MENTE, CORAZÓN Y MANOS, HACIENDO LO QUE DEBEN HACER: PALABRAS DEL PAPA A LAS HERMANAS CLARISAS EN ASÍS (12/11/2021)

El Papa Francisco se encontró este 12 de noviembre con las monjas de la comunidad de las Clarisas en Asís, previamente al Encuentro de Oración y Testimonios en Asís, acto celebrado dentro del marco de la Jornada Mundial de los Pobres que se celebra este próximo 14 de noviembre. Reproducimos a continuación las palabras del Papa, traducidas del italiano:

Hagan siempre fiesta: es una verdadera Clarisa, está... Siempre. Porque San Agustín decía sobre esto que es necesario estar siempre atentos. Decía: “Tengo miedo de que el Señor pase y yo no me dé cuenta, de que está pasando”. Esta atención al Espíritu, y también ustedes, de la esposa que siempre espera que pase el Señor. Es hermoso esto, estar atentos. El alma atenta, no el alma dispersa por todos lados, no, atenta, esperando al Señor. Me gusta cuando encuentro contemplativas que están atentas.

Y para estar atentas, hace falta tener en paz tres cosas.

Tener en paz la cabeza. Porque a veces, ustedes saben, la cabeza da vueltas... Siempre hay personas, también yo, todos, con la tentación de estar por todos lados, mirando... De niño, recuerdo que en el barrio había una señora a la que llamábamos – no sé si la traducción sea así – la “finestrona”, porque detrás de la reja de la ventana, estaba todo el día mirando lo que pasaba. No, esa atención no sirve, porque está dispersa en lo que sucede. Más bien la atención de la mente que está limpia, está atenta a lo que sucede, porque piensa bien. Por ejemplo, una mente que piensa bien es una mente que no pierde el tiempo en pensamientos para hablar de los demás. Piensa bien de la gente. Para pensar mal ya está el diablo, con él solo es suficiente. La mente serena.

Segunda cosa, para estar atentos al Señor, el corazón sereno. Siempre retomar el inicio de la vocación: ¿Por qué fui llamado? ¿Para hacer carrera? ¿Para llegar a aquel lugar o a aquel otro? No. Para amar y para dejarme amar. Y siempre volver a ese inicio de la vocación. Cada uno de nosotros tiene en el corazón el inicio de la vocación. Volver con la memoria, y así organizar el corazón con lo que el corazón sentía en aquel momento. La alegría de seguir a Jesús, de acompañarlo.

Y después, la serenidad de las manos. Es verdad que para orar deben estar así [hace el gesto de las manos juntas]; pero las manos deben también moverse para trabajar. Por decir: un consagrado, una consagrada que no trabaja, que no coma. Esto lo dice Pablo en una Carta a los Tesalonicenses: quien no trabaja, que no coma.

Mente, corazón y manos, siempre haciendo lo que deben hacer, y no haciendo otras cosas.

Y así, yo diría, existe el equilibrio del consagrado, de la consagrada, de la hermana. Es un equilibrio pasional, no es un equilibrio frío: está lleno de amor y de pasión. Y es fácil darse cuenta cuando pasa el Señor, y no dejarlo pasar sin escuchar qué quiere decir. Su trabajo es este. Llevan sobre los hombros los problemas de la Iglesia, los dolores de la Iglesia y también  –me atrevo a decir – los pecados de la Iglesia, nuestros pecados, de los Obispos, somos Obispos pecadores, todos; los pecados de los sacerdotes; los pecados de las almas consagradas… Y los llevan ante el Señor: “Son pecadores, pero olvídalo, perdónalos”, siempre con la intercesión por la Iglesia.

El peligro no es ser pecadores. Si yo ahora preguntara: “¿Quién de ustedes no es pecadora?”, ninguna hablaría. Lo decimos: todos somos pecadores. El peligro es que el pecado se convierta en habitual, como en una actitud normal; porque cuando el pecado, una actitud pecaminosa se convierte en algo así, ya no es pecado, se convierte en corrupción. Y el corrupto es incapaz de pedir perdón, es incapaz de darse cuenta que se ha equivocado. El camino de la corrupción tiene solamente un boleto de ida, difícilmente de regreso en cambio, la vida de los pecadores siente la necesidad de pedir perdón. Nunca pierdan este sentimiento de necesidad de pedir perdón, siempre.

