SIGAN APOYANDO A LAS IGLESIAS ORIENTALES CATÓLICAS: PALABRAS DEL PAPA A LA ASAMBLEA PLENARIA DE LA ROACO (27/06/2024)

El Papa Francisco recibió en audiencia, en la Sala Clementina, a los miembros de la 97ª Asamblea Plenaria de la Reunión de Obras de Ayuda a la Iglesia en Oriente (ROACO), que se efectúa del 24 al 27 de junio en la Sala de Congresos de la Curia Generalicia de la Compañía de Jesús en Roma. En su discurso, agradeció el trabajo que realizan junto a diversas Agencias y les solicitó fortalecer la atención pastoral de los cristianos de Oriente que viven en la diáspora. Reproducimos a continuación el texto de su discurso, traducido del italiano:

Queridos amigos:

Les doy la bienvenida, contento de encontrarlos al término de su Sesión Plenaria. Saludo al Cardenal Gugerotti, a los demás superiores del Dicasterio, a los oficiales y miembros de las agencias que componen su asamblea.

Los miro y con la mirada del corazón pienso en las Iglesias orientales. Son Iglesias que son amadas: custodian tradiciones espirituales y sapienciales únicas y tienen mucho que decirnos sobre la vida cristiana, sobre la sinodalidad, sobre la liturgia; pensemos en los Padres antiguos, en los Concilios, en el monacato: tesoros inestimables para la Iglesia. Entre las Iglesias orientales están aquellas en plena comunión con el sucesor del Apóstol Pedro. Ellas enriquecen la comunión católica con la grandeza de su historia y su peculiaridad.

Pero esta belleza está herida. Muchas Iglesias orientales son aplastadas por una cruz pesada y se han convertido en “iglesias martiriales”: llevan en sí mismas los estigmas de Cristo. Sí, como la carne del Señor fue atravesada por los clavos y la lanza, así en muchas comunidades de Oriente están llagadas y sangrantes debido a los conflictos y la violencia que padecen. Pensemos en algunos lugares donde habitan: en Tierra Santa, en Ucrania, en Siria, en Líbano, en todo Medio Oriente, en el Cáucaso y el Tigray: precisamente ahí, donde vive una buena parte de los católicos orientales, la barbarie de la guerra se enfurece de manera brutal.

Y nosotros, hermanos y hermanos, no podemos permanecer indiferentes. El Apóstol Pablo puso en blanco y negro la recomendación, recibida de los demás apóstoles, de acordarse de los más necesitados entre los cristianos (cf. Gal 2, 10); y él mismo solicitó la solidaridad hacia ellos (cf. 2 Cor 8-9). Es Palabra inspirada por Dios y ustedes de la ROACO son las manos que encarnan esta Palabra: manos que llevan ayuda, levantando a quienes sufren. Para ello se reúnen: no para dar discursos y hacer teorías, no para desarrollar análisis geopolíticos, sino para encontrar las mejores maneras para hacerse cercanos y aliviar los sufrimientos de nuestros hermanos y hermanas orientales.

Les suplico, se los pido con el corazón en la mano, que sigan apoyando a las Iglesias orientales católicas, ayudándolas, en estos tiempos dramáticos, a estar fuertemente enraizadas en el Evangelio. Que, con su apoyo, puedan contribuir a suplir lo que el poder civil debería garantizar los más débiles, a los más miserables, pero que no pueden, no saben, o no quieren asegurar. Sean un estímulo para que el clero y los religiosos presten siempre oído al grito de sus pueblos, admirables por la fe, anteponiendo el Evangelio a disensos o intereses personales, para estar unidos en la promoción del bien, porque todos en la Iglesia somos de Cristo y Cristo es de Dios (cf. 1 Cor 3, 23).

Queridos representantes de las agencias, gracias por lo que hacen: son evangelizadores, partícipes de la misión de la Iglesia, portadores del amor de Jesús. ¡Cuántas personas a través de los años han recibido el fruto de su generosidad! Son sembradores de esperanza, testigos llamados, al estilo del Evangelio, a trabajar con mansedumbre y sin ruido. Casi todo lo que hacen no resalta a los ojos del mundo, pero es agradable a los de Dios. Gracias porque responden a los que destruyen, reconstruyendo; a quienes privan de dignidad, restituyendo esperanza; a las lágrimas de los niños, con la sonrisa de los que aman; a la lógica maligna del poder, con la cristiana del servicio. Las semillas que ustedes plantan en las tierras contaminadas por el odio y la guerra germinarán, estoy seguro de ello. Y serán profecía de un mundo distinto que no cree en la ley del más fuerte, sino en la fuerza de una paz no armada.

