BASTA UNA CARICIA PARA DAR SENTIDO A LA JORNADA DE UN ENFERMO: HOMILÍA DEL PAPA EN EL POLICLÍNICO “AGOSTINO GEMELLI” (05/11/2021)

Tal como estaba previsto, la mañana de este 5 de noviembre, poco después de las 10:00 hrs (Hora de Roma), el Santo Padre se dirigió en automóvil desde Casa Santa Martha hasta el Policlínico “Agostino Gemelli” de Roma para celebrar la Santa Misa con ocasión del 60º aniversario de la inauguración de la Facultad de Medicina y Cirugía de la Universidad Católica del Sagrado Corazón. En su homilía, el Papa destacó tres palabras: “Recuerdo, pasión y consuelo”. También pidió que Jesús abra los corazones de los que cuidan a los enfermos: “A tu Corazón, Señor, encomendamos nuestra vocación de curar: haznos sentir querida a cada persona que se acerca a nosotros con necesidad”. Compartimos a continuación el texto de su homilía, traducido del italiano:

Al tiempo que conmemoramos con gratitud el don de esta sede de la Universidad Católica, quiero compartir algunos pensamientos a propósito de su nombre. La Universidad está dedicada al Sagrado Corazón de Jesús, a quien está dedicado este día, primer viernes del mes. Contemplando el Corazón de Cristo podemos dejarnos guiar por tres palabras: recuerdo, pasión y consuelo.

Recuerdo. Re-cordar significa “volver al corazón, volver con el corazón”. Re-cordar. ¿A qué nos hace volver el Corazón de Cristo? A cuanto ha hecho por nosotros: el Corazón de Cristo nos muestra a Jesús que se ofrece: es el compendio de su misericordia. Mirándolo –como hace Juan en el Evangelio (19, 31-37) –, es natural hacer memoria de su bondad, que es gratuita, no se compra ni se vende, es incondicional, no depende de nuestras obras, es soberana. Y conmueve. En la prisa de hoy, entre mil carreras y continuos afanes, estamos perdiendo la capacidad de conmovernos y de sentir compasión, porque estamos perdiendo este regreso al corazón, es decir el recuerdo, la memoria, el regreso al corazón. Sin memoria se pierden las raíces y sin raíces no se puede crecer. Nos hace bien alimentar la memoria de quien nos ha amado, nos ha cuidado, levantado. Quiero renovar hoy mi “gracias” por los cuidados y el afecto que recibí aquí. Creo que en este tiempo de pandemia nos hace bien hacer memoria también de los períodos más sufridos: no para entristecernos, sino para no olvidar, y para orientarnos en las decisiones a la luz de un pasado muy reciente.

Yo me pregunto: ¿cómo funciona nuestra memoria? Simplificando, podríamos decir que recordamos a alguien o algo cuando nos toca el corazón, cuando nos une a un particular afecto o a una falta de afecto. Pues bien, el Corazón de Jesús cura nuestra memoria porque la relaciona al afecto fundamental. La enraíza con la base más sólida. Nos recuerda que cualquier cosa que nos suceda en la vida, somos amados. Sí, somos seres amados, hijos que el Padre ama siempre y de cualquier forma, hermanos para los que el Corazón de Cristo palpita. Cada vez que escrutamos ese Corazón nos descubrimos «enraizados y fundados en la caridad», como dijo el Apóstol Pablo en la primera lectura de hoy (Ef 3, 17).

Cultivemos esta memoria, que se refuerza cuando estamos frente a frente con el Señor, sobre todo cuando nos dejamos mirar y amar por Él en la adoración. Pero podemos cultivar también entre nosotros el arte del recuerdo, haciendo tesoro de los rostros que encontramos. Pienso en los días cansados en el hospital, en la Universidad, en el trabajo. Corremos el riesgo de que todo pase sin dejar huella o que queden en nosotros solamente tanto cansancio y fatiga. Nos hace bien, por la tarde, hacer una reseña de los rostros que hemos encontrado, las sonrisas recibidas, las palabras buenas. Son recuerdos de amor y ayudan a nuestra memoria a reencontrarse a sí misma: que nuestra memoria se reencuentre a sí misma. ¡Qué importantes son estos recuerdos en los hospitales! Pueden dar sentido a la jornada de un enfermo. Una palabra fraterna, una sonrisa, una caricia en el rostro: son recuerdos que sanan por dentro, hacen bien al corazón. No olvidemos la terapia del recuerdo: ¡hace mucho bien!

