. Es la época de lo líquido o de lo gaseoso. Sin embargo, La Constitución conciliar Gaudium et spes permanece, al respecto, aún actual. Nos recuerda, de hecho, que la Iglesia aún tiene mucho que dar al mundo, y nos impone reconocer y valorar, con confianza y valentía, las conquistas intelectuales, espirituales y materiales surgidas de entonces en varios sectores del conocimiento humano.

Hoy, se lleva a cabo una revolución – sí, una revolución – que está tocando los nudos esenciales de la existencia humana y requiere un esfuerzo creativo de pensamiento y de acción. Ambos. Están cambiando estructuralmente las formas de entender el generar, el nacer y el morir. Se ha puesto en discusión la especificidad del ser humano en el conjunto de la creación, su unicidad ante los otros animales, e incluso su relación con las máquinas. Pero no podemos limitarnos siempre y solamente a la negación y a la crítica. Es necesario ante todo repensar la presencia del ser humano en el mundo a la luz de la tradición humanista: como servidor de la vida y no como su propietario, como constructor del bien común con los valores de solidaridad y de compasión.

Por ello han colocado al centro de su reflexión algunas cuestiones esenciales. Junto a la pregunta sobre Dios – que sigue siendo fundamental para la propia existencia humana, como recordaba a menudo Benedicto XVI – hoy se propone de forma decisiva la pregunta sobre el propio ser humano y su identidad. ¿Qué significa hoy ser hombre y mujer como personas complementarias y llamadas a la relación? ¿Qué sentido tienen las palabras “paternidad” y “maternidad”? Y más aún, ¿cuál es la condición específica del ser humano, que lo hace único e irrepetible ante las máquinas y ante las otras especies animales? ¿Cuál es su vocación trascendente? ¿De dónde proviene su llamado a construir relaciones sociales con los demás?

La Sagrada Escritura nos ofrece las coordenadas esenciales para delinear una antropología del ser humano en su relación con Dios, en la complejidad de las relaciones entre hombre y mujer, y en el nexo con el tiempo y el espacio en que vive. El humanismo de matriz bíblica, en diálogo fecundo con los valores del pensamiento clásico griego y latino, ha dado vida a una visión alta con respecto al ser humano, a su origen y a su destino último, a su modo de vivir sobre esta tierra. Esta fusión entre la sabiduría antigua y la bíblica sigue siendo un paradigma aún fecundo.

Sin embargo, el humanismo bíblico y clásico hoy debe abrirse con sabiduría para acoger, en una nueva síntesis creativa, también las contribuciones de la tradición humanística contemporánea y la de otras culturas. Pienso, por ejemplo, en la visión holística de las culturas asiáticas, para una búsqueda de la armonía interior y con la creación. O también en la solidaridad propia de las culturas africanas, para superar el excesivo individualismo típico de la cultura occidental. Es importante también la antropología de los pueblos latinoamericanos, con el sentido vivo de la familia y de la fiesta. Como también las culturas de los pueblos indígenas en todo el planeta. Existen, en estas distintas culturas, formas de un humanismo que, integrado al europeo heredado de las civilizaciones greco-romanas y transformado por la visión cristiana, se convierte hoy en el mejor instrumento para hacer frente a las inquietantes preguntas sobre el futuro de la humanidad. En efecto, «si el ser humano no redescubre su verdadero lugar, no se comprende de forma adecuada a sí mismo y termina por contradecir a la propia realidad» (Enc. Laudato si’, 115).

Queridos miembros y consultores, queridos participantes en la Asamblea Plenaria del Pontificio Consejo de la Cultura, les confirmo mi apoyo: hoy más que nunca el mundo necesita reencontrar el sentido y el valor del hombre en relación a los desafíos que deben afrontar se. Hoy se necesita repetir aquellos versos de un pagano: “Sunt lacrimae rerum et mentem mortalia tangunt”.

Los bendigo de corazón, y les pido seguir orando por mí. ¡Muchas gracias!

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