CATEQUESIS DEL PAPA: APRENDAMOS A INVOCAR AL ESPÍRITU SANTO (10/11/2021)

En su última catequesis sobre la Carta de San Pablo a los Gálatas, el Papa Francisco reflexionó este 10 de noviembre sobre la fuerza del Espíritu del Apóstol, que, encontrando a Cristo Resucitado, transformó toda su vida. A lo largo de la Carta, el Apóstol “nos ha hablado como evangelizador, como teólogo y como pastor”, dijo el Papa. Y “podemos decir que el Apóstol Pablo ha sido capaz de dar voz” al silencio de Dios. San Pablo, “verdadero teólogo” que contempló el misterio de Cristo “fue capaz de ejercer su misión pastoral hacia una comunidad perdida y confundida”, con “métodos diferentes: usó de vez en cuando la ironía, el rigor, la mansedumbre… Reclamó su propia autoridad de Apóstol, pero al mismo tiempo no escondió la debilidad de su carácter”. Compartimos a continuación, el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hemos llegado al final de las catequesis sobre la Carta a los Gálatas. ¡Sobre cuántos otros contenidos, presentes en este escrito de San Pablo, se habría podido reflexionar! La Palabra de Dios es una fuente inagotable. Y el Apóstol en esta Carta nos ha hablado como evangelizador, como teólogo y como pastor.

El santo Obispo Ignacio de Antioquía tiene una hermosa expresión, cuando escribe: «Hay un solo maestro el cual habló y todo lo que dijo se hizo; pero las cosas que hace callando son dignas del Padre. Quien posee la palabra de Jesús puede escuchar también su silencio» (Ad Ephesios, 15,1-2). Podemos decir que el apóstol Pablo ha sido capaz de dar voz a este silencio de Dios. Sus intuiciones más originales nos ayudan a descubrir la impactante novedad encerrada en la revelación de Jesucristo. Fue un verdadero teólogo, que contempló el misterio de Cristo y lo transmitió con su inteligencia creativa. Y también fue capaz de ejercer su misión pastoral hacia una comunidad perdida y confundida. Lo hizo con métodos diferentes: utilizó de vez en cuando la ironía, el rigor, la mansedumbre… Reivindicó su propia autoridad de apóstol, pero al mismo tiempo no escondió las debilidades de su carácter. En su corazón la fuerza del Espíritu excavó realmente: el encuentro con Cristo Resucitado conquistó y transformó toda su vida, y la gastó completamente al servicio del Evangelio.

Pablo nunca pensó en un cristianismo de rasgos irénicos, desprovisto de empuje y de energía, al contrario. Defendió la libertad traída por Cristo con una pasión que hasta hoy conmueve, sobre todo si pensamos en los sufrimientos y la soledad que tuvo que sufrir. Estaba convencido de haber recibido una llamada a la que solo él podía responder; y quiso explicar a los Gálatas que también ellos estaban llamados a esa libertad, que les liberaba de toda forma de esclavitud; porque les hacía herederos de la promesa antigua y, en Cristo, hijos de Dios. Y consciente de los riesgos que esta concepción de la libertad traía, nunca minimizó las consecuencias. Y consciente de los riesgos que esta concepción de la libertad cristiana traía, nunca minimizó las consecuencias. Él consciente de los riesgos que esta concepción de la libertad cristiana traía, pero nunca minimizó las consecuencias. Reiteró con parresia, es decir con valentía, a los creyentes que la libertad no equivale en absoluto a libertinaje, ni conduce a formas de presuntuosa autosuficiencia. Al contrario, Pablo puso la libertad a la sombra del amor y estableció su coherente ejercicio en el servicio de la caridad. Toda esta visión fue puesta en el horizonte de la vida según el Espíritu Santo, que lleva a cumplimiento la Ley entregada por Dios a Israel e impide recaer bajo la esclavitud del pecado. La tentación es siempre la de volver atrás. Una definición de los cristianos, que está en la Escritura, dice que nosotros cristianos no somos gente que va hacia atrás, que vuelve atrás. Una bella definición. Y la tentación es esta de ir atrás para estar más seguros; volver solamente a la Ley, descuidando la vida nueva del Espíritu. Esto es lo que Pablo nos enseña: la verdadera Ley tiene su plenitud en esta vida del Espíritu que Jesús nos ha dado. Y esta vida del Espíritu puede ser vivida solamente en la libertad, la libertad cristiana. Y esta es una de las cosas más bellas.

