LA FAMILIA ES ESPERANZA, NO UNA CARGA: PALABRAS DE LEÓN XIV A PROFESORES Y ALUMNOS DEL PONTIFICIO INSTITUTO JUAN PABLO II (24/10/2025)

“En todas partes y siempre estamos llamados a apoyar, defender y promover a la familia, ante todo mediante un estilo de vida coherente con el Evangelio”: así lo afirmó con vigor el Papa León XIV al recibir en audiencia, este 24 de octubre en la Sala Clementina, a los docentes y alumnos del Pontificio Instituto Teológico Juan Pablo II para las Ciencias del Matrimonio y de la Familia. El Santo Padre destacó en su discurso el papel de la familia como motor de esperanza y renovación social y pidió políticas que protejan la maternidad, promuevan el tiempo en común y fortalezcan los vínculos humanos frente a una cultura que privilegia la productividad sobre el amor. Transcribimos a continuación el texto de su discurso, traducido del italiano:

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
La paz esté con ustedes.

Buenos días, good morning!

Queridos hermanos y hermanas:

Con alegría les doy la bienvenida a ustedes, que forman la comunidad académica internacional del Instituto Teológico Juan Pablo II para las Ciencias del Matrimonio y la Familia. Saludo al Gran Canciller, el Card. Baldassarre Reina, al Rector, Mons. Philippe Bordeyne, a los Vicerrectores de las secciones extra Urbe, a los profesores, los benefactores, a todos ustedes, queridos y queridas estudiantes, Junto con los exalumnos que han venido de distintos países en ocasión del Jubileo. ¡Todos sean bienvenidos!

En los distintos contextos sociales, económicos y culturales, son diferentes los desafíos que nos interpelan: en todas partes y siempre, sin embargo, estamos llamados a apoyar, defender y promover a la familia, ante todo mediante un estilo de vida coherente con el Evangelio. Sus fragilidades y su valor, considerados a la luz de la fe y de la sana razón, comprometen sus estudios, que cultivan para el bien de los novios que se convierten en esposos, de los esposos que se convierten en padres y de sus hijos que son promesa para todos de una humanidad renovada por el amor. La vocación de su Instituto, nacido desde la visión profética de San Juan Pablo II a raíz del Sínodo de 1980 sobre la familia, aparece así aún más clara: constituir un único cuerpo académico distribuido en los distintos continentes, con el fin de responder a las exigencias de formación estando lo más cerca posible de los cónyuges y de las familias. De esta manera, se pueden desarrollar mejor dinámicas pastorales adecuadas a las realidades locales e inspiradas por la viva tradición de la Iglesia y su doctrina social.

Al participar en la misión y el camino de toda la iglesia, su instituto contribuye a la inteligencia del magisterio Pontificio y a la constante actualización del diálogo entre vida familiar, mundo del trabajo y justicia social, enfrentando cuestiones de viva actualidad, como la paz, el cuidado de la vida y la salud, el desarrollo humano integral, el trabajo juvenil, la sustentabilidad económica, las mismas oportunidades entre hombre y mujer, todos factores que influyen en la decisión de casarse y tener hijos. En este sentido, su específica misión concierne a la investigación y el testimonio común de la verdad: realizando dicha tarea, la teología está llamada a enfrentarse con las distintas disciplinas que estudian al matrimonio y a la familia, sin contentarse con decir la verdad al respecto, sino viviéndola en la gracia del Espíritu Santo y siguiendo el ejemplo de Cristo, que nos reveló al Padre con acciones y palabras.

El anuncio del Evangelio, que transforma la vida y la sociedad, nos compromete a promover acciones orgánicas y concertadas para apoyar a la familia. La calidad de la vida social y política de un país, de hecho, se mide de manera particular en cómo permite a las familias vivir bien, tener tiempo para sí mismas, cultivando los vínculos que las mantienen unidas. En una sociedad que a menudo exalta la productividad y la velocidad a costa de las relaciones, se vuelve urgente restituir tiempo y espacio al amor que se aprende en familia, en donde se entrelazan las primeras experiencias de confianza, de entrega y de perdón, que constituirán el tejido de la vida social.

Recuerdo con emoción las palabras de mi predecesor, el Papa Francisco, cuando se dirigió con ternura a las mujeres esperando a un hijo pidiéndoles custodiar la alegría de traer al mundo una nueva vida (cf. Amoris laetitia, 171). Sus palabras encierran una verdad sencilla y profunda: la vida humana es donada y siempre debe ser recibida con respeto, de cuidado y gratitud. Por ello, ante la realidad de muchas madres que viven el embarazo en condiciones de soledad o de marginalidad, siento el deber de recordar que la comunidad civil y la comunidad eclesial deben esforzarse con constancia para restituir a la maternidad su plena dignidad. Con tal finalidad, se requieren iniciativas concretas: políticas que garanticen condiciones de vida y de trabajo adecuadas; iniciativas formativas y culturales que reconozcan la belleza de engendrar juntos; una pastoral que acompañe a las mujeres y hombres con la proximidad y la escucha. La maternidad y la paternidad, la custodiadas de esta forma no son, de hecho, pesos que carga la sociedad, más bien son una esperanza que la fortalece y la renueva.

