CONSTRUIR UNA IGLESIA Y UNA SOCIEDAD DE “PUERTAS ABIERTAS”: HOMILÍA DEL PAPA EN LA MISA DE LA SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO (29/06/2024)

El Papa Francisco celebró la Misa de la Solemnidad de San Pedro y San Pablo en la Basílica Vaticana, este 29 de junio, lugar donde se conserva la estatua del primer Vicario de Cristo, al que millones de personas rinden homenaje cada año. En su homilía, el Santo Padre reflexionó sobre los santos patronos de Roma: Pedro, “el pescador de Galilea a quien Jesús hizo pescador de hombres” y Pablo, “el fariseo perseguidor de la Iglesia transformado por la Gracia en evangelizador de los gentiles”. Que su historia, su celo apostólico, sea un ejemplo para todos, así como un acicate para “construir una Iglesia y una sociedad de puertas abiertas”, dijo el Obispo de Roma a los cerca de 5,500 fieles reunidos en la Basílica de San Pedro durante su homilía, cuyo texto completo reproducimos a continuación, traducido del italiano:

Contemplemos a los dos Apóstoles Pedro y Pablo: el pescador de Galilea a quien Jesús hizo pescador de hombres; el fariseo perseguidor de la Iglesia transformado por la Gracia en evangelizador de los gentiles. A la luz de la Palabra de Dios dejémonos inspirar por sus historias, por el celo apostólico que marcó el camino de sus vidas. Al encontrar al Señor, vivieron una verdadera experiencia pascual: fueron liberados y, ante ellos, se abrieron las puertas de una vida nueva.

Hermanos y hermanas, en la vigilia del año jubilar, detengámonos precisamente en la imagen de la puerta. El Jubileo, en efecto, será un tiempo de gracia en el que abriremos la Puerta Santa, para que todos puedan cruzar el umbral de ese santuario vivo que es Jesús y, en Él, vivir la experiencia del amor de Dios que fortalece la esperanza y renueva la alegría. Y también en la historia de Pedro y de Pablo hay puertas que se abren.

La primera lectura nos ha relatado el episodio de la liberación de Pedro de la prisión; este relato tiene muchas imágenes que nos recuerdan la experiencia de la Pascua: el episodio ocurre durante la fiesta de los Ázimos; Herodes recuerda la figura del faraón de Egipto; la liberación sucede de noche, como fue también para los israelitas; el ángel da a Pedro las mismas instrucciones que se dieron a Israel: levántate rápido, ponte el cinturón, cálzate las sandalias (cf. Hch 12, 7-8; Ex 12,11). Lo que se nos narra, pues, es un nuevo éxodo. Dios libera a su Iglesia, libera a su pueblo que está encadenado, y se muestra una vez más como el Dios de la misericordia que sostiene su camino.

En aquella noche de liberación, ante todo se abren milagrosamente las puertas de la cárcel; luego, de Pedro y del ángel que lo acompaña se dice que se encontraron ante «la puerta de hierro que daba a la ciudad; la puerta se abrió sola delante de ellos» (Hch 12, 10). No fueron ellos los que abrieron la puerta, ésta se abrió sola. Es Dios quien abre las puertas, es Él quien libera y despeja el camino. A Pedro ― como escuchamos en el Evangelio ―, Jesús le había confiado las llaves del Reino; pero él experimenta que, quien abre las puertas, es primero el Señor, Él nos precede siempre. Y hay un hecho curioso: las puertas de la cárcel se abrieron por la fuerza del Señor, pero Pedro encontrará después dificultades para entrar en la casa de la comunidad cristiana: la mujer que va a abrir a la puerta piensa que es un fantasma y no le abre (cf. Hch 12, 12-17). ¡Cuántas veces las comunidades no aprenden esta sabiduría de abrir las puertas!

También el camino del Apóstol Pablo es, ante todo, una experiencia pascual. Él, de hecho, primero es transformado por el Resucitado en el camino de Damasco y después, en la continua contemplación de Cristo Crucificado, descubre la gracia de la debilidad: cuando somos débiles – él afirma – en realidad, es precisamente entonces que somos fuertes, porque ya no nos aferramos a nosotros mismos, sino a Cristo (cf. 2 Cor 12, 10). Aferrado al Señor y crucificado con Él, Pablo escribe: «Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí» (Gal 2, 20). Pero la finalidad de todo eso no es una religiosidad intimista y consoladora – como nos presentan hoy algunos movimientos en la Iglesia: una espiritualidad de salón –; al contrario, el encuentro con el Señor encendió en la vida de Pablo el celo por la evangelización. Como hemos escuchado en la segunda lectura, al final de su vida Pablo declara: «El Señor estuvo a mi lado y me dio fuerza, para que pudiera llevar a cumplimiento el anuncio del Evangelio y todos los pueblos lo escucharan» (2 Tim 4,1 7).

Precisamente al contar cómo el Señor le había dado muchas posibilidades para anunciar el Evangelio, Pablo utiliza la imagen de las puertas abiertas. Así, de su llegada a Antioquía junto a Bernabé, se dice que «apenas llegaron, reunieron a la Iglesia y les contaron todo lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los paganos la puerta de la fe» (Hch 14, 27). Del mismo modo, dirigiéndose a la comunidad de Corinto dice: «Se me abrió una puerta grande y propicia» (1 Cor 16, 8-9); y escribiendo a los Colosenses los exhorta así: «Rueguen también por nosotros, a fin de que Dios nos abra la puerta de la Palabra para anunciar el misterio de Cristo» (Col 4, 3).

Hermanos y hermanas, los dos Apóstoles Pedro y Pablo tuvieron esta experiencia de gracia. Tocaron con propia mano la obra de Dios, que les abrió las puertas de su prisión interior y también de las prisiones reales, donde estuvieron encarcelados a causa del Evangelio. Y, además, abrió ante ellos las puertas de la evangelización, para que experimentaran la alegría del encuentro con los hermanos y hermanas de las comunidades nacientes y llevaran a todos la esperanza del Evangelio.

Y también nosotros este año nos preparamos para abrir la Puerta Santa.

Hermanos y hermanas, hoy los Arzobispos Metropolitanos nombrados durante el último año reciben el Palio. En comunión con Pedro y siguiendo el ejemplo de Cristo, puerta de las ovejas (cf. Jn 10, 7), están llamados a ser pastores celosos, que abran las puertas del Evangelio y que, con su ministerio, contribuyen a construir una Iglesia y una sociedad de puertas abiertas.

Y quiero dar, con afecto fraterno, mi saludo a la Delegación del Patriarcado Ecuménico: gracias por haber venido a manifestar el deseo común de la plena comunión entre nuestras Iglesias. Envío un sentido saludo cordial a mi hermano, a mi querido hermano Bartolomé.

Que los santos Pedro y Pablo nos ayuden a abrir la puerta de nuestra vida al Señor Jesús; que intercedan por nosotros, por la ciudad de Roma y por el mundo entero. Amén.

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