LA DIPLOMACIA ES UN SIGNO DE ESPERANZA Y PAZ: PALABRAS DEL PAPA A VARIOS NUEVOS EMBAJADORES ANTE LA SANTA SEDE (08/06/2024)

El Papa Francisco recibió en la Sala Clementina, este 8 de junio por la mañana, a los nuevos Embajadores ante la Santa Sede de Etiopía, Zambia, Tanzania, Burundi, Qatar y Mauritania con motivo de la entrega de las Cartas Credenciales. El Papa Francisco centró su discurso en tres palabras que pueden servir como guía para el servicio de los diplomáticos: «familia, esperanza y paz». Reproducimos a continuación el texto del discurso del Santo Padre, traducido del italiano:

Excelencias:

Con placer les doy la bienvenida en ocasión de la presentación de las Cartas con las que son acreditados como Embajadores Extraordinarios y Plenipotenciarios ante la Santa Sede para sus países: Etiopía, Zambia, Tanzania, Burundi, Qatar y Mauritania. Quisiera pedirles que transmitan cortésmente a sus respectivos jefes de Estado mis saludos y mis sentimientos de estima, junto con la seguridad de mi recuerdo en la oración por ellos y por sus conciudadanos.

En el momento en que asumen sus cargos, quisiera que reflexionáramos brevemente sobre tres palabras que pueden servirles de guía en su servicio: familia, esperanza y paz.

Primero: familia. Las naciones que representan tienen cada una su propia historia, cultura, tradiciones e identidad. Al mismo tiempo, son parte de una sola familia humana. Y en efecto, la imagen de familia aplicada a la comunidad internacional es apropiada, porque las familias «constituyen el primer lugar en el que se viven y se transmiten los valores del amor y la fraternidad, de la convivencia y el compartir, de la atención y el cuidado por el otro» (Carta enc. Fratelli tutti, 114). El noble trabajo de la diplomacia, en ambos niveles, bilateral y multilateral, tiene el objetivo de promover y hacer crecer tales valores, indispensables para el auténtico e integral desarrollo de toda persona, como para el progreso de los pueblos. En esta perspectiva, animo sus esfuerzos y los de sus gobiernos para cultivar el bien común, proteger los derechos fundamentales y la dignidad de todos, y construir una cultura de solidaridad fraterna y cooperación.

Desgraciadamente, el tejido de la familia de las naciones está hoy herido por la tragedia de conflictos civiles, regionales e internacionales. Pensemos solamente en lo que está sucediendo en Sudán, Ucrania, Gaza y Haití, por poner sólo algunos ejemplos. Al mismo tiempo, asistimos a múltiples crisis humanitarias como consecuencia de tales conflictos, incluida la falta de acceso a la vivienda, alimento, agua y cuidados médicos adecuados. Y, además, debemos también poner atención a los problemas de la migración forzada, al número creciente de desplazados internos, al flagelo del tráfico de seres humanos, a los efectos del cambio climático, especialmente sobre los individuos más pobres y vulnerables, y a los desequilibrios económicos globales que contribuyen a la pérdida de la esperanza, especialmente entre los jóvenes. Causa de grave preocupación es también el descenso de la natalidad, que se experimenta en muchos países. A la luz de tales desafíos, es esencial emprender un diálogo con amplitud de miras, constructivo y creativo, basado en la honestidad y la apertura, para encontrar soluciones compartidas y fortalecer los vínculos que nos unen como hermanos y hermanas dentro de la familia mundial. A propósito, debemos también recordarnos nuestras obligaciones ante las futuras generaciones, preguntándonos en qué tipo de mundo queremos que vivan nuestros niños y los que vendrán después de ellos.

La respuesta a dicha pregunta implica la segunda palabra: esperanza. Este es el mensaje central del inminente Año Jubilar, que la Iglesia Católica celebrará a partir del próximo 24 de diciembre (cf. Bula de indicción del Jubileo Ordinario del Año 2025, 9 de mayo 2024). Ante la incertidumbre por el futuro, es fácil desanimarse, volverse pesimistas e incluso cínicos. Sin embargo, la esperanza nos lleva a reconocer el bien presente en el mundo, nos da la fuerza necesaria para enfrentar los desafíos de nuestros días. Por este motivo, me gusta pensar en ustedes, queridos Embajadores, como en signos de esperanza, porque son mujeres y hombres que buscan construir puentes entre los pueblos y no muros. Las elevadas responsabilidades que ejercen recuerdan que la búsqueda de un terreno común, la comprensión recíproca y las expresiones concretas de solidaridad social son todas, cosas posibles. Al respecto, tengo confianza en que su misión contribuirá, más allá de consolidar las buenas relaciones entre sus naciones y la Santa Sede, también a construir una sociedad más justa, más humana, en la que todos sean acogidos y en la que a todos se les proporcionen las oportunidades necesarias para avanzar juntos en el sendero de la fraternidad y la convivencia pacífica.

De hecho, la paz –la tercera palabra que les ofrezco – es «fruto de relaciones que reconocen y acogen al otro en su inalienable dignidad» (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2024). Sólo cuando hacemos a un lado la indiferencia y el miedo puede florecer un genuino clima de respeto recíproco, que lleve a una concordia duradera. Su presencia aquí es un signo elocuente de la voluntad de las naciones que representan y de la comunidad internacional en su conjunto por enfrentar las situaciones de injusticia, discriminación, pobreza, desigualdad que afligen a nuestro mundo y que obstaculizan las pacíficas aspiraciones de las generaciones presentes y futuras. Es mi deseo que al ejercer su papel de diplomáticos se esforzarán siempre por ser constructores de paz, esos que son bendecidos por el Omnipotente (cf. Mt 5, 9).

Queridos Embajadores, al iniciar su misión ante la Santa Sede, les ofrezco en la oración mis mejores deseos y les aseguro la constante disponibilidad de la Secretaría de Estado y de los otros dicasterios y oficinas de la curia romana para asistirlos en el cumplimiento de sus tareas. Sobre ustedes y sus familias, colegas y conciudadanos, invoco de corazón la abundancia de las bendiciones de Dios. Gracias.

Comentarios