ACOGER AL EXTRANJERO QUE NECESITA UN PUERTO SEGURO: MENSAJE DEL DICASTERIO PARA EL SERVICIO DEL DESARROLLO HUMANO INTEGRAL POR EL DOMINGO DEL MAR (24/06/2024)

Acoger a quienes tienen necesidad de un refugio seguro, de encontrar un lugar de pertenencia, de escuchar a una comunidad: esta es la invitación prioritaria expresada por el Card. Michael Czerny, S.I., Prefecto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, en su mensaje para el Domingo del Mar, que este año se celebra el 14 de julio. El Cardenal invita a las Iglesias a dar visibilidad a quienes trabajan en el sector marítimo, promoviendo su dignidad y sus derechos y, mirando a la obra de San Pablo, el Cardenal invita a fomentar el intercambio y la solidaridad entre pueblos y religiones: “No podemos abrirnos a las posibilidades de la vida si preferimos las comodidades de lo familiar”, dice en el Mensaje, cuyo texto transcribimos a continuación, traducido del inglés:

Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

En su Primera Carta a los Corintios, San Pablo describe a la Iglesia como un Cuerpo con muchos miembros (cf. 1 Cor 12, 12-27). Señala que incluso el menos visible de los miembros del cuerpo hace contribuciones necesarias y significativas para el funcionamiento y bienestar del conjunto. En toda la humanidad, quienes trabajan en el mar están entre los miembros menos visibles. Si embargo, es a través de sus esfuerzos escondidos que se satisfacen muchas de nuestras necesidades. Ellos experimentan la belleza sin fronteras de la naturaleza en los mares, pero también encuentran oscuridad física, espiritual y social.

Al reconocer a los trabajadores del mar, cada año el segundo domingo de julio, conocido como el Domingo del Mar, las comunidades católicas alrededor del mundo llaman la atención hacia ellos y oran por todos los que realizan este trabajo: las tripulaciones de los barcos que transportan bienes y los que los amarran a los muelles, los trabajadores de los puertos, los trabajadores de remolcadores y los estibadores, la guardia marina, el personal de tráfico marítimo y de salvamento, los agentes aduanales y los pescadores, y todos los que colaboran con ellos, además de sus familias y comunidades.

El número total de estos trabajadores, sumando a sus familias, es seguramente de varios millones. El Domingo del Mar hace visibles sus realidades diarias que pasan inadvertidas. Hoy como en el pasado, el trabajo en el mar puede implicar la ausencia del hogar y la tierra, por meses e incluso años. Tanto los trabajadores del mar como sus familiar pueden perderse de momentos significativos de la vida de los demás. La paga puede hacer que esos sacrificios valgan la pena, pero ese beneficio puede verse amenazado por injusticias, explotación e inequidad. Es maravilloso, por tanto, cuando la dignidad y los derechos de los trabajadores del mar son defendidos por los voluntarios, capellanes y miembros de las Iglesias locales en los puertos, que se involucran en el ministerio por los trabajadores del mar.

Ojos que no ven, corazón que no siente” es un adagio que se puede aplicar a la invisibilidad de los trabajadores del mar. Refiriéndose a la tendencia a permanecer distantes y separados de los demás, el Papa Francisco dice: “la verdadera sabiduría demanda un encuentro con la realidad… El proceso para construir la fraternidad ya sea de forma local o universal, sólo puede enfrentarse por espíritus que son libres y están abiertos a encuentros auténticos” (Fratelli Tutti, 47, 50).

El ministerio del mar puede ayudar a traer la periferia hacia el centro en muchas formas, por ejemplo: encontrando a la gente del mar en persona y en la oración; mejorando las condiciones materiales y espirituales de los trabajadores; defendiendo la dignidad y los derechos de los trabajadores y promoviendo relaciones y políticas internacionales fortalecidas para salvaguardar los derechos humanos de quienes viajan y trabajan lejos de sus familias y sus naciones.

La Iglesia está llamada a servir a cada miembro de la familia humana. Ya que los trabajadores del mar vienen de muchos países y credos alrededor del mundo, incluirlos en la vida y el ministerio de la Iglesia permite el crecimiento en el entendimiento mutuo y la solidaridad entre todos los pueblos y religiones.

Encontramos fuerza y ánimo en el ejemplo de San Pablo que pasó mucho tiempo en el mar durante sus viajes misioneros. Una ciudad importante donde la Iglesia puso raíces fue Corinto, que se había vuelto muy rica debido a sus dos puertos y su canal. Fue un centro activo para el comercio internacional. Los distintos residentes y visitantes en la ciudad portuaria encontraron a los predicadores del Evangelio, que respondieron a sus necesidades más profundas y les revelaron su infinita dignidad. Pero la diversidad de los nuevos creyentes amenazó con dividirlos. San Pablo respondió a estas tensiones recordándoles su conexión orgánica mutua y su estado social humilde compartido, diciendo: “Consideren su propia llamada, hermanos y hermanas: no muchos de ustedes eran sabios, según los parámetros humanos, no muchos eran poderosos, no muchos eran de origen noble” (1 Cor 1, 26). Estas palabras animan a la Iglesia hoy a trabajar por una unidad en aumento, no sólo entre personas que son diferentes entre sí, sino también entre personas que experimentan división y tensiones mutuas. Como San Pablo nos recuerda, la Iglesia no debe huir de sus desafíos si es fiel a la misión que se la ha confiado por el Señor. Más aún, una unión en aumento entre los creyentes ayuda a una unidad en aumento entre los pueblos y las naciones.

El cristianismo se extendió a través del mar a tierras lejanas; no había otra opción. La Iglesia hoy puede inspirarse de los habitantes de la comunidades a la orilla del mar que fueron las primeras en escuchar el mensaje completamente nuevo de Cristo de boca de apóstoles y otros misioneros que venían del mar. Cada nueva embarcación que llegaba significó más encuentro e intercambio, más apertura a la novedad y a vastas posibilidades más allá de las playas locales. El llamado a acoger al extranjero puede desafiarnos cuando preferimos permanecer aislados social y espiritualmente. No podemos estar abiertos a las posibilidades de la vida si preferimos las comodidades de lo familiar. El camino de la apertura es el camino de la esperanza.

Invitamos a todos a hacer su parte para reparar valientemente nuestra casa común y crecer en fraternidad y amistad social. Reconozcamos la contribución esencial de aquellos cuyo trabajo de otra forma puede permanecer invisible. Apoyemos el ministerio de bienvenida a quienes necesitan un oído que escuche y un lugar de pertenencia, un puerto seguro, una comunidad que da la bienvenida a todos los que quieren volver a casa. Dejémonos inspirar por el ejemplo del intercambio mutuo en la vida de los trabajadores del mar. Que la gente del mar se sienta parte de la Iglesia dondequiera que vaya.

Pedimos a Nuestra Señora, la Estrella del Mar, que acompañe a todos aquellos cuyas vidas y trabajo están marcados por el mar, y que sea su estrella guía en el camino hacia Cristo.

Card. Michael Czerny S.I.
Prefecto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral

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