CATEQUESIS DEL PAPA: HAGAMOS DE LOS SALMOS NUESTRA ORACIÓN (19/06/2024)

Los Salmos «son los cantos que el Espíritu mismo ha puesto en labios de la Esposa», es decir, de la Iglesia. Juntos, recogidos en el Libro de los Salmos, forman «una sinfonía de oración» en la que hay diversos «movimientos» que necesitan ser redescubiertos en su riqueza y actualidad. Precisamente el Papa Francisco había pedido que se dedicara el año en curso a «una gran sinfonía de oración», en preparación del Jubileo del 2025, y en su catequesis de la Audiencia General de este 19 de junio, celebrada en la Plaza de San Pedro, lo recordó, invitando a hacer resonar en la Iglesia de hoy esas palabras, inspiradas por el Espíritu. Compartimos a continuación, el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

El Espíritu enseña a la Esposa a orar. Los Salmos, una sinfonía de oración en la Biblia

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En preparación del próximo Jubileo, les invité a dedicar el año 2024 «a una gran “sinfonía” de oración» [1]. Con la catequesis de hoy quisiera recordar que la Iglesia ya posee una sinfonía de oración cuyo compositor es el Espíritu Santo, y es el Libro de los Salmos.

Como en toda sinfonía, en este libro hay varios “movimientos”, es decir, varios tipos de oración: alabanza, acción de gracias, súplica, lamento, narración, reflexión sapiencial y otros, tanto en forma personal como en forma coral de todo el pueblo. Son los cantos que el Espíritu mismo ha puesto en labios de la Esposa, la Iglesia. Todos los libros de la Biblia, recordaba la vez pasada, están inspirados por el Espíritu Santo, pero el Libro de los Salmos también lo está en el sentido de que está lleno de inspiración poética.

Los Salmos han tenido un lugar privilegiado en el Nuevo Testamento. De hecho, ha habido y sigue habiendo ediciones que contienen juntos el Nuevo Testamento y los Salmos. Sobre mi escritorio tengo una edición ucraniana del Nuevo Testamento con los Salmos, de un soldado muerto en la guerra, que me enviaron; él oraba en el frente con este libro. No todos los salmos – y no todo de cada salmo – puede ser repetido y hecho propio por los cristianos y menos aún por el ser humano moderno. Reflejan, a veces, una situación histórica y una mentalidad religiosa que ya no son las nuestras. Esto no significa que no sean inspirados, sino que en ciertos aspectos están ligados a un tiempo y a una etapa provisional de la revelación, como lo es también gran parte de la legislación antigua.

Lo que más recomienda a los salmos a nuestra acogida es que fueron la oración de Jesús, de María, de los Apóstoles y de todas las generaciones cristianas que nos han precedido. Cuando los recitamos, Dios los escucha con esa grandiosa “orquestación” que es la comunión de los santos. Jesús, según la Carta a los Hebreos, entra en el mundo con un versículo de un salmo en el corazón: «He aquí que vengo para hacer, oh Dios, tu voluntad» (cf. Heb 10, 7; Sal 40, 9); y deja el mundo, según el Evangelio de Lucas, con otro versículo en los labios: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23, 46; cf. Sal 31, 6).

Al uso de los salmos en el Nuevo Testamento lo sigue el de los Padres y el de toda la Iglesia, que hace de ellos un elemento fijo en la celebración de la Misa y en la Liturgia de las Horas. «Toda la Sagrada Escritura divina exhala la bondad de Dios – dice San Ambrosio –, pero de manera particular el dulce libro de los salmos» [2]. El dulce libro de los salmos. Me pregunto: ¿ustedes oran con los salmos alguna vez? Tomen la Biblia y recen un salmo. Por ejemplo, cuando están un poco tristes por haber pecado, ¿rezan el salmo 51? Hay muchos salmos que nos ayudan a seguir adelante. Tomen la costumbre de orar con los salmos, les aseguro que estarán felices al final.

Pero no podemos únicamente vivir de la herencia del pasado: es necesario hacer de los salmos nuestra oración.  Se ha escrito que, en cierto sentido, debemos convertirnos nosotros mismos en “autores” de los salmos, haciéndolos nuestros y orando con ellos [3]. Si hay algunos salmos, o simplemente versículos, que nos hablan al corazón, es hermoso repetirlos y rezarlos durante el día. Los salmos son oraciones “para todas las estaciones”: no hay estado de ánimo o necesidad que no encuentre en ellos las mejores palabras para transformarlos en oración. A diferencia de todas las demás oraciones, los salmos no pierden su eficacia a fuerza de ser repetidos; al contrario, la aumentan. ¿Por qué? Porque están inspirados por Dios y “espiran” a Dios, cada vez que se leen con fe.

Si nos sentimos oprimidos por el remordimiento y la culpa, porque somos pecadores, podemos repetir con David: «Ten piedad de mí, oh Dios, en tu amor; / en tu gran misericordia» (Sal 51, 3), el Salmo 51. Si queremos expresar un fuerte vínculo personal con Dios, decimos: «Oh Dios, tú eres mi Dios, / desde el alba te busco, / mi alma tiene sed de ti, / mi carne te anhela / en una tierra árida, sedienta y sin agua» (Sal 63, 2), Salmo 63. No por nada la Liturgia ha incluido este salmo en los Laudes de los Domingos y de las Solemnidades. Y si nos asaltan el miedo y la angustia, vienen en nuestra ayuda esas maravillosas palabras del salmo 23: «El Señor es mi pastor [...]. Aunque pase por un valle oscuro, / no temo ningún mal» (Sal 23, 1.4).

Los Salmos nos permiten no empobrecer nuestra oración reduciéndola sólo a peticiones, a un continuo “dame, danos…”. Aprendemos del Padre Nuestro, que antes de pedir el “pan de cada día” dice: “Santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad”. Los salmos nos ayudan a abrirnos a una oración menos centrada en nosotros mismos: una oración de alabanza, de bendición, de acción de gracias; y también nos ayudan a volvernos voz de toda la creación, involucrándola en nuestra alabanza.

Hermanos y hermanas, que el Espíritu Santo, que regaló a la Iglesia Esposa las palabras para orar a su divino Esposo, nos ayude a hacerlas resonar en la Iglesia de hoy, y a hacer de este año preparatorio del Jubileo una verdadera sinfonía de oración. ¡Gracias!


[1] Carta a S.E. Mons. Fisichella para el Jubileo 2025 (11 de febrero de 2022).

[2] Comentarios sobre los Salmos I, 4, 7: CSEL 64,4-7.

[3] Giovanni Cassiano, Conlationes, X,11: SCh 54, 92-93.

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