CATEQUESIS DE LEÓN XIV: JESÚS ES EL PUNTO DE LLEGADA DE NUESTRO CAMINAR (15/10/2025)

Una Plaza de San Pedro repleta con unos 60,000 fieles acogió hoy al Papa León XIV para la Audiencia General del este 15 de octubre. En su catequesis que continúa el ciclo del Año Jubilar, el Santo Padre precisó que ahora, “en la última parte del camino, dejaremos que el misterio de Cristo, que culmina en la Resurrección, libere su luz de salvación en contacto con la realidad humana e histórica actual, con sus preguntas y sus desafíos”. Compartimos a continuación el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

Jesucristo, nuestra esperanza. IV. La resurrección de Cristo y los desafíos del mundo actual. 1. El Resucitado, fuente viva de la esperanza humana (Jn 10, 7.9-10).

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En las catequesis del Año jubilar, hasta este momento, hemos recorrido la vida de Jesús siguiendo los Evangelios, desde el nacimiento a la muerte y resurrección. De este modo, nuestra peregrinación en la esperanza ha encontrado su fundamento firme, su camino seguro. Ahora, en la última parte del camino, dejaremos que el misterio de Cristo, que culmina en la Resurrección, libere su luz de salvación en contacto con la realidad humana e histórica actual, con sus preguntas y sus desafíos.

Nuestra vida está marcada por innumerables acontecimientos, llenos de matices y de vivencias diferentes. A veces nos sentimos alegres, otras veces tristes, otras incluso satisfechos, o estresados, gratificados o desmotivados. Vivimos atareados, nos concentramos en alcanzar resultados, llegamos a alcanzar metas también altas, prestigiosas. Y viceversa, permanecemos suspendidos, precarios, esperando éxitos y reconocimientos que tardan en llegar o nunca llegan. En resumen, nos encontramos experimentando una situación paradójica: quisiéramos ser felices, pero es muy difícil llegar a serlo de forma continua y sin sombras. Aceptamos nuestras limitaciones y, al mismo tiempo, tenemos el impulso irreprimible de intentar superarlas. Sentimos en el fondo, que siempre nos falta algo.

En verdad, no hemos sido creados para la falta, sino para la plenitud, para disfrutar de la vida y de la vida en abundancia, según la expresión de Jesús en el Evangelio de Juan (cf. 10, 10).

Este deseo abismal de nuestro corazón puede encontrar su respuesta última no en los roles, no en el poder, no en el tener, sino en la certeza de que hay alguien que se hace garante de este impulso constitutivo de nuestra humanidad; en la conciencia de que esta espera no será decepcionada o vana. Tal certeza coincide con la esperanza. Esto no quiere decir pensar de forma optimista: a menudo el optimismo nos decepciona, ve implosionar nuestras expectativas, mientras que la esperanza promete y mantiene.

Hermanas y hermanos, ¡Jesús Resucitado es la garantía de esta llegada! Es Él la fuente que satisface nuestra sed ardiente, la infinita sed de plenitud que el Espíritu Santo infunde en nuestro corazón. La Resurrección de Cristo, de hecho, no es un simple acontecimiento de la historia humana, sino el evento que la transformó desde dentro.

Pensemos en una fuente de agua. ¿Cuáles son sus características? Quita la sed y refresca a las criaturas, riega la tierra, las plantas, hace fértil y vivo lo que de otra forma permanecería árido. Da alivio al viajero cansado ofreciéndole la alegría de un oasis de frescura. Una fuente aparece como un don gratuito para la naturaleza, para las criaturas, para los seres humanos. Sin agua no se puede vivir.

El Resucitado es la fuente viva que no se seca y no sufre alteraciones. Permanece siempre pura y lista para todo el que tenga sed. Y cuanto más gustamos el misterio de Dios, más nos atrae, sin quedar nunca completamente saciados. San Agustín, en el décimo libro de las Confesiones, capta precisamente este inagotable anhelo de nuestro corazón y lo expresa en el famoso Himno a la Belleza: «Difundiste tu fragancia, y respiré y anhelo por ti; te gusté y siento hambre y sed; me tocaste, y ardí en deseos de tu paz» (X, 27, 38).

Jesús, con su Resurrección, nos ha asegurado una permanente fuente de vida: Él es el Viviente (cf. Ap 1, 18), el amante de la vida, el victorioso sobre toda muerte. Por eso es capaz de ofrecernos alivio en el camino terrenal y asegurarnos la quietud perfecta en la eternidad. Solo Jesús muerto y resucitado responde a las preguntas más profundas de nuestro corazón: ¿hay realmente un punto de llegada para nosotros? ¿Tiene sentido nuestra existencia? ¿Y el sufrimiento de tantos inocentes, cómo podrá ser rescatado?

Jesús Resucitado no deja caer una respuesta “desde lo alto”, sino que se hace nuestro compañero en este viaje a menudo cansado, doloroso, misterioso. Solo Él puede llenar nuestra jarra vacía, cuando la sed se hace insoportable.

Y Él es también el punto de llegada de nuestro caminar. Sin su amor, el viaje de la vida se convertiría en un vagar sin meta, un trágico error con un destino perdido. Somos criaturas frágiles. El error forma parte de nuestra humanidad, es la herida del pecado que nos hace caer, renunciar, desesperar. Resurgir significa en cambio volver a levantarse y ponerse de pie. El Resucitado garantiza la llegada, nos conduce a casa, donde somos esperados, amados, salvados. Hacer el viaje con Él al lado significa experimentar ser sostenidos a pesar de todo, saciados y refrescados en las pruebas y en las fatigas que, como piedras pesadas, amenazan con bloquear o desviar nuestra historia.

Muy queridos todos, de la Resurrección de Cristo brota la esperanza que nos hace gustar anticipadamente, no obstante las fatigas de la vida, una quietud profunda y gozosa: esa paz que sólo Él nos podrá dar al final, sin fin.

Comentarios

Entradas populares