Pasión es la segunda palabra. Pasión. La primera es la memoria, recordar; la segunda es pasión. El Corazón de Cristo no es una devoción piadosa para sentir un poco de calor por dentro, no es una estampita tierna que suscita afecto, no, no es esto. Es un corazón apasionado –basta con leer el Evangelio–, un corazón herido de amor, destrozado por nosotros en la cruz. Hemos escuchado cómo el Evangelio habla de ello: «Una lanza le atravesó el costado, y de inmediato salieron sangre y agua» (Jn 19, 34). Traspasado, da; muerto, nos da vida. El Sagrado Corazón es el icono de la pasión: nos muestra la ternura visceral de Dios, su pasión amorosa por nosotros, y al mismo tiempo, clavado en la cruz y rodeado de espinas, hace ver cuánto sufrimiento costó nuestra salvación. En la ternura y en el dolor, ese Corazón revela en resumen cuál es la pasión de Dios. ¿Cuál es? El hombre, nosotros. ¿Y cuál es el estilo de Dios? Cercanía, compasión y ternura. Este es el estilo de Dios: cercanía, compasión y ternura.

¿Qué nos sugiere esto? Que, si queremos amar de verdad a Dios, debemos apasionarnos por el hombre, por cada hombre, sobre todo por aquel que vive la condición en la que el Corazón de Cristo se manifestó, es decir el dolor, el abandono, el descarte; sobre todo en esta cultura del descarte que vivimos hoy. Cuando servimos a quien sufre consolamos y alegramos al Corazón de Cristo. Un pasaje del Evangelio impacta. El evangelista Juan, precisamente en el momento en que relata el episodio del costado traspasado, del que brotan sangre y agua, da testimonio para que nosotros creamos (cf. v. 35). San Juan escribe, en otras palabras, que en ese momento sucede el testimonio. Porque el corazón destrozado de Dios es elocuente. Habla sin palabras, porque es misericordia en estado puro, amor que es herido y da la vida. Es Dios, con la cercanía, la compasión y la ternura. ¡Cuántas palabras decimos de Dios sin hacer brillar el amor! Pero el amor habla por sí mismo, no habla de sí mismo. Pidamos la gracia de apasionarnos por el hombre que sufre, de apasionarnos por el servicio, para que la Iglesia, antes que tener palabras que decir, mantenga un corazón que late de amor. Antes de hablar, que aprenda a mantener el corazón en el amor.

La tercera palabra es consuelo. La primera era recuerdo coma la segunda pasión, la tercera es consuelo. Ésta indica una fuerza que no viene de nosotros, sino de quien está con nosotros: de ahí viene la fuerza. Jesús, el Dios-con-nosotros, nos da esta fuerza, su corazón da valentía en las adversidades. Muchas incertidumbres nos asustan: en este tiempo de pandemia nos hemos descubierto más pequeños, más frágiles. No obstante tantos maravillosos progresos, se ve también en el campo médico: ¡cuántas enfermedades raras y desconocidas! Cuando encuentro, en las audiencias, personas – sobre todo niños, niñas– y pregunto: “¿Está enfermo?” – [responden] “Una enfermedad rara”. ¡Cuántas hay, hoy! Qué difícil es estar al día con las patologías, con las estructuras de cuidado, con un sistema de salud que de verdad sea como debe ser, para todos. Podríamos desanimarnos. Por esto necesitamos consuelo –la tercera palabra–. el Corazón de Jesús late por nosotros siempre al ritmo de esas palabras: “¡Ánimo, ánimo, no tengan miedo, yo estoy aquí!”. Ánimo hermana, ánimo hermano, no te desanimes, el Señor tu Dios es más grande que tus males, te toma de la mano y te acaricia, está cerca de ti, es compasivo, es tierno. Él es tu consuelo.

Si miramos la realidad a partir de la grandeza de su Corazón, la perspectiva cambia, cambia nuestro conocimiento de la vida para que, como nos recordó San Pablo, conozcamos «el amor de Cristo que supera todo conocimiento» (Ef 3, 19). Animémonos con esta certeza, con el consuelo de Dios. Y pidamos al Sagrado Corazón la gracia de ser capaces a nuestra vez de consolar. Es una gracia que se nos pide, mientras nos esforzamos con ánimo a abrirnos, a ayudarnos, a cargar cada uno los pesos de los demás. Esto es válido también para el futuro de los sistemas de salud, en particular de los sistemas de salud “católicos”: compartir, apoyarse, caminar juntos.

Que Jesús abra los corazones de quienes cuidan a los enfermos a la colaboración y a la cohesión. A tu Corazón, Señor, encomendamos la vocación al cuidado: haz que sintamos como querida a cada persona que se acerca a nosotros en la necesidad. Amén.

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