LLAMADOS A SER PERSONAS DE PALABRA Y CONSTRUCTORES DE PAZ: PALABRAS DE LEÓN XIV A ESTUDIANTES PARTICIPANTES EN EL JUBILEO DEL MUNDO EDUCATIVO (30/10/2025)
En el nombre del Padre y del Hijo, y del Espíritu Santo.
La paz esté con ustedes.
Queridos jóvenes, ¡buenos días!
¡Qué alegría encontrarme con ustedes! ¡Gracias a ustedes! He esperado este momento con gran emoción: su compañía, de hecho, me hace recordar los años en los que enseñaba matemáticas a jóvenes vivaces como ustedes. Les agradezco por haber respondido así, para estar aquí hoy, para compartir las reflexiones y las esperanzas que, a través de ustedes, entrego a nuestros amigos repartidos por todo el mundo.
Quisiera comenzar recordando a Pier Giorgio Frassati, un estudiante italiano que, como saben, fue canonizado durante este año jubilar. Con su alma apasionada por Dios y por el prójimo, este joven santo acuñó dos frases que repetía a menudo, casi como un lema, él decía: “Vivir sin fe no es vivir, sino ir tirando”, y además “Hacia lo alto”. Son afirmaciones muy ciertas y alentadoras. También a ustedes, por ello, les digo: tengan la audacia de vivir en plenitud. No se conformen con las apariencias o las modas: una existencia reducida a lo pasajero nunca nos satisface. En cambio, que cada uno diga en su corazón: “Sueño más, Señor, quiero más: ¡inspírame tú!”. Este deseo es su fuerza y expresa bien el compromiso de los jóvenes que proyectan una sociedad mejor, de la que no aceptan quedarse como espectadores. Los animo, por tanto, a tender constantemente “hacia lo alto”, encendiendo el faro de la esperanza en las horas oscuras de la historia. Qué hermoso si un día su generación fuera reconocida como la “generación plus”, recordada por el impulso adicional que sabrán dar a la Iglesia y al mundo.
Esto, queridos jóvenes, no puede quedarse en el sueño de una sola persona: unámonos entonces para realizarlo, dando testimonio juntos de la alegría de creer en Jesucristo. ¿Cómo podemos lograrlo? La respuesta es esencial: a través de la educación, uno de los instrumentos más hermosos y poderosos para cambiar el mundo.
El amado Papa Francisco, hace cinco años, lanzó el gran proyecto del Pacto Educativo Global, es decir, una alianza de todos aquellos que, de distintas formas, trabajan en el ámbito de la educación y la cultura, para involucrar a las jóvenes generaciones en una fraternidad universal. Ustedes, de hecho, no son sólo destinatarios de la educación, sino sus protagonistas. Por eso, hoy les pido que se alíen para abrir una nueva etapa educativa, en la que todos – jóvenes y adultos – nos convirtamos en testigos creíbles de verdad y de paz. Por eso les digo: están llamados a ser truth-speakers y peace-makers, personas de palabra y constructores de paz. Involucren a sus coetáneos en la búsqueda de la verdad y en el cultivo de la paz, expresando estas dos pasiones con su vida, con sus palabras y con sus gestos cotidianos.
Al respecto, al ejemplo de San Pier Giorgio Frassati uno una reflexión de San John Henry Newman, un santo estudioso, que pronto será proclamado Doctor de la Iglesia. Él decía que el saber se multiplica cuando se comparte y que es en la conversación de las mentes donde se enciende la llama de la verdad. Así, la verdadera paz nace cuando muchas vidas, como estrellas, se unen y forman un diseño. Juntos podemos formar constelaciones educativas que orientan el camino futuro.
Como exprofesor de matemáticas y física, permítanme hacer con ustedes algunos cálculos. ¿Tendrán el examen de matemáticas dentro de poco, quizás? Veamos... ¿Saben cuántas estrellas hay en el universo observable? Es un número impresionante y maravilloso: un sextillón de estrellas – ¡un 1 seguido de 21 ceros! Si las dividiéramos entre los 8 mil millones de habitantes de la Tierra, cada hombre tendría para sí cientos de miles de millones de estrellas. A simple vista, en las noches despejadas, podemos ver unas cinco mil. Aunque las estrellas son miles de millones, sólo vemos las constelaciones más cercanas: éstas, sin embargo, nos indican una dirección, como cuando se navega por el mar.
Desde siempre los viajeros han encontrado su ruta en las estrellas. Los marineros seguían la Estrella Polar; los polinesios cruzaban el océano memorizando mapas estelares. Según los campesinos de los Andes, a quienes conocí como misionero en Perú, el cielo es un libro abierto que marca las estaciones de la siembra, la esquila y los ciclos de la vida. Incluso los Magos siguieron una estrella para llegar a Belén y adorar al Niño Jesús.
Como ellos, ustedes también tienen estrellas-guía: los padres, los maestros, los sacerdotes, los buenos amigos, brújulas para no perderse en los acontecimientos felices y tristes de la vida. Como ellos, están llamados a convertirse a su vez en testigos luminosos para quienes están cerca. Pero, como decía, una estrella sola sigue siendo un punto aislado. Cuando se une a las demás, en cambio, forma una constelación, como la Cruz del Sur. Así son ustedes: cada uno es una estrella y juntos están llamados a orientar el futuro. La educación une a las personas en comunidades vivas y organiza las ideas en constelaciones de sentido. Como escribe el profeta Daniel, «los que hayan enseñado a muchos la justicia brillarán como las estrellas para siempre» (Dan 12, 3): qué maravilla: somos estrellas, sí, porque somos destellos de Dios. Educar significa cultivar este don.
