UNA AUTORIDAD QUE NO ES SERVICIO, ES DICTADURA: ÁNGELUS DEL 29/06/2024
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy, Solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, en el Evangelio Jesús dice a Simón, por Él llamado Pedro: «A ti te daré las llaves del Reino de los cielos» (Mt 16, 19). Por eso vemos a menudo a San Pedro representado con dos grandes llaves en la mano, como en la estatua que se encuentra aquí, en esta Plaza. Esas llaves representan el ministerio de autoridad que Jesús le confió para servicio de toda la Iglesia. Porque la autoridad es un servicio, y una autoridad que no es servicio es dictadura.
Tengamos cuidado, sin embargo, de comprender bien el sentido de esto. Las llaves de Pedro, de hecho, son las llaves de un Reino, que Jesús no describe como una caja fuerte o una habitación blindada, sino con otras imágenes: una semilla pequeña, una perla preciosa, un tesoro escondido, un puñado de levadura (cf. Mt 13, 1-33), es decir, como algo valioso y rico, sí, pero al mismo tiempo pequeño y poco aparente. Para alcanzarlo, por tanto, no hace falta accionar mecanismos y cerrojos de seguridad, sino cultivar virtudes como la paciencia, la atención, la constancia, la humildad, el servicio.
Por tanto, la misión que Jesús confía a Pedro no es la de atrancar las puertas de la casa, permitiendo el acceso sólo a pocos invitados selectos, sino en ayudar a todos a encontrar el camino para entrar, en la fidelidad al Evangelio de Jesús. Todos, todos, todos pueden entrar.
Y Pedro lo hará durante toda su vida, fielmente, hasta el martirio, después de haber experimentado en primer lugar en sí mismo, no sin esfuerzo y con muchas caídas, la alegría y la libertad que nacen del encuentro con el Señor. Él en primer término, para abrir la puerta a Jesús, tuvo que convertirse, y entender que la autoridad es un servicio. Y no fue fácil para él. Pensemos: justo podo después de haberle dicho a Jesús: “Tú eres el Cristo”, el Maestro tuvo que reprenderlo, porque se negaba a aceptar la profecía de su pasión y su muerte de cruz (cf. Mt 16, 21-23).
Pedro recibió las llaves del Reino no porque era perfecto – no, era un pecador –, sino porque era humilde, honesto y el Padre le había dado una fe franca (cf. Mt 16, 17). Por eso, confiando en la misericordia de Dios, supo sostener y fortalecer, como se le había pedido, también a sus hermanos (cf. Lc 22, 32).
Hoy podemos preguntarnos: ¿cultivo el deseo de entrar, con la gracia de Dios, en su Reino, y de ser, con su ayuda, su guardián acogedor también para los demás? Y para hacerlo, ¿me dejo “pulir”, suavizar, moldear por Jesús y su Espíritu, el Espíritu que habita en nosotros, en cada uno de nosotros?
Que María, Reina de los Apóstoles, y los Santos Pedro y Pablo nos obtengan, con sus oraciones, ser unos para otros guía y apoyo para el encuentro con el Señor Jesús.
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