LOS PUEBLOS QUIEREN LA PAZ, PERO SE ESTÁN ACOSTUMBRANDO A LA GUERRA: MENSAJE DEL PAPA POR EL 80º ANIVERSARIO DEL DESEMBARCO EN NORMANDÍA (05/06/2024)

Para el Papa Francisco, son las miles de tumbas de soldados alineadas en los inmensos cementerios de Normandía el recuerdo más tangible del «colosal e impresionante esfuerzo colectivo y militar realizado para obtener el retorno a la libertad» que supuso el desembarco aliado. Ochenta años después, el Pontífice envió un mensaje a Mons. Jacques Habert, Obispo de Bayeux, en cuya Catedral se reunieron las autoridades civiles, religiosas y militares para conmemorar el acontecimiento histórico que, el 6 de junio de 1944, contribuyó decisivamente al final de la Segunda Guerra Mundial y al restablecimiento de la paz. Transcribimos a continuación el mensaje del Santo Padre, traducido del francés:

A Su Excelencia Mons. Jacques Habert
Obispo de Bayeux y Lisieux
Bayeux

Me alegra unirme en pensamiento y oración, a todos los que se han reunido en esta Catedral de Bayeux para conmemorar el 80º aniversario del desembarco de las fuerzas aliadas en Normandía. Saludo a todas las autoridades civiles, religiosas y militares presentes.

Tenemos en la memoria el recuerdo de este colosal e impresionante esfuerzo colectivo y militar para lograr el retorno a la libertad. Y también pensamos en lo que costó este esfuerzo: esos inmensos cementerios donde se alinean miles de tumbas de soldados –muy jóvenes en su mayoría, y muchos de ellos, venidos de lejos – que heroicamente dieron su vida, permitiendo así el fin de la Segunda Guerra Mundial y el restablecimiento de la paz, una paz que – al menos en Europa – duró casi 80 años. El desembarco también trae al espíritu, despertando miedo, la imagen de estas ciudades de Normandía completamente devastadas: Caen, Le Havre, Saint-Lô, Cherbourg, Flers, Rouen, Lisieux, Falaise, Argentan... y tantos otros; y queremos hacer memoria a las innumerables víctimas civiles inocentes y a todos los que sufrieron esos terribles bombardeos.

Pero el desembarco evoca, de manera más general, el desastre que representa este espantoso conflicto mundial en el que tantos hombres, mujeres y niños, sufrieron, tantas familias fueron destrozadas, tantas ruinas se causaron. Sería inútil e hipócrita hacer memoria sin condenarlo y rechazarlo definitivamente; sin renovar el grito de San Pablo VI desde la tribuna de las Naciones Unidas el 4 de octubre de 1965: ¡Nunca más la guerra! Si, durante varias décadas, el recuerdo de los errores del pasado ha sostenido la firme voluntad de hacer todo lo posible para evitar que un nuevo conflicto mundial abierto se produzca, constato con tristeza que este ya no es el caso hoy en día y que los hombres tienen poca memoria. ¡Que esta conmemoración nos ayude a redescubrirla!

Es inquietante, de hecho, que la hipótesis de un conflicto generalizado a veces se vuelva a considerar seriamente, que los pueblos se vayan poco a poco familiarizando con esta posibilidad inaceptable. ¡Los pueblos quieren la paz! Quieren condiciones de estabilidad, seguridad y prosperidad en las que todos puedan cumplir serenamente con su deber y su destino. Arruinar este noble orden de cosas por ambiciones ideológicas, nacionalistas, económicas es una grave falta ante los hombres y ante la historia, un pecado ante Dios.

Por eso, Excelencia, deseo unirme a su oración y a la de todos los reunidos en su Catedral:

Oremos por los hombres que quieren guerras, por los que las inician, las agitan de manera insensata, las mantienen y prolongan innecesariamente, o cínicamente se benefician de ellas. ¡Que Dios ilumine sus corazones, que ponga ante sus ojos la procesión de desgracias que provocan!

Oremos por los que trabajan por la paz. Querer la paz no es una cobardía, al contrario, requiere el mayor coraje, el coraje de saber renunciar a algo. Aunque el juicio de los hombres sea a veces duro e injusto con ellos, «los constructores de la paz serán llamados hijos de Dios» (Mt 5, 9). Que, en oposición a la lógica implacable y obstinada de la confrontación, sepan abrir caminos pacíficos de encuentro y diálogo. Que perseveren incansablemente en sus esfuerzos y que sus esfuerzos se vean coronados por el éxito.

Oremos finalmente por las víctimas de las guerras; tanto las guerras del pasado como las guerras del presente. Que Dios acoja en Él a todos los que han muerto en estos terribles conflictos, que venga en ayuda de todos los que hoy los sufren; los pobres y los débiles, los ancianos, las mujeres y los niños son siempre las primeras víctimas de estas tragedias.

¡Que Dios tenga piedad de nosotros! Invocando la protección de San Miguel, patrono de Normandía, y la intercesión de la Santísima Virgen María, Reina de la Paz, imparto de corazón a cada uno mi bendición.

FRANCISCO

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