QUE ISRAEL Y PALESTINA CONVIVAN UNO AL LADO DEL OTRO: PALABRAS DEL PAPA EN EL 10º ANIVERSARIO DE LA INVOCACIÓN POR LA PAZ EN TIERRA SANTA (07/06/2024)

Se cumplen este día exactamente ocho meses del estallido de la brutalidad en Tierra Santa. Han pasado diez años de un “significativo e histórico gesto de diálogo y de paz” en los Jardines Vaticanos que vio a los entonces Presidentes de Israel y Palestina. En esta coyuntura histórica y temporal, el Papa Francisco, este 7 de junio por la tarde, volvió a elevar al cielo una invocación que trasciende todas las fronteras geográficas, religiosas y lingüísticas. Es la súplica de un padre que implora del Padre de todos, Dios, el fin de la violencia, de las divisiones, del odio; de todos esos frutos sucios de la guerra, fruto a su vez – dijo – “de luchas de poder entre los diferentes grupos sociales”, de “intereses económicos particulares” y de “malabares políticos internacionales”. Compartimos a continuación el texto de su discurso, traducido del italiano:

Eminencias, Excelencias, señores Embajadores, queridos hermanos y hermanas:

Les agradezco por estar aquí para celebrar el décimo aniversario de la invocación por la paz en Tierra Santa. Gracias.

El entonces Presidente del Estado de Israel, el llorado Shimon Peres, y el Presidente del Estado de Palestina, Mahmoud Abbas, aceptaron mi invitación para venir aquí a implorar a Dios en don de la paz. Pocas semanas antes había estado como peregrino en Tierra Santa y precisamente ahí había expresado el gran deseo de que los dos se encontraran, para llevar a cabo un gesto significativo, histórico de diálogo y paz. Llevo en el corazón mucha gratitud al Señor por ese día, mientras conservo el recuerdo de ese emocionante abrazo que los Presidentes intercambiaron, en la presencia también de Su Santidad Bartolomé I, Patriarca Ecuménico, y de los representantes de las comunidades cristianas, judías y musulmanas provenientes de Jerusalén.

Hoy, hacer memoria de ese evento es importante, especialmente a la luz de lo que desafortunadamente está ocurriendo en Palestina e Israel. Ya desde hace meses asistimos a un creciente camino de hostilidades y vemos morir ante nuestros ojos a mucha gente, también a muchos inocentes. Todo este sufrimiento, la brutalidad de la guerra, la violencia que ésta desencadena, el odio que siembra también en las generaciones futuras debería convencernos de que «toda guerra deja al mundo peor de como lo ha encontrado. La guerra es un error de la política y la humanidad, una rendición vergonzosa, una derrota ante las fuerzas del mal» (Carta enc. Fratelli tutti, 261).

Por este motivo, en lugar de ilusionarnos con la idea de que la guerra puede resolver los problemas y llevar a la paz, debemos ser críticos y vigilantes contra una ideología hoy demasiado dominante, según la cual «el conflicto, la violencia y las fracturas forman parte del funcionamiento normal de una sociedad» (ibid., 236). Están siempre en juego las luchas de poder entre los distintos grupos sociales, los intereses económicos particulares, los malabares políticos internacionales que miran hacia una paz aparente, huyendo de los problemas reales.

En cambio, en un tiempo marcado por trágicos conflictos, se necesita un compromiso renovado para edificar un mundo pacífico. A todos, creyentes y personas de buena voluntad, quisiera decirles: ¡no dejemos de soñar con la paz y de construir relaciones de paz!

Cada día pido para que esta guerra finalmente llegue a su fin. Pienso en todos los que sufren, en Israel y Palestina: en los cristianos, en los judíos, en los musulmanes. Pienso en qué urgente es que a partir de los escombros de Gaza se levante finalmente la decisión de detener las armas y, por ello, pido que haya un cese al fuego; pienso en los familiares y en los rehenes israelíes y pido que sean liberados lo antes posible; pienso en la población palestina y pido que sea protegida y reciba toda la ayuda humanitaria necesaria; pienso en los muchos desplazados a causa de los combates, y pido que sus casas sean rápidamente reconstruidas para que puedan regresar a ellas en paz. Pienso también en esos palestinos e israelíes de buena voluntad que, entre las lágrimas y los sufrimientos, no dejan de esperar con esperanza la llegada de un día nuevo y trabajan para anticipar el amanecer de un mundo pacífico en el que todos los pueblos «romperán sus espadas y de ellas harán arados, de sus lanzas harán azadones; una nación ya no alzará la espada contra otra, ya no aprenderán el arte de la guerra» (Is 2, 4).

