LA PAZ ES CONSTRUIR UNA CONVIVENCIA DIGNA Y PRÓSPERA: DISCURSO DE LEÓN XIV EN SU VISITA AL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA ITALIANA (14/10/2025)
Señor Presidente:
Le agradezco por las gentiles palabras que me ha dirigido y por la invitación a venir aquí, al Quirinal, Palacio en el que están muy vinculadas la historia de la Iglesia Católica y la memoria de numerosos Pontífices.
Como Obispo de Roma y Primado de Italia, para mí es significativo renovar, con esta visita, el fuerte vínculo que une a la Sede de Pedro con el pueblo italiano, a quien usted representa, en el marco de las cordiales relaciones bilaterales que existen entre Italia y la Santa Sede, marcadas de manera estable por sincera amistad y colaboración activa mutua.
Se trata, por lo demás, de una feliz Unión que tiene sus raíces en la historia de esta península y en la larga tradición religiosa y cultural de este país. Nos damos cuenta de los signos de ello Por ejemplo en las innumerables iglesias y campanarios que pueblan el territorio, a menudo verdaderos cofres de arte y de devoción, en los cual es la creatividad innata de este pueblo, unida a su fe genuina y sólida, nos ha entregado el testimonio de mucha belleza: artística, ciertamente, pero sobre todo moral y humana.
Aprovecho la ocasión de nuestro encuentro para expresar la viva gratitud de la Santa Sede por cuanto las autoridades italianas han hecho y siguen haciendo en ocasión de varios y exigentes eventos eclesiales con su centro en Roma y de resonancia universal.
Me importa en particular manifestar el reconocimiento por el esfuerzo amplio a varios niveles en las circunstancias de la muerte de mi venerado predecesor, el Papa Francisco. Precisamente aquí, en el Quirinal, él había dicho: «Mis raíces están en este país» (Discurso en la visita oficial al Presidente de la República Italiana, 10 de junio 2017), y ciertamente su amor por la tierra y el pueblo italianos encontró en esos días una respuesta conmovedora y cálida, que se manifestó también en el grande y perspicaz esfuerzo realizado durante el siguiente Cónclave para la elección del nuevo Pontífice.
Una vez más quiero dar un sentido “gracias” a usted, señor Presidente y a todo El País por el hermoso testimonio de acogida, así como de eficiente organización, que Italia desde hace meses está ofreciendo, durante el desarrollo del Año Jubilar, bajo distintos aspectos – logística, seguridad, predisposición y administración de infraestructuras y servicios, y mucho más –, abriendo sus brazos y mostrando su rostro hospitalario a muchos peregrinos que llegan aquí desde todas partes del mundo. La Iglesia está celebrando el Jubileo de la esperanza. El Papa Francisco, en la Bula Spes non confundit, con la que lo declaraba en mayo de 2024, subrayaba la importancia de «poner atención al mucho bien que está presente en el mundo para no caer en la tentación de considerarnos sobrepasados por el mal y la violencia» (n. 7). Pienso que la hermosa sinergia y colaboración, que estamos viviendo en estos días, constituye ya en sí misma un signo de esperanza para todos aquellos que con fe vienen a atravesar la Puerta Santa y a orar en las tumbas de Pedro y los Apóstoles.
Dentro de pocos años celebraremos el centenario de los Pactos Lateranenses. Con mayor razón me parece justo reiterar, al respecto, qué importante es la recíproca distinción de los ámbitos, a partir de la cual, en un clima de cordial respeto, la Iglesia Católica y el Estado Italiano colaboran para el bien común, al servicio de la persona humana, cuya dignidad inviolable debe siempre estar en primer lugar en los procesos de decisión y en las acciones, a todos los niveles, para el desarrollo social, especialmente para la protección de los más frágiles y necesitados. Al respecto, alabo y animo el esfuerzo recíproco para marcar toda colaboración a la luz y en el pleno respeto del Concordato de 1984.