Queridos profesores y estudiantes, su contribución al desarrollo de la doctrina social sobre la familia corresponde a la misión encomendada a su instituto por el Papa Francisco en la carta Summa familiae cura, en donde escribía: «la centralidad de la familia en los caminos de conversión pastoral de nuestras comunidades y de transformación misionera de la Iglesia exige que – también al nivel de la formación académica – en la reflexión sobre el matrimonio y la familia nunca falten la perspectiva pastoral y la atención a las heridas de la humanidad». En estos años su instituto a acogido las indicaciones de la Constitución Apostólica Veritatis gaudium, para una teología que cultive un pensamiento abierto y en diálogo, una cultura «del encuentro entre todas las culturas auténticas y vitales, gracias al recíproco intercambio de los dones propios respectivos en el espacio de luz abierto por el amor de Dios para todas sus criaturas» (n. 4b). Por ello ustedes buscan ejercer a la luz de la revelación un modo inter y trans-disciplinario (cf. ibid., 4c). En esta perspectiva, la consolidada base de estudios filosóficos y teológicos se ha enriquecido en la interacción con otras disciplinas, permitiendo explorar importantes ámbitos de investigación.

Entre éstos quisiera recordar, como compromiso adicional, el de profundizar el vínculo entre familia y doctrina social de la Iglesia. El recorrido podría desarrollarse en dos direcciones complementarias: la de insertar el estudio sobre la familia como capítulo imprescindible del patrimonio de sabiduría que la Iglesia propone sobre la vida social y, de manera recíproca, la de enriquecer dicho patrimonio con las vivencias y dinámicas familiares, para comprender mejor los mismos principios de la enseñanza social de la Iglesia. Esta atención permitiría desarrollar la intuición, recordada por el Concilio Vaticano II y muchas veces reiterada por mis predecesores, de ver en la familia a la primera célula de la sociedad como original y fundamental escuela de humanidad.

En el ámbito pastoral, además, no podemos ignorar las tendencias, en muchas regiones del mundo, a no apreciar, o incluso a rechazar el matrimonio. Quisiera invitarlos a estar atentos, en su reflexión sobre la preparación al Sacramento del Matrimonio, a la acción de la gracia de Dios en el corazón de cada hombre y mujer. Incluso cuando los jóvenes toman decisiones que no corresponden a los caminos propuestos por la Iglesia según la enseñanza de Jesús, el Señor sigue tocando la puerta de su corazón, preparándolos para recibir una nueva llamada interior. Si su investigación teológica y pastoral se arraiga en el diálogo orante con el Señor, encontrarán la valentía de inventar nuevas palabras que puedan tocar profundamente la conciencia de los jóvenes. De hecho, nuestro tiempo está marcado no solo por tensiones e ideologías que confunden a los corazones, más bien también por una creciente búsqueda de espiritualidad, de verdad y de justicia, sobre todo entre los jóvenes. Captar y cuidar este deseo es para todos nosotros una de las tareas más hermosas y más urgentes.

Quisiera animarlos, finalmente, a continuar el camino sinodal como parte integral de la formación. Especialmente en un Ateneo internacional es necesario ejercer la escucha recíproca para discernir mejor cómo crecer juntos en el servicio al matrimonio y a la familia. Recurran siempre «a la vocación bautismal, poniendo en el centro de la relación con Cristo y la acogida de los hermanos, a partir de los más pobres» (Discurso a la diócesis de Roma, 19 de septiembre de 2025). De esa forma, actuarán como ocurre en toda buena familia, aprendiendo de esa misma realidad a la que quieren servir. Como afirma el Documento final de la última Asamblea del Sínodo de los Obispos, «las familias representan un lugar privilegiado para aprender y experimentar las prácticas esenciales de una Iglesia sinodal. A pesar de las fracturas y los sufrimientos que las familias experimentan, siguen siendo lugares en los que se aprende a intercambiar el don del amor, de la confianza, del perdón, de la reconciliación y la comprensión» (n. 35). Hay realmente mucho que aprender en lo que se refiere a la transmisión de la fe, la práctica cotidiana de la escucha y la oración, la educación hacia el amor y la paz, la fraternidad con el migrante y el extranjero, el cuidado del planeta. En todas estas dimensiones, la vida familiar precede a nuestro estudio y lo instruye, especialmente a través del testimonio de dedicación y santidad.

Queridos estudiantes, queridos profesores, comiencen entonces con esperanza del nuevo año académico, seguros de que el Señor Jesús nos sostiene siempre con la gracia de su Espíritu de verdad y de vida. Sobre todos ustedes imparto de corazón la bendición apostólica. Gracias.

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