¿Qué significa esto? Que somos pecadores, que no somos corruptos. Si uno en un cierto punto dice: “No, yo no siento el deber de pedir perdón”, cuidado: estás caminando por el camino de la corrupción. Pidan que la Iglesia no sea corrupta, ¡porque la corrupción de la Iglesia es tremenda! Es de “alta calidad”: ¡los sacerdotes, los Obispos, las hermanas corruptas son de altísima calidad! Pensemos en aquellas hermanas jansenistas, por ejemplo, de Port Royal: eran purísimas como ángeles, pero decían que eran soberbias como diablos. Es la corrupción de altísima calidad, la corrupción de la gente buena. Hay un dicho que dice: “Corruptio optimi pessima”, es decir la corrupción de quien es más bueno es pésima, es la peor. Siempre con la humildad de sentirse pecadores, porque el Señor perdona siempre, mira hacia otro lado. Perdona todo.

Me decía un confesor, que estaba en Buenos Aires, de 92 años – todavía sigue confesando, a los 94, siempre tiene cola en el confesionario, es un Capuchino, tiene cola de gente, la cola de hombres, mujeres, niños, jóvenes, trabajadores, sacerdotes, Obispos, hermanas, todo, todo el rebaño del pueblo de Dios va a confesarse con él porque es un buen confesor... – Un día vino al episcopado, todavía no era tan viejo, habrá tenido unos 84 años, vino conmigo y me dijo: “Sabes – me hablaba de tú, le hablaba de tú a todos – sabes, hay un problema...” – “Dime, dime” – “Es que a veces me siento mal porque perdono demasiado... y siento algo dentro...”. Era un hombre de alta oración, de alta contemplación. “Y dime, ¿ qué haces, Luis, cuando te sientes así?” – “Pues, voy a la capilla y hago oración, y digo: ‘Señor, perdóname, por qué perdoné demasiado’.” – “Pero ¿tú eres de manga ancha?” – “No, no, yo digo cosas serias, pero perdono porque me surge el perdonar”. Una vez le dije, no en ese momento, anteriormente: “¿Recuerdas alguna vez no haber perdonado?” – “No, no recuerdo”. Buen confesor, este. “¿Y qué haces?” – “voy a la capilla, miro el tabernáculo: ‘Señor, perdóname, ¡he perdonado demasiado!’. Pero en un cierto punto le digo: ‘pero ten cuidado: ¡porque fuiste tú quien me dio el mal ejemplo!’”. Dios perdona todo. Solamente pide nuestra humildad de pedir perdón. Por eso es importante no perder esta costumbre de pedir perdón, que es una virtud. En cambio el corrupto la pierde. ¡Pecadores sí, corruptos no!

Yo me preguntaba: pero la Virgen, ¿alguna vez pidió perdón? La Inmaculada… es una pregunta teológica, para hacer a las hermanas... Yo no creo que la Virgen siempre haya estado “por encima de sí misma”: por pequeñas cosas, en que ella creía haberse equivocado, seguramente pedía perdón al Señor, aunque no fuera objetiva, pero era así. Por ejemplo, pienso en ese viaje a Jerusalén, donde el muchacho se escapó y se había quedado ahí: ¡cuántas veces habrá pedido perdón! “Debería haber estado más cerca...”. En la vida hay estas cosas. ¿Por qué digo esto, esta pregunta? Porque incluso el más perfecto debe tener el corazón abierto a pedir perdón, siempre. Es la cosa más hermosa, ser perdonado.

