LA IGLESIA REQUIERE UNA MIRADA AMPLIA QUE SEA CAPAZ DE IR MÁS ALLÁ: HOMILÍA DE LEÓN XIV EN LA MISA CON LAS UNIVERSIDADES PONTIFICIAS (27/10/2025)

El Papa León XIV celebró, por la tarde de este 27 de octubre, la misa con los estudiantes de las Universidades Pontificias y firmó la Carta Apostólica a 60 años de la Declaración conciliar “Gravissimum educationis”. En su homilía subrayó que la iglesia necesita una mirada de conjunto y más amplia, que rechace “cualquier lógica parcial” y que venza “la atrofia espiritual”. Además, exhortó a los ateneos a “saciar el hambre de verdad y de sentido, sin los cuales se puede incluso morir”. Compartimos a continuación el texto completo de su homilía traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas:

Encontrarnos en este lugar durante el Año Jubilar es un don que no podemos dar por sentado. Lo es sobre todo porque la peregrinación, para atravesar la Puerta Santa, nos recuerda que la vida está viva sólo si se está en camino, sólo si sabe dar “pasos”, es decir, si es capaz de vivir la Pascua.

Es hermoso pensar en la Iglesia, entonces, que en estos meses, celebrando el Jubileo, experimenta este estar en camino, recordándose a sí misma que necesita convertirse constantemente, que debe siempre caminar detrás de Jesús sin vacilaciones y sin la tentación de sobrepasarlo, que está siempre necesitada de Pascua, es decir, de “pasar” de la esclavitud a la libertad, de la muerte a la vida. Espero que cada uno de ustedes sienta en sí el don de esta esperanza y que el Jubileo sea una ocasión a través de la cual su vida pueda empezar de nuevo.

Pero hoy me gustaría dirigirme a ustedes que forman parte de las instituciones universitarias y a aquellos que, de diversas maneras, se esfuerzan en el estudio, la enseñanza y la investigación. ¿Cuál es la gracia que puede tocar la vida de un estudiante, de un investigador, de un estudioso? Me gustaría responder así a esta pregunta: la gracia de una mirada de conjunto, una mirada capaz de captar el horizonte, de ir más allá.

Tal sugerencia la podemos captar precisamente en la página del Evangelio que se acaba de proclamar (Lc 13, 10-1), que nos entrega la imagen de una mujer encorvada que, curada por Jesús, puede finalmente recibir la gracia de una mirada nueva, una mirada más amplia. La condición de la ignorancia, que a menudo está ligada a la cerrazón y a la falta de inquietud espiritual e intelectual, se asemeja a la condición de esta mujer: está completamente encorvada, replegada sobre sí misma, por lo que le resulta imposible mirar más allá de sí misma. Cuando el ser humano es incapaz de ver más allá de sí mismo, de su propia experiencia, de sus propias ideas y convicciones, de sus propios esquemas, entonces se mantiene prisionero, permanece esclavo, incapaz de madurar un juicio propio.

Como la mujer encorvada del Evangelio, el riesgo es siempre el de quedarse prisioneros de una mirada centrada en sí mismos. En realidad, sin embargo, muchas cosas que cuentan en la vida – podríamos decir las cosas fundamentales – no nos las damos nosotros mismos: las recibimos de los demás, llegan a nosotros y las recibimos de los maestros, de los encuentros, de las experiencias de la vida. Y esta es una experiencia de gracia, porque sana nuestros replegamientos. Se trata de una verdadera curación que, precisamente como le sucede a la mujer del Evangelio, nos permite tener nuevamente una postura erguida ante las cosas y ante la vida, y mirarlas en un horizonte más amplio. Esta mujer sanada obtiene la esperanza, porque finalmente puede alzar la mirada y ver algo diferente, ver de una manera nueva. Esto sucede en particular cuando encontramos a Cristo en nuestra vida: nos abrimos a una verdad capaz de cambiar la vida, de distraernos de nosotros mismos, de sacarnos de nuestros replegamientos.

