QUE EL CINE NO TEMA ENFRENTARSE A LAS HERIDAS DEL MUNDO: PALABRAS DE LEÓN XIV EN EL ENCUENTRO CON EL MUNDO DEL CINE (15/11/2025)

Este 15 de noviembre, el Papa León XIV recibió en la Sala Clementina a más de 160 directores, actores y técnicos del mundo del cine a quienes agradeció por «poner en movimiento la esperanza» y promover «la dignidad humana», sin explotar el dolor, sino acompañándolo. El Papa señaló que «una de las contribuciones más valiosas del cine es precisamente la de ayudar al espectador a volver a sí mismo, a mirar con nuevos ojos la complejidad de su propia experiencia, a volver a ver el mundo como si fuera la primera vez y a redescubrir, en este ejercicio, una parte de esa esperanza sin la cual nuestra existencia no es plena». Compartimos a continuación el texto de su discurso, traducido del italiano:

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
La paz esté con ustedes.

Queridos hermanos y hermanas, buenos días y bienvenidos.

El cine es un arte joven, soñador y un poco inquieto, aunque ya es centenario. Precisamente en estos días cumple ciento treinta años, a partir de esa primera proyección pública, realizada por los hermanos Lumière el 28 de diciembre de 1895 en París. Inicialmente, el cine parecía un juegos de luces y sombras, para divertir e impresionar. Pero muy pronto, esos efectos visuales han sabido manifestar realidades mucho más profundas, hasta convertirse en expresión de la voluntad para contemplar y comprender la vida, para contar su grandeza y fragilidad, para interpretar su nostalgia de infinito.

Con alegría los saludo, queridos amigos y amigas, y saludo con gratitud lo que el cine representa: un arte popular en el sentido más noble, que nace para todos y le habla a todos. Es hermoso reconocer que, cuando la linterna mágica del cine se enciende en la oscuridad, se enciende simultáneamente la mirada del alma, porque el cine sabe asociar lo que parece ser solamente entretenimiento con la narración de la aventura espiritual del ser humano. Una de las contribuciones más valiosas del cine es precisamente la de ayudar al espectador a volver a sí mismo, a mirar con ojos nuevos la complejidad de la propia experiencia, a volver a ver el mundo como si fuera la primera vez y a redescubrir, en este ejercicio, una porción de esa esperanza sin la cual nuestra existencia no es plena. Me conforta pensar que el cine no es solamente moving pictures: es poner en movimiento la esperanza.

Entrar a una sala cinematográfica es como atravesar un umbral. En la oscuridad y el silencio, el ojo se vuelve atento, el corazón se deja alcanzar, la mente se abre a lo que aún no había imaginado. En realidad, ustedes saben que su arte requiere concentración. Con sus obras, ustedes dialogan con quien busca ligereza, pero también con quien lleva en el corazón una inquietud, una petición de sentido, de justicia, de belleza. Hoy, vivimos con las pantallas digitales siempre encendidas. El flujo de información es constante. Pero el cine es mucho más que una simple pantalla: es una encrucijada de deseos, memorias e interrogantes. Es una búsqueda sensible donde la luz perfora la oscuridad y la palabra encuentra al silencio. En la trama que se desarrolla, la mirada se educa, la imaginación se ensancha e incluso el dolor puede encontrar un sentido.

Estructuras culturales como los cines y los teatros son corazones que laten en nuestros territorios, porque contribuyen a su humanización. Si una ciudad está viva es también gracias a sus espacios culturales: debemos habitarlos, construir relaciones con ellos, día tras día. Pero las salas cinematográficas viven una preocupante erosión que las está sustrayendo a ciudades y barrios. Y no son pocos los que dicen que el arte del cine y la experiencia cinematográfica están en peligro. Invitó a las instituciones a no resignarse y a cooperar para afirmar el valor social y cultural de esta actividad.

La lógica del algoritmo tiende a repetir lo que “funciona”, pero el arte abre a lo que es posible. No todo debe ser inmediato o previsible: defiendan la lentitud cuando es útil, el silencio cuando habla, la diferencia cuando provoca. La belleza no es sólo evasión, sino sobre todo invocación. El cine, cuando es auténtico, no solamente consuela: interpela. Llama por su nombre a las preguntas que habitan dentro de nosotros y, a veces, también las lágrimas que no sabíamos que podíamos expresar.

