DIOS NOS PREGUNTARÁ SI HEMOS CUIDADO NUESTRA CASA COMÚN: PALABRAS DE LEÓN XIV EN LA CONFERENCIA “RAISING HOPE” (01/10/2025)
Mis queridos hermanos y hermanas, la paz esté con ustedes.
Antes de proceder con algunas observaciones preparadas, quisiera agradecer a los dos conferencistas que me han precedido. Quisiera además agregar que, si realmente hay alguien heroico con nosotros esta tarde, son ustedes, que trabajan juntos para hacer la diferencia.
Saludo cordialmente a los organizadores, los conferencistas, los participantes y aquellos que han hecho posible el desarrollo de esta conferencia “Raising Hope”, en ocasión del décimo aniversario de la Encíclica Laudato si’ sobre el cuidado de la casa común. Agradezco en particular al Movimiento Laudato si’, que desde el principio ha acompañado la difusión e implementación del mensaje del Papa Francisco.
Esta Encíclica ha estimulado fuertemente a la Iglesia Católica y a muchas personas de buena voluntad. Se ha convertido en inspiración para diálogos y ha suscitado grupos de reflexión, programas escolares y universitarios, colaboraciones y proyectos de distinto tipo en todos los continentes. Muchas Diócesis y numerosos Institutos religiosos se han dejado inspirar por acciones de atención a la casa común, que ayuden al mismo tiempo a volver a poner al centro a los pobres y los excluidos. El impacto ha llegado a las cumbres internacionales, a los ámbitos del ecumenismo y el diálogo interreligioso, a los económicos y empresariales, así como también a los estudios teológicos y bioéticos. El lenguaje del “cuidado de la casa común” se ha incorporado a los debates académicos, científicos y políticos.
Las preocupaciones y recomendaciones del Papa Francisco han sido apreciadas y recibidas no solo por los católicos. Muchísimos, incluso fuera de la Iglesia, se han sentido entendidos, representados y apoyados en este preciso período de nuestra historia. En particular, su análisis de la situación (cf. cap. 1), la propuesta del paradigma de la ecología integral (cf. cap.4), el insistente llamado al diálogo (cf. cap. 5), El llamado a enfrentar las causas profundas de los problemas y a «unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sustentable e integral» (n. 13) han suscitado amplio interés. Demos gracias a nuestro Padre que está en los cielos por este don y esta herencia del Papa Francisco. Se trata, en efecto, de desafíos que hoy son más actuales aún que hace diez años. Desafíos de orden social y político, y primero que nada de orden espiritual: éstos demandan una conversión.
Como en cada aniversario, mientras hacemos memoria del pasado con gratitud nos preguntamos qué cosa queda por hacer. Durante estos años hemos pasado de una fase de comprensión y estudio de la Encíclica, a otra de implementación. Ahora, ¿qué hace falta para que el cuidado de la casa común y la atención al grito de la tierra y de los pobres no parezcan como una moda pasajera, o peor aún, que sean vistos y sentidos como temas que dividen? La Exhortación Apostólica Laudate Deum, publicada hace dos años, hacía notar que, después de Laudato si’, «no han faltado personas que han buscado minimizar» (n. 6) los cada vez más evidentes signos del cambio climático, «poner en ridículo a quien habla de calentamiento global» (n. 7) e incluso culpar a los pobres de lo que ellos sufren más que los demás (cf. n. 9).