Quien estudia se eleva, amplía sus horizontes y perspectivas, para recuperar una mirada que no se fija sólo en lo bajo, sino que es capaz de mirar hacia arriba: hacia Dios, hacia los demás, hacia el misterio de la vida. Esta es la gracia del estudiante, del investigador, del estudioso: recibir una mirada amplia, que sabe ir lejos, que no simplifica las cuestiones, que no teme las preguntas, que vence la pereza intelectual y, así, derrota también la atrofia espiritual.

Recordémoslo siempre: la espiritualidad necesita esta mirada a la que el estudio de la Teología, la Filosofía y las demás disciplinas contribuyen de manera especial. Hoy nos hemos convertido en expertos en detalles infinitesimales de la realidad, pero somos incapaces de tener nuevamente una visión de conjunto, una visión que mantenga unidas las cosas a través de un significado más grande y más profundo; la experiencia cristiana, en cambio, quiere enseñarnos a mirar la vida y la realidad con una mirada unitaria, capaz de abrazar todo rechazando cualquier lógica parcial.

Los exhorto pues – se los digo a ustedes, estudiantes y a todos los que se comprometen en la investigación y la enseñanza – a no olvidar que de esta mirada unitaria tiene necesidad la Iglesia de hoy y de mañana. Y mirando el ejemplo de hombres y mujeres como Agustín, Tomás, Teresa de Ávila, Edith Stein y muchos otros, que supieron integrar la investigación en su vida y en su camino espiritual, también nosotros estamos llamados a llevar adelante el trabajo intelectual y la búsqueda de la verdad sin separarlos de la vida. Es importante cultivar esta unidad, para que lo que ocurre en las aulas de las Universidades y en los ambientes educativos de todo tipo y nivel no se quede en un ejercicio intelectual abstracto, sino que se convierta en una realidad capaz de transformar la vida, de hacernos profundizar nuestra relación con Cristo, de hacernos comprender mejor el misterio de la Iglesia, de hacernos testigos audaces del Evangelio en la sociedad.

Muy queridos todos, al estudio, a la investigación y a la enseñanza está relacionada una importante tarea educativa y quisiera exhortar a las Universidades a abrazar con pasión y compromiso esta llamada. Educar se asemeja al milagro narrado por este Evangelio, porque el gesto de quien educa es levantar al otro, volver a ponerlo de pie como hace Jesús con esta mujer encorvada, ayudarlo a ser él mismo y a madurar una conciencia y un pensamiento crítico autónomos. Las Universidades Pontificias deben poder continuar este gesto de Jesús. Se trata de un auténtico acto de amor, porque hay una caridad que pasa precisamente a través del alfabeto del estudio, del conocimiento, de la búsqueda sincera de lo que es verdadero y por lo que vale la pena vivir. Saciar el hambre de verdad y de sentido es una tarea necesaria, porque sin verdad ni significados auténticos se puede entrar en el vacío y se puede incluso morir.

En este camino, cada uno puede reencontrar también el don más grande de todos: saber que no se está solo y que se pertenece a alguien, como afirma el Apóstol Pablo: «Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el miedo, sino que han recibido el Espíritu que los hace hijos adoptivos, por medio del cual clamamos: “¡Abbá!, ¡Padre!» (Rom 8, 14-15). Lo que recibimos mientras buscamos la verdad y nos comprometemos con el estudio, por tanto, nos ayuda a descubrir que no somos criaturas arrojadas por casualidad al mundo, sino que pertenecemos a alguien que nos ama y que tiene un proyecto de amor para nuestra vida.

Queridos hermanos y hermanas, pido al Señor junto con ustedes, que la experiencia del estudio y la investigación en la aventura universitaria que están viviendo, pueda hacerlos capaces de esta mirada nueva; que el itinerario académico los ayude a saber decir, contar, profundizar y anunciar las razones de la esperanza que está en nosotros (cf. 1 Pe 3, 15); que la Universidad los forme para ser mujeres y hombres nunca encorvados sobre sí mismos sino siempre erguidos, capaces de llevar a los lugares donde vayan y vivir la alegría y el consuelo del Evangelio.

Que la Virgen María, Trono de la Sabiduría, los acompañe e interceda por ustedes.

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