Como desafortunadamente es evidente, vivimos tiempos en los cuales, junto a tantos signos de esperanza, son muchas las situaciones de grave sufrimiento que hieren a la humanidad a nivel mundial y requieren respuestas urgentes y al mismo tiempo de largo plazo.
El primer compromiso que, al respecto, deseo recordar, es el de la paz. Son numerosas las guerras que devastan a nuestro planeta y, mirando las imágenes, leyendo las noticias, escuchando las voces, encontrando a las personas que son dolorosamente afectadas por ellas, vuelven a hacer eco fuertes y proféticas las palabras de mis predecesores. ¿Cómo no recordar la advertencia irrefutable e ignorada de Benedicto XV, durante el primer conflicto mundial (cf. Carta a los jefes de los pueblos beligerantes, 1º de agosto 1917)? ¿Y, en las vísperas del segundo, el del venerable Pío XII (cf. Radio mensaje a los gobernantes y a los pueblos en el inminente peligro de la guerra, 24 de agosto 1939)? Miramos los rostros de los que son afectados por la ferocidad irracional de quienes sin piedad planifican muerte y destrucción. Escuchamos su grito y recordamos, con el Santo Papa Juan XXIII, que «todo ser humano es persona, es decir una naturaleza dotada de inteligencia y voluntad libre; y por tanto es sujeto de derechos y deberes que surgen inmediata y simultáneamente de su misma naturaleza: derechos y deberes que son por ello universales, inviolables, inalienables» (Carta enc. Pacem in terris, 11 de abril 1963, 5). Renuevo por tanto el sentido llamado para que se siga trabajando para restablecer la paz en todas partes del mundo y para que y cada vez más se cultiven y se promuevan los principios de justicia, de equidad y cooperación entre los pueblos que de manera irrenunciable están en la base de ella (cf. S. Pablo VI, Mensaje para la celebración de la I Jornada Mundial de la Paz, 1º de enero 1968).
Al respecto, expreso mi aprecio por el compromiso del Gobierno italiano en favor de muchas situaciones de penurias vinculadas a la guerra y la miseria, en particular con respecto a los niños de Gaza, también en colaboración con el Hospital Bambino Gesù. Se trata de fuertes y eficaces contribuciones para la construcción de una convivencia digna, pacífica y próspera para todos los miembros de la familia humana.
Con tal finalidad, además, es necesario ciertamente el compromiso común porque el Estado Italiano y la Santa Sede siempre han prodigado y siguen poniendo a favor del multilateralismo. Se trata de un valor importantísimo. Los complejos desafíos de nuestro tiempo, de hecho, hacen más que nunca necesario que se busquen y adopten soluciones compartidas. Por ello es indispensable implementar sus dinámicas y procesos, recordando sus objetivos originales, dirigidos principalmente a resolver los conflictos y a favorecer el desarrollo (cf. Francisco, Carta enc. Fratelli tutti, 3 de octubre 2020, 172), promoviendo lenguajes transparentes y evitando ambigüedades que pueden provocar divisiones (cf. id., Discurso los miembros del Cuerpo Diplomático, 9 de enero 2025).
Nos preparamos para celebrar, en el año por venir, un importante aniversario: el octavo centenario de la muerte de San Francisco de Asís, Patrono de Italia, el 3 de octubre de 1226. Esto nos ofrece la ocasión para colocar un acento en la urgente cuestión del cuidado de la “casa común”. San Francisco nos enseñó a alabar al Creador en el respeto a todas las criaturas, lanzando su mensaje desde el “corazón geográfico” de la península y haciéndolo llegar, por la belleza de sus escritos y el testimonio suyo y de sus hermanos, a través de las generaciones hasta nosotros. Por ello, consideró que Italia ha recibido de manera especial la misión de transmitir a los pueblos la cultura que reconoce a la tierra «como una hermana, con la cual compartimos la existencia, y como una madre hermosa que nos acoge entre sus brazos» (Francisco, Carta enc. Laudato si’, 1).