Al término de este itinerario de catequesis, me parece que puede nacer en nosotros una doble actitud. Por un lado, la enseñanza del Apóstol genera en nosotros entusiasmo; nos sentimos impulsados a seguir en seguida el camino de la libertad, a “caminar según el Espíritu”. Siempre caminar según el Espíritu: nos hace libres. Por otro lado, somos conscientes de nuestros límites, porque tocamos con la mano cada día qué difícil es ser dóciles al Espíritu, secundar su acción benéfica. Entonces puede llegar el cansancio que frena el entusiasmo. Nos sentimos desanimados, débiles, a veces marginados respecto al estilo de vida según la mentalidad mundana. San Agustín nos sugiere cómo reaccionar en esta situación, refiriéndose al episodio evangélico de la tempestad en el lago. Dice así: «La fe en Cristo en tu corazón es como Cristo en la barca. Escuchas insultos, te fatigas, te turbas, y Cristo duerme. ¡Despierta a Cristo, sacude tu fe! Incluso en la confusión eres capaz de hacer algo. Sacude tu fe. Que Cristo despierte y te diga… Por ello despierta a Cristo…  Cree lo que se ha dicho, y que haya una gran bonanza en tu corazón» (Discursos 163/B 6). En los momentos de dificultad estamos como —dice San Agustín aquí— en la barca en el momento de la tempestad. ¿Y qué hicieron los apóstoles? Despertaron a Cristo que dormía durante la tempestad; pero Él estaba presente. Lo único que podemos hacer en los momentos difíciles es “despertar” a Cristo que está dentro de nosotros, pero “duerme” como en la barca. Es precisamente así. Debemos despertar a Cristo en nuestro corazón y sólo entonces podremos contemplar las cosas con su mirada, porque Él ve más allá de la tempestad. A través de esa su mirada serena, podemos ver un panorama que, solos, no es ni siquiera concebible vislumbrar.

En este camino exigente pero fascinante, el Apóstol nos recuerda que no podemos permitirnos ningún cansancio en el hacer el bien. No se cansen de hacer el bien. Debemos confiar que el Espíritu siempre viene en ayuda de nuestra debilidad y nos concede el apoyo que necesitamos. ¡Por tanto, aprendamos a invocar más a menudo al Espíritu Santo! Alguno puede decir: “¿Y cómo se invoca al Espíritu Santo? Porque yo sé orar al Padre, con el Padre Nuestro; sé orar a la Virgen con el Ave María; sé orar a Jesús con la Oración de las Llagas, ¿pero al Espíritu? ¿Cuál es la oración del Espíritu Santo?”. La oración al Espíritu Santo es espontánea: debe nacer de tu corazón. Tú debes decir en los momentos de dificultad: “Espíritu Santo, ven”. La palabra clave es esta: “ven”. Pero debes decirlo tú con tu lenguaje, con tus palabras. Ven, porque estoy en dificultad, ven porque estoy en la oscuridad, en la penumbra; ven porque no sé qué hacer; ven porque voy a caer. Ven. Ven. Es la palabra del Espíritu para llamar al Espíritu. Aprendamos a invocar más a menudo al Espíritu Santo. Podemos hacerlo con palabras sencillas, en los diferentes momentos del día. Y podemos llevar con nosotros, quizá dentro de nuestro Evangelio de bolsillo, la hermosa oración que la Iglesia recita en Pentecostés: «Ven Espíritu divino, / mándanos desde el cielo / un rayo de tu luz. / Ven, Padre de los pobres, / ven, dador de los dones, / ven. Luz de los corazones. / Consolador perfecto / dulce huésped del alma / dulcísimo consuelo…». Ven. Y así prosigue, es una oración bellísima. El núcleo de la oración es “ven”, así la Virgen y los Apóstoles oraban después de que Jesús subió al Cielo; estaban solos en el Cenáculo e invocaban al Espíritu. Nos hará bien orar a menudo: Ven, Espíritu Santo. Y con la presencia del Espíritu nosotros salvaguardamos la libertad. Seremos libres, cristianos libres, no apegados al pasado en el sentido negativo de la palabra, no encadenados a prácticas, sino libres de libertad cristiana, la que nos hace madurar. Nos ayudará esta oración a caminar en el Espíritu, en la libertad y en la alegría, porque cuando viene el Espíritu Santo viene la alegría, la verdadera alegría. Que el Señor los bendiga. Gracias.

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