La educación, de hecho, nos enseña a mirar hacia lo alto, cada vez más hacia lo alto. Cuando Galileo Galilei apuntó su telescopio hacia el cielo, descubrió mundos nuevos: las lunas de Júpiter, las montañas de la Luna. Así es la educación: un telescopio que les permite mirar más allá, descubrir lo que por sí solos no verían. No se detengan, pues, a mirar el teléfono celular y sus rápidos fragmentos de imágenes: miren al Cielo, miren hacia lo alto.
Queridos jóvenes, ustedes mismos han sugerido el primero de los nuevos retos que nos comprometen en nuestro Pacto Educativo Global, expresando un deseo fuerte y claro; dijeron: “Ayúdennos en la educación para la vida interior”. Quedé realmente impactado por esta petición. No basta con tener una gran ciencia, si luego no sabemos quiénes somos y cuál es el sentido de la vida. Sin silencio, sin escucha, sin oración, incluso las estrellas se apagan. Podemos saber mucho del mundo e ignorar a nuestro corazón: también a ustedes les habrá pasado que perciben esa sensación de vacío, de inquietud que no los deja en paz. En los casos más graves, asistimos a episodios de malestar, violencia, acoso, opresión, incluso a jóvenes que se aíslan y ya no quieren relacionarse con los demás. Pienso que detrás de estos sufrimientos también hay un vacío excavado por una sociedad incapaz de educar la dimensión espiritual, no sólo técnica, social o moral de la persona humana.
De joven, San Agustín era un chico brillante, pero profundamente insatisfecho, como leemos en su autobiografía, Las Confesiones. Buscaba por todas partes, entre la carrera y los placeres, y hacía de todo, sin encontrar ni la verdad ni la paz. Hasta que descubrió a Dios en su corazón, escribiendo una frase muy profunda, que vale para todos nosotros: «Mi corazón está inquieto hasta que no descanse en Ti». Esto es entonces lo que significa educar para la vida interior: escuchar nuestra inquietud, no huir de ella ni atiborrarla con lo que no sacia. Nuestro deseo de infinito es la brújula que nos dice: “No te conformes, estás hecho para algo más grande”, “no vayas tirando, sino vive”.
El segundo de los nuevos retos educativos es un compromiso que nos afecta cada día y en el que ustedes son maestros: la educación digital. Ustedes viven en ella, y eso no es malo: hay enormes oportunidades de estudio y comunicación. ¡No dejen, sin embargo, que sea el algoritmo el que escriba su historia! Sean ustedes los autores: usen con sabiduría la tecnología, pero no dejen que la tecnología los use a ustedes.
También la inteligencia artificial es una gran novedad – una de las rerum novarum, es decir, de las cosas nuevas – de nuestro tiempo: no basta, sin embargo, con ser “inteligentes” en la realidad virtual, sino que hay que ser humanos con los demás, cultivando una inteligencia emocional, espiritual, social, ecológica. Por eso les digo: edúquense para humanizar lo digital, construyéndolo como un espacio de fraternidad y creatividad, no una jaula en la que encerrarse, no una dependencia o una evasión. En lugar de ser turistas de la red, ¡sean profetas en el mundo digital!
En este sentido, tenemos ante nosotros un ejemplo muy actual de santidad: San Carlo Acutis. Un joven que no se hizo esclavo de la red, usándola en cambio con habilidad para el bien. San Carlo unió su hermosa fe a su pasión por la informática, creando un sitio web sobre los milagros eucarísticos y haciendo así de Internet un instrumento para evangelizar. Su iniciativa nos enseña que lo digital es educativo cuando no nos encierra en nosotros mismos, sino que nos abre a los demás: cuando no te pone en el centro, sino que te concentra en Dios y en los demás.
Muy queridos todos, llegamos finalmente al tercer nuevo gran reto que hoy les confío y que está en el corazón del nuevo Pacto Educativo Global: la educación para la paz. Ven bien cómo nuestro futuro está amenazado por la guerra y el odio que dividen a los pueblos. ¿Este futuro se puede cambiar? ¡Por supuesto! ¿Cómo? Con una educación para la paz desarmada y que desarma. No basta, de hecho, con hacer callar las armas: es necesario desarmar los corazones, renunciando a toda violencia y vulgaridad. De este modo, una educación que desarma y desarmada crea igualdad y crecimiento para todos, reconociendo la misma dignidad de cada chico y chica, sin dividir nunca a los jóvenes entre unos pocos privilegiados que tienen acceso a escuelas muy costosas y muchos que no tienen acceso a la educación. Con gran confianza en ustedes, los invito a ser constructores de paz, ante todo, allí donde viven, en la familia, en la escuela, en el deporte y entre los amigos, yendo al encuentro de quienes provienen de otra cultura.
Para concluir, muy queridos todos, que su mirada no se dirija a las estrellas fugaces, en las que se confían deseos frágiles. Miren aún más arriba, hacia Jesucristo, «el sol de justicia» (cf. Lc 1, 78), que los guiará siempre por los senderos de la vida.
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