En las últimas décadas asistimos en Europa, como sabemos, al fenómeno de un notable descenso de la natalidad. Esto requiere un compromiso para promover decisiones a varios niveles en favor de la familia, apoyando sus esfuerzos, promoviendo sus valores, protegiendo sus necesidades y derechos. “Padre”, “madre”, “hijo”, “hija”, “abuelo”, “abuela”, son, en la tradición italiana, palabras que exprimen y suscitan naturalmente sentimientos de amor, respeto y dedicación, a veces heroica, para el bien de la comunidad doméstica y, por tanto, el de toda la sociedad. En particular, quisiera subrayar la importancia de garantizar a todas las familias el apoyo indispensable de un trabajo digno, en condiciones equitativas y con la atención a las exigencias ligadas con la maternidad y la paternidad. Hagamos todo lo posible para dar confianza a las familias, sobre todo a las jóvenes familias, para que puedan mirar serenamente hacia el futuro y crecer en armonía.
En este marco se inscribe la fundamental importancia, a todos los niveles, del respeto y la protección de la vida, en todas sus fases, desde la concepción hasta la edad avanzada, hasta el momento de la muerte (cf. Francisco, Discurso a la Asamblea Plenaria de la Pontificia Academia para la Vida, 27 de septiembre 2021). Espero que se continúe haciendo crecer esta sensibilidad, también en lo que respecta a el acceso a los cuidados médicos y a las medicinas, según las necesidades de cada persona.
Expreso gratitud por la asistencia que este país ofrece con gran generosidad a los migrantes, que cada vez más tocan a sus puertas, así como también su compromiso en la lucha contra el tráfico de seres humanos. Se trata de desafíos complejos de nuestros tiempos, ante los cuales Italia nunca se ha hecho para atrás. Animo a mantener siempre viva la actitud de apertura y solidaridad. Al mismo tiempo quisiera recordar la importancia de una constructiva integración de quienes llegan con los valores y tradiciones de la sociedad italiana, para que el don recíproco que se realiza en este encuentro de pueblos sea realmente para el enriquecimiento y el bien de todos. Al respecto, subrayo qué valioso es, para cada uno, amar y comunicar la propia historia y cultura, con sus signos y expresiones: entre más se reconoce y se ama serenamente aquello que se es, más fácil es encontrar e integrar al otro sin miedo y con el corazón abierto.
Al respecto, existe una cierta tendencia, en estos tiempos, a no apreciar suficientemente, a distintos niveles, modelos y valores adorados durante los siglos que marcan nuestra identidad cultural, incluso a veces pretendiendo borrar su relevancia histórica y humana. No despreciemos lo que nuestros padres vivieron y lo que nos transmitieron, incluso a costa de grandes sacrificios. No nos dejemos fascinar por modelos masificadores y fluidos, que promueven sólo una apariencia de libertad, para después volver en cambio a las personas dependientes de formas de control como las modas del momento, las estrategias de comercio u otras (cf. Card. Joseph Ratzinger, Homilía en la Misa pro eligendo Romano Pontifice, 18 de abril 2005). Considerar importante la memoria de quienes nos han precedido, atesorar las tradiciones que nos han llevado a ser lo que somos es importante para mirar al presente y al futuro con conciencia, serenidad, responsabilidad y sentido de perspectiva.
Señor Presidente, a usted y, en usted, a todo el pueblo italiano quiero expresarles, en conclusión, mi más vivo deseo de todos los bienes. Italia es un país de una riqueza inmensa, a menudo humilde y oculta, y que por ello a veces necesita ser descubierta y redescubierta. Es esa la hermosa aventura a la cual animo a lanzarse a todos los italianos, para obtener de ella esperanza y enfrentar con confianza los desafíos presentes y futuros. Gracias.
Comentarios