RATZINGER, UN MAGISTERIO LUMINOSO Y UN AMOR INDEFECTIBLE A LA VERDAD: PALABRAS DEL PAPA EN LA CEREMONIA DE ENTREGA DEL PREMIO RATZINGER (13/11/2021)

Tras la pausa del año pasado, debida a la pandemia, alrededor de 180 personas asistieron la mañana de este 13 de noviembre a la Sala Clementina, a la ceremonia de entrega del Premio Ratzinger de manos del Papa Francisco. Su Santidad aprovechó para saludar y hablar con estima y afecto de su predecesor “un ejemplo de dedicación apasionada al estudio y a la investigación” que siempre ha unido “su fe y su servicio a la Iglesia”. Un pontificado caracterizado por un magisterio luminoso y un amor indefectible a la Verdad. Los galardonados de este 2021 son la profesora Hanna-Barbara Gerl-Falkovitz y al profesor Ludger Schwienhorst-Schönberger. También estuvieron presentes el profesor Jean-Luc Marion y a la profesora Tracey Rowland, galardonados con el Premio Ratzinger en 2020. Compartimos a continuación, el texto de las palabras del Papa, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas:

A todos ustedes les dirijo de corazón mi bienvenida. Agradezco al Card. Ravasi, a Mons. Voderholzer y al P. Lombardi por sus palabras de introducción y presentación.

Saludo a las personalidades aquí presentes galardonadas con el premio Ratzinger: al Prof. Jean-Luc Marion y a la Prof. Tracey Rowland, a quienes el año pasado no pudimos festejar debido a la pandemia; a la Prof. Hanna-Barbara Gerl-Falkovitz y al Prof. Ludger Schwienhorst-Schönberger, que reciben el premio este año. Y con placer recibo a sus familiares y amigos.

Saludo a los responsables de la Fundación Vaticana Joseph Ratzinger–Benedicto XVI, a los miembros del Comité Científico, del Consejo de Administración y del Colegio de Revisores, con sus patrocinadores, amigos y colaboradores.

Y estoy contento de que, después de la interrupción del año pasado, podamos retomar la hermosa tradición de este encuentro. La agradecida participación de distintas personalidades premiadas en los años anteriores demuestra también que este acto, además de reconocer los altos méritos culturales de algunos estudiosos y artistas, establece una unión durable, una relación fecunda por la presencia y el servicio de la Iglesia en el mundo de la cultura.

La comunidad de los premiados se ensancha cada año, más allá del número, también en la variedad de países representados, hasta ahora quince, en todos los continentes incluida Oceanía – hoy tenemos de hecho con nosotros a la Prof. Rowland, venida especialmente desde Australia gracias a la reciente reapertura de los viajes. Y, como hemos escuchado, se ensancha también en la variedad de las disciplinas de estudio y de las artes cultivadas.

La dinámica de la mente y del espíritu humano verdaderamente no tiene confines en conocer y en crear. Este es un efecto de la “chispa” encendida por Dios en la persona hecha a su imagen, capaz de buscar y encontrar significados siempre nuevos en la creación y en la historia, y de continuar expresando la vitalidad del espíritu al moldear y transfigurar la materia.

Pero los frutos de la investigación y del arte no maduran por casualidad y sin trabajo. El reconocimiento se extiende entonces al mismo tiempo al compromiso prolongado y paciente que éstos requirieron para llegar a la maduración. La Escritura nos habla de la creación de Dios como de un “trabajo”. Rendimos pues homenaje no sólo a la profundidad del pensamiento y de los escritos, o a la belleza de las obras artísticas, sino también al trabajo gastado generosamente y con pasión por tantos años, para enriquecer el inmenso patrimonio humano y espiritual que hay que compartir. Es un servicio inestimable para la elevación del espíritu y de la dignidad de la persona, para la calidad de las relaciones en la comunidad humana y para la fecundidad de la misión de la Iglesia.

Ha bastado la breve presentación de los premiados y de sus obras – que escuchamos hace poco–, para sentirnos fascinados y atraídos por las corrientes del espíritu. nos ha invitado a ir de la reflexión filosófica sobre la religión a la escucha y la interpretación de la palabra de Dios, del cantar de los cantares a la fenomenología del ser y del amor como don hemos escuchado evocar los nombres de los mayores interlocutores de nuestro trabajo intelectual: grandes maestros de la filosofía y de la teología de nuestro tiempo, de Guardini a De Lubac, de Edith Stein a Lévinas, Ricœur y Derrida, hasta McIntyre; y otros que se podrían agregar. Nos educan en el pensar para vivir cada vez más profundamente la relación con Dios y con los demás, para orientar el actuar humano con las virtudes y sobre todo con el amor. Entre estos maestros debe ser contado un teólogo que ha sabido abrir y alimentar su reflexión y su diálogo cultural hacia todas estas direcciones en conjunto, porque la fe y la Iglesia viven en nuestro tiempo y son amigas de toda investigación en la verdad. Hablo de Joseph Ratzinger.

Este premio justamente se entrega en nombre de mi predecesor. Entonces es para mí, junto a ustedes, la ocasión para dirigirle una vez más nuestro pensamiento afectuoso, de reconocimiento y admiración.

Hace pocos meses dimos gracias al Señor junto con él, en ocasión del 70º aniversario de su ordenación sacerdotal; y sentimos que él nos acompaña con la oración, teniendo su mirada continuamente vuelta hacia el horizonte de Dios. Basta mirarlo para darse cuenta. Hoy le agradecemos en particular porque ha sido también ejemplo de dedicación apasionada al estudio, a la investigación, a la comunicación escrita y oral; y porque siempre ha unido plena y armoniosamente su investigación cultural con su fe y su servicio a la Iglesia.

No olvidemos que Benedicto XVI siguió estudiando y escribiendo hasta el fin de su pontificado. Hace aproximadamente diez años, mientras cumplía sus responsabilidades de gobierno, estaba entregado a completar su trilogía sobre Jesús y así dejarnos un testimonio personal único de su constante búsqueda del rostro del Señor. Es la es la búsqueda más importante de todas, que él después ha continuado realizando en la oración. Nos sentimos inspirados y animados por él, y le aseguramos nuestro recuerdo en el Señor y en nuestra oración

Como sabemos, las palabras de la Tercera Tarta de Juan “cooperatores veritatis” son el lema elegido por él cuando se convirtió en Arzobispo de Mónaco. Estas palabras expresan el hilo conductor de las diversas etapas de toda su vida, desde el estudio hasta la enseñanza académica, hasta el Ministerio Episcopal, al servicio para la Doctrina de la Fe – al cual fue llamado por San Juan Pablo II hace 40 años – hasta el Pontificado, caracterizado por un luminoso magisterio y un indefectible amor por la Verdad. Cooperatores Veritatis es, por tanto, también el lema que aparece en el diploma que le es entregado a los premiados, para que continúe inspirando su trabajo.

Son palabras en las que también cada uno de nosotros puede y debe inspirarse en su actividad y en su vida, y que dejo a todos ustedes, queridos amigos, como deseo, junto con mi bendición. Gracias.

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