En el año del Jubileo, en el que la Iglesia invita a caminar hacia la esperanza, su presencia desde tantas naciones y, sobre todo, su trabajo artístico cotidiano, son signos luminosos. Porque también ustedes, como tantos otros que llegan a Roma desde todas partes del mundo, están en camino como peregrinos de la imaginación, buscadores de sentido, narradores de esperanza, mensajeros de humanidad. El camino que ustedes recorren no se mide en kilómetros sino en imágenes, palabras, emociones, recuerdos compartidos y deseos colectivos. Es una peregrinación en el misterio de la experiencia humana que atraviesan con la mirada penetrante, capaz de reconocer la belleza incluso en las llagas del dolor, la esperanza dentro de las tragedias de la violencia y la guerra.

La Iglesia los mira con estima a ustedes que trabajan con la luz y el tiempo, con el rostro y el paisaje, con la palabra y el silencio. El Papa San Pablo VI les dijo: «Si son amigos del verdadero arte, son nuestros amigos», recordando que «este mundo en el que vivimos necesita belleza para no hundirse en la desesperación» (Mensaje a los artistas al término del Concilio Vaticano II, 8 de diciembre 1965). Yo deseo renovar esa amistad, porque el cine es un laboratorio de la esperanza, un lugar donde el hombre puede volver a mirarse a sí mismo y a su propio destino.

Quizá debemos escuchar de nuevo las palabras de un pionero del séptimo arte, el gran David W. Griffith. Él decía: «What the modern movie lacks is beauty, the beauty of the moving wind in the trees» (Lo que al cine moderno le falta es belleza, la belleza del aire moviéndose en los árboles). Cómo no pensar, escuchando a Griffith hablar del viento entre los árboles, en ese pasaje del Evangelio de Juan: «El viento sopla donde quiere y escuchas su voz, pero no sabes de dónde viene y a dónde va: así es con todos los que nacen del Espíritu» (3, 8). Queridos antiguos y nuevos maestros, hagan del cine un arte del Espíritu.

Nuestra época necesita testigos de esperanza, de belleza, de verdad: ustedes con su trabajo artístico pueden serlo. Recuperar la autenticidad de la imagen para salvaguardar y promover la dignidad humana está en poder del buen cine y de quien es su autor y protagonista. No tengan miedo de enfrentar las heridas del mundo. La violencia, la pobreza, el exilio, la soledad, las dependencias, las guerras olvidadas son heridas que piden ser vistas y contadas. El gran cine no explota el dolor: lo acompaña, lo indaga. Esto han hecho todos los grandes directores. Dar voz a los sentimientos complejos, contradictorios, a veces oscuros que habitan el corazón del ser humano es un acto de amor. El arte no debe huir al misterio de la fragilidad: debe escucharlo, debe saber detenerse ante él. El cine, sin ser didascálico, tiene en sí mismo, en sus formas auténticamente artísticas, la posibilidad de educar la mirada.

Para concluir, la realización de una película es un acto comunitario, una obra coral en la que ninguno se basta a sí mismo. Todos conocen y aprecian la maestría del director y la genialidad de los actores, pero una obra sería imposible sin la dedicación silenciosa de cientos de otros profesionales: asistentes, runner, utileros, electricistas, ingenieros de sonido, encargados de atrezzo, maquillistas, peluqueros, vestuaristas, location manager, casting director, directores de fotografía y de música, escenógrafos, encargados de montaje, de efectos, productores… Espero no dejar fuera a nadie, pero son muchos. Cada voz, cada gesto, cada capacidad contribuye a una obra que puede existir solo en el conjunto.

En una época de personalismos exasperados y contrapuestos, nos muestran cómo para hacer una buena película es necesario comprometer los talentos de cada uno. Pero cada quien puede hacer brillar su particular carisma gracias a los dones y a la calidad de quien trabaja al lado, en un clima de colaboración y fraterno. Que su cine sea siempre un lugar de encuentro, una casa para quien busca sentido, un lenguaje de paz. Que nunca pierda la capacidad de asombrar, al seguir mostrándonos incluso un solo fragmento del misterio de Dios.

Que el Señor los bendiga a ustedes, a su trabajo y a sus seres queridos. Y que los acompañe siempre en la peregrinación creativa, para que puedan ser artesanos de la esperanza. Gracias.

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