CATEQUESIS DEL PAPA: CAMINAR SEGÚN EL ESPÍRITU (03/11/2021)

Por la mañana de este 3 de noviembre, el Papa Francisco continuó su ciclo de catequesis sobre la Carta de San Pablo a los Gálatas, durante la Audiencia General en el Aula Pablo VI. En esta ocasión, se introdujo con la lectura en la que el Apóstol afirma que, si viven según el Espíritu, no darán satisfacción a los deseos de la carne, puesto que la carne tiene deseos contrarios al Espíritu, y el Espíritu contrarios a la carne, ya que son entre sí antagónicos, de forma que no hacen lo que quisieran. De ahí que debemos vivir según el Espíritu (cf. Gal 5, 16-17.25). Transcribimos a continuación, el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En el pasaje de la Carta a los Gálatas que acabamos de escuchar, San Pablo exhorta a los cristianos a caminar según el Espíritu Santo (cf. 5, 16.25). Hay un estilo: caminar según el Espíritu Santo. En efecto, creer en Jesús significa seguirlo, ir detrás de Él por su camino, como hicieron los primeros discípulos. Y significa al mismo tiempo evitar el camino opuesto, el del egoísmo, el de buscar el propio interés, que el Apóstol llama «deseo de la carne» (v. 16). El Espíritu es la guía de este camino sobre la vía de Cristo, un camino estupendo pero también difícil, que empieza en el Bautismo y dura toda la vida. Pensemos en una larga excursión a la alta montaña: es fascinante, la meta nos atrae, pero requiere mucho esfuerzo y tenacidad.

Esta imagen puede sernos de utilidad para entrar en los méritos de las palabras del Apóstol: “caminar según el Espíritu”, “dejarse guiar” por Él. Son expresiones que indican una acción, un movimiento, un dinamismo que impide detenerse en las primeras dificultades, pero que provoca a confiar en la «fuerza que viene de lo alto» (Pastor de Hermas, 43, 21). Recorriendo este camino, el cristiano adquiere una visión positiva de la vida. Esto no significa que el mal presente en el mundo haya como desaparecido, o que hayan disminuyan los impulsos negativos del egoísmo y el orgullo; quiere decir más bien creer que Dios es siempre más fuerte que nuestras resistencias y más grande que nuestros pecados. ¡Y esto es importante!

Mientras exhorta a los Gálatas a recorrer este camino, el Apóstol se pone a su nivel. Abandona el verbo en imperativo —«caminen» (v. 16)— y usa el “nosotros” del indicativo: «caminemos según el Espíritu» (v. 25). Como diciendo: pongámonos a lo largo de la misma línea y dejémonos guiar por el Espíritu Santo. Es una exhortación, una forma exhortativa. Esta exhortación San Pablo la siente necesaria también para sí mismo. Incluso sabiendo que Cristo vive en él (cf. 2, 20), también está convencido de no haber alcanzado todavía la meta, la cima de la montaña (cf. Fil 3, 12). El Apóstol no se pone por encima de su comunidad, no dice: “Yo soy el jefe, ustedes son los otros; yo llegué a lo alto de la montaña y ustedes están en camino” —no dice esto—, sino que se coloca en medio del camino de todos, para dar ejemplo concreto de lo necesario que es obedecer a Dios, correspondiendo cada vez más y siempre mejor a la guía del Espíritu. Y qué hermoso cuando nosotros encontramos pastores que caminan con su pueblo y que no se separan de él. Es muy hermoso esto, hace bien al alma.

Este “caminar según el Espíritu” no es solo una acción individual: se refiere también a la comunidad en su conjunto. En efecto, construir la comunidad siguiendo el camino indicado por el Apóstol es emocionante, pero exigente. Los “deseos de la carne”, “las tentaciones” —digamos así—, que todos nosotros tenemos, es decir las envidias, los prejuicios, las hipocresías, los rencores, siguen haciéndose sentir, y recurrir a una rigidez preceptiva puede ser una fácil tentación, pero actuando así uno se saldría del sendero de la libertad y, en lugar de subir a la cumbre, se regresaría hacia abajo. Recorrer el camino del Espíritu requiere en primer lugar dar espacio a la gracia y a la caridad. Hacer espacio a la gracia de Dios, no tener miedo. Pablo, después de haber hecho escuchar de forma severa su voz, invita a los Gálatas a hacerse cargo cada uno de las dificultades del otro, y si alguno se equivoca, usar la mansedumbre (cf. 5, 22). Escuchemos sus palabras: «Hermanos, si uno es sorprendido en alguna falta, ustedes, que tienen el Espíritu, corríjanlo con espíritu de dulzura. Y tú, vigílate a ti mismo, para no ser tentado también tú. Carguen los pesos los unos de los otros» (6, 1-2). Una actitud muy diferente a la del chismorreo; no, esto no es según el Espíritu. Según el Espíritu es tener esta dulzura con el hermano al corregirlo y vigilar sobre nosotros mismos con humildad para no caer nosotros en esos pecados.

En efecto, cuando somos tentados a juzgar mal a los demás, como sucede a menudo, debemos ante todo reflexionar sobre nuestra fragilidad. ¡Qué fácil es criticar a los demás! Pero hay gente que parece tener una licenciatura en chismorreo. Todos los días critican a los demás. ¡Pero mírate a ti mismo! Está bien preguntarnos qué nos impulsa a corregir a un hermano o a una hermana, y si no somos de alguna manera corresponsables de su error. El Espíritu Santo, además de darnos el don de la mansedumbre, nos invita a la solidaridad, a llevar los pesos de los demás. ¡Cuántos pesos están presentes en la vida de una persona: la enfermedad, la falta de trabajo, la soledad, el dolor…! ¡Y cuántas otras pruebas que requieren la cercanía y el amor de los hermanos! Nos pueden ayudar también las palabras de San Agustín cuando comenta este mismo pasaje: «Por tanto, hermanos, cuando uno sea sorprendido en alguna falta, […], corríjanlo de esta forma, con mansedumbre. Y si levantas la voz, ama interiormente. Ya sea que animes, que te muestres paternal, que reproches, que seas severo, ama» (Sermones 163/B 3). Ama siempre. La regla suprema de la corrección fraterna es el amor: querer el bien de nuestros hermanos y de nuestras hermanas. Se trata de tolerar los problemas de los demás, los defectos de los demás en silencio en la oración, para después encontrar el camino correcto para ayudarlo a corregirse. Y esto no es fácil. El camino más fácil es el chismorreo. “Despellejar” al otro como si yo fuera perfecto. Y esto no se debe hacer. Mansedumbre. Paciencia. Oración. Cercanía.

Caminemos con alegría y con paciencia en este camino, dejándonos guiar por el Espíritu Santo.

Comentarios