EN LAS TEMPESTADES, AFERRÉMONOS A JESÚS PARA ENCONTRAR LA PAZ: ÁNGELUS DEL 23/06/2024

Incluso en medio de la confusión y la angustia, debemos abandonarnos al Señor, confiando siempre en Él. Este fue el reconfortante mensaje que el Papa Francisco ofreció a los fieles y peregrinos en su reflexión previa a la oración mariana del Ángelus correspondiente al XII Domingo del Tiempo Ordinario, este 23 de junio. Dirigiéndose a los miles de peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro, el Santo Padre reflexionó sobre la lectura del Evangelio según San Marcos de la liturgia de hoy, que narra la historia de cuando Jesús y los discípulos estaban en una barca en el lago Tiberíades y los discípulos estaban atemorizados, mientras Jesús dormía, cuando una repentina y fuerte tormenta amenazó con hundir la barca. Compartimos a continuación, el texto de su alocución, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buen domingo!

Hoy el Evangelio nos presenta a Jesús en la barca con los discípulos, en el lago de Tiberíades. De repente llega una fuerte tempestad y la barca corre peligro de hundirse. Jesús, que estaba durmiendo, se despierta, amenaza al viento y todo vuelve a la calma (cf. Mc 4, 35-41).

Pero en realidad él no se despierta, ¡lo despiertan! Con mucho miedo, son los discípulos los que despiertan a Jesús. La noche anterior, había sido Jesús el que había dicho a los discípulos que subieran a la barca y cruzaran el lago. Ellos eran expertos, eran pescadores y ése era su ambiente de vida; pero una tempestad podía ponerlos en dificultades. Parece que Jesús quiere ponerlos a prueba. Sin embargo, no los deja solos, está con ellos en la barca, tranquilo, más aún, incluso duerme. Y cuando se desencadena la tormenta, con su presencia los tranquiliza, los anima, los incita a tener más fe y los acompaña más allá del peligro. Pero podemos hacernos esta pregunta: ¿Por qué Jesús se comporta así?

Para fortalecer la fe de los discípulos y para hacerlos más valientes. Ellos, de hecho, salen de esta experiencia más conscientes del poder de Jesús y de su presencia en medio de ellos y, por tanto, más fuertes y dispuestos a afrontar los obstáculos, las dificultades, incluido el miedo a aventurarse a anunciar el Evangelio. Habiendo superado con Él esta prueba, sabrán afrontar muchas otras, hasta la cruz y el martirio, para llevar el Evangelio a todos los pueblos.

Y también con nosotros Jesús hace lo mismo, en particular en la Eucaristía: nos reúne en torno a Sí, nos da su Palabra, nos alimenta con su Cuerpo y su Sangre, y luego nos invita a tomar la barca, para transmitir a todos lo que hemos oído y a compartir con todos lo que hemos recibido, en la vida de cada día, incluso cuando es difícil. Jesús no nos ahorra las contrariedades, pero sin abandonarnos nunca, nos ayuda a afrontarlas. Nos hace valientes. Así también nosotros, superándolas con su ayuda, aprendemos cada vez más a aferrarnos a Él, a confiar en su poder, que va mucho más allá de nuestras capacidades, a superar las incertidumbres y vacilaciones, las cerrazones y prejuicios, con valentía y grandeza de corazón, para decir a todos que el Reino de los Cielos está presente, está aquí, y que con Jesús a nuestro lado podemos hacerlo crecer juntos más allá de cualquier barrera.

Preguntémonos entonces: en momentos de prueba, ¿sé hacer memoria de las veces en que he experimentado, en mi vida, la presencia y la ayuda del Señor? Pensemos: Cuando llega alguna tempestad, ¿me dejo atropellar por la agitación, o me aferro a Él, – hay muchas tempestades interiores – para encontrar calma y paz, en la oración, en el silencio, en la escucha de la Palabra, en la adoración y en el compartir fraterno de la fe?

Que la Virgen María, que acogió con humildad y valentía la voluntad de Dios, nos conceda, en los momentos difíciles, la serenidad del abandono en Él.

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