Sé que en estos días se han detenido en la dramática situación en Tierra Santa: allí, donde todo comenzó, donde los Apóstoles recibieron el mandato de ir por el mundo y anunciar el Evangelio, hoy los fieles de todo el mundo están llamados a hacer sentir su cercanía; y a animar a los cristianos, allí y en todo Medio Oriente, hacer más fuertes que la tentación de abandonar sus tierras, dañadas por los conflictos. Pienso en una situación terrible: que esa tierra está perdiendo la población de cristianos. ¡Cuánto dolor provoca la guerra, aún más estridente y absurda en los lugares donde se promulgó el Evangelio de la paz! A quienes alimentan la espiral de los conflictos y de ellos obtienen ganancias y ventajas, les repito: ¡deténganse! Deténganse, porque la violencia nunca traerá la paz. Es urgente cesar el fuego, encontrarse y dialogar para permitir la convivencia de pueblos distintos, única vía posible para un futuro estable. Con la guerra, en cambio, aventura insensata y sin conclusión, nadie será vencedor: todos serán derrotados, porque la guerra, precisamente desde el comienzo, ya es una derrota, siempre. Escuchemos a los que sufren sus consecuencias, como las víctimas y los necesitados, pero escuchemos también el grito de los jóvenes, de la gente común y de los pueblos, que están cansados de las retóricas bélicas, de los estériles estribillos que culpan siempre a los demás dividiendo al mundo en buenos y malos, de líderes a los que les cuesta trabajo sentarse alrededor de una mesa para encontrar mediaciones y favorecer soluciones.

Pienso también en el trágico drama de la martirizada Ucrania, por la cual hago oración y no me canso de invitar a orar: que haya destellos de paz para esa querida población, que se libere a los prisioneros de guerra y vuelvan a su tierra a los niños. Promover la paz y liberar a quienes están recluidos son signos distintivos de la fe cristiana (cf. Mt 5, 9; Lc 4, 18), que no puede ser reducida a un instrumento de poder. En estos días se han concentrado también en la situación humanitaria de los desplazados en la región del Karabakh: gracias por todo lo que se ha hecho y lo que se hará para ayudar a quienes sufren. Deseo agradecer a Su Excelencia Gevork Saroyan, de la Iglesia Apostólica Armenia, por su presencia en estos días; al volver a casa, le pido llevar mi saludo fraterno a Su Santidad Karekin II y al querido pueblo de Armenia. Yo conocí a los dos Karekin, al primero y al segundo, en Buenos Aires.

Hoy muchos cristianos de Oriente, quizá como nunca antes, huyen de conflictos o emigran en busca de trabajo y condiciones mejores de vida: muchísimos, por ello, viven en la diáspora. Sé que han reflexionado acerca de la pastoral de los orientales que residen fuera de su propio territorio. Es un tema actual e importante: algunas Iglesias, debido a las migraciones masivas de las últimas décadas, Incluyendo la mayor parte de sus fieles fuera de su territorio tradicional, donde el cuidado pastoral es a menudo escaso por la falta de sacerdotes, de estructuras y de conocimientos adecuados. Y así, quienes ya han debido dejar su tierra corren el riesgo de encontrarse empobrecidos también en su identidad religiosa; y con el paso de las generaciones se pierde el patrimonio espiritual oriental, riqueza imperdible para la Iglesia católica. Estoy agradecido con las diócesis latinas que acogen a los fieles orientales y respetan sus tradiciones; invito a cuidar de ellos, para que estos hermanos y hermanas puedan mantener vivos y firmes sus ritos. Y animo al dicasterio a trabajar sobre este aspecto, definiendo también principios y normas que ayuden a los pastores latinos a apoyar a los católicos orientales de la diáspora. Gracias por todo lo que podrán hacer.

Y gracias por su presencia. Por favor, les pido orar por mí. Gracias.

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