CATEQUESIS DEL PAPA: LEER EL EVANGELIO ES IMPORTANTE (12/06/2024)

Tras reflexionar sobre la obra del Espíritu Santo en la Creación, tema de la catequesis de la semana pasada, durante la Audiencia General de este 12 de junio, celebrada en la Plaza de San Pedro, el Santo Padre se refirió a la presencia del Espíritu en la «revelación», de la que la Sagrada Escritura es el «testigo autorizado». El Papa Francisco recordó la definición de la Escritura dada por San Gregorio Magno: «Una carta de Dios Todopoderoso a su criatura», añadiendo «como una carta del Esposo a su esposa». Que el Espíritu Santo, concluyó el Obispo de Roma, «nos ayude a captar este amor de Dios en las situaciones concretas de la vida». Compartimos a continuación, el texto completo de su catequesis, traducida del italiano:

«Toda la Escritura está inspirada por Dios». Conocer el amor de Dios por las palabras de Dios

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días, bienvenidos!

Continuamos las catequesis sobre el Espíritu Santo que guía a la Iglesia hacia Cristo, nuestra esperanza. Él es el guía. La vez pasada contemplamos la obra del Espíritu en la creación; hoy lo vemos en la revelación, de la que la Sagrada Escritura es un testimonio inspirado por Dios y autorizado.

En la Segunda Carta de San Pablo a Timoteo está esta afirmación: «Toda la Escritura está inspirada por Dios» (3, 16). Y otro pasaje del Nuevo Testamento dice: «Movidos por el Espíritu Santo hablaron esos hombres de parte de Dios» (2 Pe 1, 21). Esta es la doctrina de la inspiración divina de la Escritura, la que proclamamos como artículo de fe en el Credo, cuando decimos que el Espíritu Santo «habló por medio de los profetas». La inspiración divina de la Biblia.

El Espíritu Santo, que inspiró las Escrituras, es también Aquel que las explica y las hace perennemente vivas y activas. De inspiradas, las vuelve inspiradoras. «Las Sagradas Escrituras inspiradas por Dios – dice el Concilio Vaticano II – y redactadas una vez para siempre, comunican inmutablemente la palabra de Dios mismo y hacen resonar en las palabras de los Profetas y de los Apóstoles la voz del Espíritu Santo» (n. 21). De este modo, el Espíritu Santo continúa, en la Iglesia, la acción de Jesús Resucitado que, después de la Pascua, “abrió la mente de los discípulos a la inteligencia de las Escrituras” (cf. Lc 24, 45).

Puede suceder, en efecto, que un cierto pasaje de la Escritura, que hemos leído muchas veces sin ninguna emoción particular, un día lo leamos en un clima de fe y de oración y, entonces ese texto de pronto se ilumina, nos habla, proyecta luz sobre un problema que estamos viviendo, hace clara la voluntad de Dios para nosotros en una cierta situación. ¿A qué se debe este cambio, sino a una iluminación del Espíritu Santo? Las palabras de la Escritura, bajo la acción del Espíritu, se vuelven luminosas; y en esos casos se toca con la mano lo cierta que es la afirmación de la Carta a los Hebreos: «La palabra de Dios es viva, eficaz y más cortante que cualquier espada de doble filo; […]» (4, 12).

Hermanos y hermanas, la Iglesia se alimenta de la lectura espiritual de la Sagrada Escritura, es decir, de la lectura realizada bajo la guía del Espíritu Santo que la inspiró. En su centro, como un faro que lo ilumina todo, está el acontecimiento de la muerte y resurrección de Cristo, que cumple el designio de salvación, realiza todas las figuras y profecías, desvela todos los misterios ocultos y ofrece la verdadera clave de lectura de toda la Biblia. La muerte y resurrección de Cristo es el faro que ilumina toda la Biblia, y también ilumina nuestras vidas. El Apocalipsis describe todo esto con la imagen del Cordero que rompe los sellos del libro “escrito por dentro y por fuera, pero sellado con siete sellos” (cf. 5,1-9), la Escritura del Antiguo Testamento. La Iglesia, Esposa de Cristo, es intérprete autorizada del texto de la Escritura inspirado, la Iglesia es la mediadora de su proclamación auténtica. Ya que la Iglesia está dotada del Espíritu Santo – por eso es intérprete –, ésta es «columna y fundamento de la verdad» (1 Tim 3, 15). ¿Por qué? Porque está inspirada, mantenida firme por el Espíritu Santo. Y la misión de la Iglesia es ayudar a los fieles y a quienes buscan la verdad a interpretar correctamente los textos bíblicos.

