QUE EL JUBILEO MEJORE EL DECORO Y LOS SERVICIOS Y ACERQUE LAS PERIFERIAS: PALABRAS DEL PAPA EN EL CAPITOLIO DE ROMA (10/06/2024)

Este 10 de junio, el Papa Francisco visitó el corazón institucional de la Urbe romana, el Capitolio: es la tercera vez tras la visita del 2019 y la del 2020 para el Encuentro de Oración por la paz, promovido por la Comunidad de San Egidio, que estuvo limitada a la Plaza. En su discurso, el Papa hizo un retrato esta mañana de Roma: una ciudad «única en el mundo» por su atractivo y su «responsabilidad» para con Italia, la Iglesia y la familia humana. En él, destacó su grandeza, pero no olvidó sus problemas y dificultades. Compartimos a continuación el texto de su discurso, traducido del italiano:

Señor Alcalde, señoras y señores asesores y consejeros del Municipio de Roma, ilustres autoridades, queridos amigos:

Agradezco al señor Alcalde por la agradable invitación y las gentiles expresiones que me ha dirigido y agradezco a la Presidente de la Asamblea Capitolina por sus palabras de bienvenida. Saludo a los asesores y consejeros del Municipio, a los representantes del Gobierno, a las demás autoridades presentes y a todos los ciudadanos de Roma.

Al volver a visitarlos, experimento sentimientos de gratitud y alegría. Vengo a encontrarlos y, a través de ustedes, a toda la ciudad, que casi desde su nacimiento, hace cerca de 2,800 años, ha tenido una clara y constante vocación de universalidad. Para los fieles cristianos este papel no ha sido fruto de la casualidad, sino corresponde a un designio providencial.

La Roma antigua, debido al desarrollo jurídico y de las capacidades de organización, y de la construcción a lo largo de los siglos de instituciones sólidas y duraderas, se convirtió en un faro al que muchos pueblos se dirigían para gozar de estabilidad y seguridad. Dicho proceso le permitió ser un centro radiante de civilización y de acogida a personas provenientes de todas partes del mundo integrándolas en su vida civil y social, hasta hacer asumir a no pocos de ellos las más altas magistraturas del Estado.

Esta cultura romana antigua, que experimentaba indubitablemente muchos buenos valores, tenía por otro lado la necesidad de elevarse, de enfrentarse con un mensaje de fraternidad, de amor, de esperanza y liberación más grande.

La aspiración de esa civilización, llegada al culmen de su florecimiento, ofrece una posterior explicación a la rápida difusión en la sociedad romana del mensaje cristiano. El testimonio resplandeciente de los mártires y el dinamismo de caridad de las primeras comunidades de creyentes interceptaba a la necesidad de escuchar palabras nuevas, palabras de vida eterna: el Olimpo ya no era suficiente, hacía falta subir al Gólgota y junto a la tumba vacía del Resucitado para encontrar las respuestas al anhelo de verdad, De justicia y amor.

Esta Buena Nueva, es decir la fe cristiana, con el tiempo permearía y transformaría la vida de las personas y de las propias instituciones. A las personas les ofrecería una esperanza mucho más radical e inaudita; a las instituciones, la posibilidad de evolucionar a un estadio más elevado, abandonando poco a poco – por ejemplo – una institución como la de la esclavitud, que incluso a muchas mentes cultas y corazones sensibles les parecía como algo natural y dado por descontado, para nada susceptible de ser abolido.

El de la esclavitud es un ejemplo muy significativo del hecho que incluso refinadas civilizaciones pueden presentar elementos culturales tan arraigados en la mentalidad de las personas y de toda la sociedad que nunca se adviertan como contrarios a la dignidad del ser humano. Hecho que se verifica también en nuestros días cuando, casi inconscientemente, se corre el riesgo de a veces ser selectivos, parciales en la defensa de la dignidad humana, marginando o descartando a algunos tipos de personas, que acaban por encontrarse sin la adecuada protección.

A la Roma de los Césares la sucedió – por así decirlo – la Roma de los Papas, sucesores del Apóstol Pedro, que “presiden en la caridad” a toda la Iglesia y que, en algunos siglos, tuvieron también que desempeñar un papel de suplencia de los poderes civiles en la progresiva desaparición del mundo antiguo, y algunas veces, con comportamientos poco felices. Muchas cosas cambiaron, pero la vocación a la universalidad de Roma se confirmó y exaltó. Si de hecho el horizonte geográfico del Imperio Romano tenía su corazón en el mundo mediterráneo y, aunque muy vasto, no incluía a todo el Orbe, la misión de la Iglesia no tiene fronteras en esta tierra, por qué debe hacer conocer a todos los pueblos a Cristo, su acción y sus palabras de salvación.

A partir de la Unidad de Italia se abrió una nueva fase, en la cual, después de los enfrentamientos e incomprensiones con el nuevo Estado unitario, en el ámbito de lo que se denomina la “cuestión romana”, se llegó, hace 95 años, a la Conciliación entre el poder civil y la Santa Sede.

Este año además es el 40º aniversario de la revisión del Concordato. Éste ha reafirmado que el Estado italiano y la Iglesia Católica son, «cada uno en su propio orden, independientes y soberanos, comprometiéndose al pleno respeto de dicho principio en sus relaciones y a la recíproca colaboración para la promoción del hombre y el bien del país» (Art. 1 del acuerdo de revisión del Concordato, 3 de junio 1985).