Junto al compromiso por la difusión del mensaje de la Encíclica, hoy se hace más que nunca necesario volver al corazón. En las Escrituras, el corazón no es sólo el centro de los sentimientos y las emociones: es la sede de la libertad. Si bien incluye a la razón, la trasciende y la transforma, integrando e influenciando todos los aspectos de la persona y de sus vínculos fundamentales. El corazón es el lugar en el cual la realidad externa tiene más impacto, en el que se realiza la búsqueda más profunda, donde se descubren los deseos más auténticos, se encuentra la propia identidad última y se forma en las decisiones. Es solo a través de una vuelta al corazón que puede ocurrir también una verdadera conversión ecológica. Es necesario pasar de colectar datos a cuidar; de discursos ambientalistas a una conversión ecológica que transforme el estilo de vida personal y comunitario. Para quien cree, se trata de una conversión que no es distinta aquella que nos orienta al Dios vivo, por qué no se puede amar al Dios que no se ve despreciando a sus criaturas, y no se puede llamar discípulo de Jesucristo sin participar de su mirada sobre la creación y de su cuidado por lo que es frágil y está herido.
Queridos amigos, movidos por su fe, sean portadores de esa esperanza que nace de reconocer la presencia de Dios que ya actúa en la historia. Recordemos como el Papa Francisco describió a San Francisco de Asís: «Vivía con sencillez y en una maravillosa armonía con Dios, con los demás, con la naturaleza y consigo mismo. En él se encuentra hasta qué punto son inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia hacia los pobres, el compromiso en la sociedad y la paz interior» (Laudato si’, 10). Que cada uno de nosotros pueda crecer en estas cuatro direcciones: con Dios, con los demás, con la naturaleza y consigo mismo, en una actitud constante de conversión. La ecología integral vive de todas estas dimensiones: comprometiéndonos en ellas podemos hacer crecer la esperanza, poniendo en práctica la organización interdisciplinaria de la Laudato si’ y el llamado a la unidad y a la colaboración que de ella surge.
Somos una única familia, con un padre común que hace surgir el sol y caer la lluvia sobre todos (cf. Mt 5, 45); habitamos un mismo planeta, el cual debemos cuidar juntos. Renuevo, entonces, un fuerte llamado a la unidad en torno a la ecología integral y por la paz. Y es alentador observar la diversidad de organizaciones representadas en este congreso, así como la variedad de organizaciones que se adhieren al Movimiento Laudato si’ y a la Plataforma de Acciones.
Por otra parte, el Papa Francisco subrayó que «las soluciones más eficaces no vendrán sólo de esfuerzos individuales, sino sobre todo de las grandes decisiones de la política nacional e internacional» (Laudate Deum, 69). La sociedad, a través de organizaciones no gubernamentales y asociaciones intermedias, debe hacer presión sobre los gobiernos para que desarrollen normas, procedimientos y controles más rigurosos. Si los ciudadanos no vigilan al poder político – nacional, regional y municipal –, no es posible enfrentar los daños ambientales. Además, las legislaciones municipales pueden ser más eficaces si existen acuerdos entre poblaciones vecinas para sostener las mismas políticas (cf. Laudato si’, 179).
Espero que las próximas cumbres internacionales – pienso en la 30ª Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP30), en la sesión del Comité para la seguridad alimentaria de la FAO y en la cumbre sobre el agua que la ONU está organizando para 2026 – puedan escuchar el grito de la Tierra y el grito de los pobres, el grito de las familias, de los pueblos indígenas, de los migrantes involuntarios, de los creyentes de todo el mundo. Y al mismo tiempo animo a todos, sobre todo los jóvenes, a los padres de familia y a quienes trabajan en las administraciones locales y nacionales y en las instituciones a aportar su contribución al «desafío cultural, espiritual y educativo» (Laudato si', 202), mirando siempre y tenazmente por el bien común. No hay espacio para la indiferencia ni para la resignación.
Quisiera concluir con una pregunta que concierne a cada uno de nosotros. Dios nos preguntará si hemos cultivado y custodiado bien este mundo que Él creó (cf. Gen 2, 15), para beneficio de todos y de las generaciones futuras, y si hemos cuidado de nuestros hermanos y hermanas (cf. Gen 4, 9; Jn 13, 34). Entonces, ¿qué responderemos?
Queridos amigos, les agradezco por su compromiso y extiendo con alegría a todos ustedes mi bendición. Gracias.

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