Una forma de realizar la lectura espiritual de la Palabra de Dios es lo que se llama la lectio divina, una palabra que quizá no entendemos qué significa. Consiste en dedicar un tiempo del día a la lectura personal y meditada de un pasaje de las Escrituras. Y esto es muy importante: todos los días tómense un tiempo para escuchar, para meditar, leyendo un pasaje de la Escritura. Y por eso les pido: tengan siempre un Evangelio de bolsillo y llévenlo en la bolsa, en los bolsillos…Así, cuando estén de viaje o cuando estén un poco libres lo toman y leen…Esto es muy importante para la vida. Tomen un Evangelio de bolsillo y durante el día léanlo una, dos veces, cuando puedan. Pero la lectura espiritual de las Escrituras por excelencia es la lectura comunitaria que se realiza en la Liturgia, en la Misa. Allí vemos cómo un acontecimiento o una enseñanza, dado en el Antiguo Testamento, encuentra su pleno cumplimiento en el Evangelio de Cristo. Y la homilía, ese comentario que hace el celebrante, debe ayudar a transferir la Palabra de Dios del libro a la vida. Pero la homilía por eso debe ser breve: una imagen, un pensamiento y un sentimiento. La homilía no debe durar más de ocho minutos, porque después con el tiempo se pierde la atención y la gente se duerme, y tiene razón. Una homilía debe ser así. Y esto quiero decirlo a los sacerdotes que hablan mucho, muchas veces, y no se entiende de qué hablan. Homilía breve: un pensamiento, un sentimiento y una indicación para la acción, cómo hacer. No más de ocho minutos. Porque la homilía debe ayudar a transferir la Palabra de Dios del libro a la vida. Y, entre las muchas palabras de Dios que cada día escuchamos en la Misa o en la Liturgia de las Horas, siempre hay una que destinada en particular a nosotros. Algo que toca el corazón. Acogida en el corazón, ella puede iluminar nuestra jornada, animar nuestra oración. ¡Se trata de no dejarla caer en saco roto!

Concluyamos con un pensamiento que puede ayudarnos a enamorarnos de la Palabra de Dios. Como algunas piezas musicales, la Sagrada Escritura tiene también una nota de fondo que la acompaña de principio a fin, y esta nota es el amor de Dios. «Toda la Biblia – observa San Agustín – no hace más que narrar el amor de Dios» [1]. Y San Gregorio Magno define la Escritura como «una carta de Dios Todopoderoso a su criatura», como una carta del Esposo a la esposa, y exhorta a «aprender a conocer el corazón de Dios en las palabras de Dios» [2]. «Con esta revelación – dice una vez más Vaticano II – Dios invisible, en su gran amor habla a los hombres como amigos e interactúa con ellos, para invitarlos y admitirlos a la comunicación consigo» (Dei Verbum, 2).

Queridos hermanos y hermanas, ¡adelante con la lectura de la Biblia! Pero no olviden el Evangelio de bolsillo: llévenlo en la bolsa, en el bolsillo, y en algún momento del día lean un pasaje. Y esto los hará muy cercanos al Espíritu Santo que está en la Palabra de Dios. Que el Espíritu Santo, que inspiró las Escrituras y ahora sopla desde las Escrituras, nos ayude a captar este amor de Dios en las situaciones concretas de la vida. Gracias.


[1] De catechizandis rudibus, I, 8, 4: PL 40, 319.

[2] Registrum Epistolarum, V, 46 (ed. Ewald-Hartmann, pp. 345-346).

Comentarios