Roma siempre se ha confirmado, incluso en estas fases históricas más recientes, en su vocación universal, como lo atestiguan los trabajos del Concilio Ecuménico Vaticano II, los distintos Años Santos celebrados, la firma del tratado de institución de la Comunidad Económica Europea, así como del tratado que instituyó a la Corte Penal Internacional, las Olimpiadas de 1960, y las Organizaciones internacionales, en particular la FAO, que en Roma tienen su sede.

Ahora Roma se prepara para hospedar el Jubileo de 2025. Dicho evento es de carácter religioso, una peregrinación orante y penitente para obtener de la misericordia divina una más completa reconciliación con el Señor. Esto, sin embargo, no puede dejar de involucrar también a la ciudad con respecto al perfil de atenciones y obras necesarias para recibir a los muchos peregrinos que la visitarán, agregándose a los turistas que vienen a admirar su inmenso tesoro de obras de arte y las grandiosas huellas de siglos pasados. Roma es única. Por ello el próximo jubileo puede tener también un efecto positivo en el rostro mismo de la ciudad, mejorando su decoro y haciendo más eficientes los servicios públicos, no solamente en el centro sino favoreciendo el acercamiento entre el centro y las periferias. Esto es muy importante, porque es la ciudad crece y esta atención, esta relación se hace cada día más importante. Y por eso me gusta ir a visitar las parroquias de la periferia, para que sienten que el Obispo está cerca de ellos; porque es muy fácil estar cerca del centro – yo estoy en el centro –, pero ir a visitar las periferias es la presencia del Obispo, allí.

Es impensable que todo esto pueda desarrollarse de manera ordenada y con seguridad sin la activa y generosa colaboración de las autoridades del Municipio capitolino y de las nacionales. Agradezco grandemente al respecto a las autoridades municipales por el esfuerzo realizado en la preparación de Roma para recibir a los peregrinos del próximo Jubileo, y agradezco al Gobierno italiano por su plena disponibilidad para colaborar con las autoridades eclesiásticas para el buen resultado del Jubileo, confirmando la voluntad de amigable colaboración que caracteriza las relaciones recíprocas entre Italia y la Santa Sede, que son relaciones humanas. Muchas veces, la mezquindad puede llevarnos a pensar que las relaciones son de dinero: no, eso es secundario. Son las relaciones humanas entre las autoridades

Roma es la ciudad del espíritu universal. Este espíritu quiere estar al servicio de la caridad, al servicio de la acogida y la hospitalidad. Que peregrinos, turistas, migrantes, los que se encuentran en graves dificultades, los más pobres, las personas solas, las enfermas, los encarcelados, los excluidos sean los testigos más veraces de este espíritu – por ello he decidido abrir una Puerta Santa en una cárcel –; y que éstos puedan dar testimonio de que la autoridad es plenamente tal cuando se pone al servicio de todos, cuando usa su legítimo poder para ir al encuentro de las exigencias de la ciudadanía y, de manera particular, de los más débiles, de los últimos. Y esto no es solamente para ustedes los políticos, es también para los sacerdotes, para los obispos. La cercanía, cercanía con el pueblo de Dios para servirlo, para acompañarlo.

Que Roma siga manifestando su rostro, rostro acogedor, hospitalario, generoso, noble. El enorme flujo a la Urbe de peregrinos, turistas y migrantes, con todo lo que significa en términos de organización, podría ser visto como un agravio, un peso que frena y dificulta el desarrollo normal de las cosas. En realidad, todo eso es Roma, su especificidad, única en el mundo, su honor, su gran atractivo y su responsabilidad con Italia, con la Iglesia, con la familia humana. Cada uno de sus problemas es el “lado negativo” de su grandeza y, de ser factores de crisis, pueden convertirse en oportunidades de desarrollo: civil, social, económico, cultural.

El inmenso tesoro de Cultura e historia enclavado en las colinas de Roma es el honor y la carga de sus ciudadanos y gobernantes y espera ser adecuadamente valorado y respetado. Que renazca en cada uno la conciencia del valor de Roma, del símbolo que ella representa en todos los continentes – no olvidemos el mito del origen de Roma como renacimiento de las ruinas de Troya –; y que se confirme, más aún que crezca La recíproca y efectiva colaboración entre todos los poderes que en ella residen, para una acción en conjunto y constante, que la haga aún más digna del papel que el destino, o mejor, la Providencia, le ha reservado.

Desde hace décadas, desde cuando era un sacerdote joven, siempre tuve la devoción a la Salus Populi Romani, y cada vez que me dirigía a Roma iba a verla. Le pido a Ella, a la Salud Populi Romani, que vele por la ciudad y por el pueblo de Roma, que infunda la esperanza y suscite la caridad, para que, confirmando sus más nobles tradiciones, siga siendo, también en nuestro tiempo, faro de civilización y promotora de paz. Gracias.

Saludo improvisado a los trabajadores reunidos en la Plaza del Campidoglio

¡Buenos días! Los saludo a todos, a la AMA, a Protección Civil, a los gendarmesm a la gente que trabaja aquí: muchas gracias por la recepción, ¡muchas gracias!

Me permito hoy, en este momento, hacer una oración por Roma, por nuestra ciudad. Dios te salve, María…

[Bendición]

Gracias por su trabajo, gracias por lo que hacen por la ciudad. Y por favor, no se olviden de orar por mí, ¡a favor! Gracias.

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