Todos debemos trabajar y comprometernos para que se llegue a una paz duradera, donde el Estado de Palestina y el Estado de Israel puedan vivir uno junto al otro, derribando los muros de enemistad y odio; y todos debemos tener en el corazón a Jerusalén, para que se convierta en la ciudad del encuentro fraterno entre cristianos, judíos y musulmanes, protegida por un estatuto especial garantizado a nivel internacional.

Hermanos y hermanas, hoy estamos aquí para invocar la paz. Se la pedimos a Dios como don de su misericordia. La paz, en efecto, no se logra solamente con acuerdos sobre el papel o sobre los escritorios de los compromisos humanos y políticos. Ésta nace de corazones transformados, surge cuando cada uno de nosotros es alcanzado y tocado por el amor de Dios, que disuelve nuestros egoísmos, derriba nuestros prejuicios y nos da el gusto y la alegría de la amistad, de la fraternidad, en la solidaridad recíproca. No se puede estar en paz si antes no dejamos que Dios mismo desarme nuestro corazón, para hacerlo hospitalario, compasivo y misericordioso. Estos son los atributos de Dios: la cercanía hospitalaria, la compasión y la misericordia. Dios es cercano, compasivo y misericordioso.

Y entonces esta tarde queremos renovar nuestra oración, queremos una vez más alzar nuestra súplica por la paz a Dios, como hace diez años. Queremos pedir al Señor que haga crecer aún más el olivo que ese día plantamos: ya se ha vuelto fuerte, frondoso, ha sido resguardado de los vientos y ha sido regado con cuidado. De la misma forma, debemos pedirle a Dios que la paz pueda germinar en el corazón de cada hombre, en todos los pueblos y naciones, en cada franja de tierra, resguardada de los vientos de guerra y regada por aquellos que cada día se esfuerzan por vivir en la fraternidad.

No dejemos de soñar la paz, que nos regala la alegría inesperada de sentirnos parte de una única familia humana. Esta alegría la vi hace algunos días en Verona, en el rostro de esos dos padres de familia, un israelí y un palestino, que se abrazaron frente a todos. Israel y Palestina necesitan esto: ¡un abrazo de paz!

Pidamos entonces al Señor que los jefes de las naciones y las partes en conflicto puedan encontrar el camino de la concordia y de la unidad. Que todos se reconozcan hermanos. Pidámoslo al Señor y, por intercesión de María, la joven de Nazaret, Reina de la paz, repitamos esa oración de hace diez años:

Señor, Dios de paz, ¡escucha nuestra súplica! Hemos intentado muchas veces y durante muchos años resolver nuestros conflictos con nuestras fuerzas y también con nuestras armas; tantos momentos de hostilidad y oscuridad; tanta sangre derramada; tantas vidas destrozadas; tantas esperanzas sepultadas... Pero nuestros esfuerzos han sido en vano. ¡Ahora Señor, ayúdanos! ¡Danos Tú la paz, enséñanos la paz, guíanos hacia la paz! ¡Abre nuestros ojos y nuestros corazones y danos la valentía para decir: “nunca más la guerra”; “con la guerra todo está destruido”! Infunde en nosotros la valentía de realizar gestos concretos para construir la paz. Amén.

Señor, Dios de Abraham y de los Profetas, Dios Amor que nos has creado y nos llamas a vivir como hermanos, danos la fuerza para ser cada día artesanos de la paz; danos la capacidad de mirar con benevolencia a todos los hermanos a los que encontramos en nuestro camino. Haznos disponibles para escuchar el grito de nuestros ciudadanos que nos piden transformar nuestras armas en instrumentos de paz, nuestros miedos en confianza y nuestras tensiones en perdón. Mantén encendida en nosotros la llama de la esperanza para realizar con paciente perseverancia decisiones de diálogo y reconciliación, para que venza finalmente la paz. Y que del corazón de todos los hombres sean desterradas estas palabras: división, odio, guerra.

Señor, desarma la lengua y las manos, renueva los corazones y las mentes, para que la palabra que nos haga encontrar sea siempre “hermano”, “hermana”, que el estilo de nuestra vida se convierta en: shalom, paz, salam. Amén.

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