Ayer por la tarde estuve con un grupo de jóvenes que trabaja en la predicación del Evangelio a jóvenes de hoy. jóvenes artistas, esos de bandas que hacen cosas nuevas coma sobre todo en Estados Unidos, Hollywood, esa zona. me hicieron ver – algunos fragmentos – con estos jóvenes de los que algunos dicen no creer ni siquiera en su propia nariz... Hicieron la parábola del hijo pródigo: toda la historia de un joven moderno, actual, que gasta el dinero del papá, que entra en todos los vicios y después finalmente, hablando con un amigo, le dice: “No soy feliz, estoy triste, por qué me falta mi papá, me falta mi papá. He cometido todas estas porquerías y tomé un camino terrible que no me ayuda... Pero no me atrevo a volver a casa porque tengo miedo de que mi papá me rechace o me golpeé o me insulte... No quiero”. Y aquél le dice: “¿No tienes un amigo que vaya a sondear un poco a tu papá: qué sucedería si tu hijo volviera?” – “No, ya no tengo a ninguno” – “Si quieres, puedo ir yo, y le diré que te de una señal” – “¿Qué señal?”. Y hablan de esto. Y al final dice: “Yo voy, hablo con tu papá, le digo que tienes este deseo de pedir perdón y regresar, pero no sabes si serás bien recibido, y que si él te recibirá bien, que ponga un pañuelo blanco en la terraza, que se vea bien”. Y el hijo comenzó el camino, y cuando estuvo cerca de casa, la vio: ¡vio la casa llena de pañuelos blancos! O sea nuestras manos no son suficientes para recibir todo lo que Él nos da, incluso cuando somos pecadores y le pedimos perdón. Y la abundancia de nuestro Padre es así: ¡nos espera con la casa vestida de muchos pañuelos blancos! Es muy generoso.

Recuerdo, volviendo sobre el perdón – a mí me gusta hablar del perdón, porque es una cosa positiva: más que el pecado, el perdón – cuando Pedro pregunta al señor: “¿Pero cuántas veces debo perdonar? ¿Siete veces está bien?” – “Setenta veces siete”, es decir siempre. Es más, cuando nos enseña el Padre Nuestro, perdonar a los demás es condición para ser perdonados. Ustedes, en capítulo, por ejemplo – sucederá, no creo que aquí, pero pensemos en otro convento – una de ustedes está enojada, tiene la cara un poco de vinagre, digamos así, “porque estoy enojada con aquella otra, pero que ella venga a pedirme perdón porque fue ella…”. Las pequeñas cosas de la comunidad, todos las conocemos, también he vivido en comunidad y sé cómo es la comunidad. También en la Curia suceden estas cosas... Pero ¡da el primer paso! Sonríe, ¡solamente una sonrisa! Es un hermoso día...

No sé si les hablé de esto, la otra vez: Teresita. Cuando debía salir del coro, antes de la cena, diez minutos antes, para llevar a la madre San Pietro al refectorio porque la pobrecita cojeaba por todos lados; era un poco impaciente, y si Teresita la tocaba decía: “¡No me toques! ¡Si me tocas es pecado!”. Algunas veces sucede, esta amargura. ¿Y qué hacía, Teresita? Una sonrisa, siempre. La llevaba, la hacía sentar, le cortaba el pan, todo, así cuando llegaban las otras hermanas todo estaba listo para comenzar la cena. Y una vez, era tan fuerte la queja de la madre San Pietro, y Teresita escucho la música de un baile [en la casa junto al monasterio] y dijo: “Hay gente que está bailando, gente alegre, gente que se divierte… pero yo no cambio esto por aquello, para mí esto es más hermoso”. La belleza de la caridad fraterna.

Y este vivir la caridad es tener el corazón abierto, las manos abiertas, la mente abierta para el encuentro con el Señor coma para que no pase y yo no me dé cuenta.

Bueno. Alguna quizá está pensando: “¿Cuándo acabará, este padre… es la predicación de Cuaresma?”. Yo les agradezco. Piensen en la Iglesia. Piensen en los ancianos, en los abuelos, que muchas veces son material de descarte: no los quieren tener en la familia porque son molestos y los meten en cualquier lugar... Piensen en las familias, cuánto deben trabajar el papá y la mamá, tantas veces, para llegar a final del mes, para tener algo que comer. Oren por las familias para que sepan educar bien a los hijos. Piensen en los niños, en los jóvenes y en las muchas amenazas de la mundanidad que hace tanto mal. Y oren por la Iglesia. Piensen en las hermanas, en las mujeres consagradas como ustedes, en aquellas que deben trabajar en las escuelas, en los hospitales. Piensen en los sacerdotes. Teresita entró al Carmelo para orar por los sacerdotes: nosotros lo necesitamos, lo necesitamos. Oren también para que sepamos ser pastores y no jefes de oficina: que los curas, sean Obispos, sacerdotes, tengan esta pastoralidad, ser pastores.

No se me ocurre decir otra cosa. ¡Creo que la predicación de Cuaresma fue larga! Les agradezco mucho.

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