LLEVEN ESPERANZA DONDE FALTA LA PAZ: PALABRAS DE LEÓN XIV A COLABORADORES PERMANENTES EN LA NUNCIATURAS APOSTÓLICAS (17/11/2025)

Resistan la tentación de aislarse y lleven esperanza, especialmente donde la gente carece de justicia y paz: esto fue lo que el Papa León XIV recomendó este 17 de noviembre, en su discurso al personal diplomático de las Representaciones Pontificias, que celebraban su Jubileo, a quienes recibió en la Sala Clementina. El Santo Padre detalló este servicio a la Iglesia, que describió como particularmente arduo y que, por lo tanto, requiere un corazón ardiente por Dios y abierto a los hombres, además de estudio, abnegación y valentía. Aclarando que la inculturación no es una actitud folclórica, los exhortó a no caer en el aislamiento, sino a ser «peregrinos de la esperanza». Compartimos a continuación el texto de su mensaje, traducido del italiano:

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
La paz esté con ustedes.

Eminencia, Excelencia, queridos sacerdotes:

Expreso mi gratitud al Cardenal Secretario de Estado por sus corteses palabras, así como también a los Superiores de la Secretaría de Estado, en particular al Secretario para las Representaciones Pontificias y a la que se llama la Tercera Sección, que con cuidado ha organizado estos días de fraternidad, oración y diálogo.

Su presencia es motivo para mí de especial alegría porque por primera vez los recibo a todos juntos. La ocasión es muy significativa: el Jubileo de la Esperanza. También ustedes, como muchos peregrinos, han venido a Roma, junto a la Tumba del Apóstol Pedro, para confirmar la fe y renovar los propósitos que animan su ministerio. Se podría realmente subrayar que lo hemos logrado, que lo han hecho junto a todo el pueblo de Dios y qué importante es reconocer que su servicio es con el pueblo de Dios, no separado de ellos. Y entonces venir en peregrinación es realmente una forma de caminar junto con toda la Iglesia. El Año Santo es para todos nosotros providencial oportunidad de redescubrir y profundizar la belleza de la vocación, es decir de nuestra llamada común a la santidad, que nos compromete cada día a ser testigos de Cristo, viva esperanza para el mundo.

Deseo ante todo agradecerles porque, como nos recuerda el Apóstol (cf. Fil 3, 12), no han dudado ante la voz del Maestro, que invita a seguirlo dejando todo para llevar hasta los confines de la tierra la palabra redentora del Evangelio. Este llamado resuena de manera realmente especial para ustedes, que han sido elegidos para ejercer el ministerio sacerdotal en las Representaciones Pontificias: don y compromiso de hacerse, en todas partes, presencia de toda la Iglesia y, en particular, de la preocupación pastoral del Papa, que la preside en la caridad.

Es verdad, su peculiar servicio es arduo y requiere por ello un corazón ardiente por Dios y abierto a los hombres; exige estudio y pericia, abnegación y valentía; crece en la confianza en Jesús y el la docilidad a la Iglesia que se expresa con la obediencia a los Superiores. En los países donde trabajan, encontrando a distintos pueblos y lenguas, no olviden que el primer testimonio que hay que dar es el de sacerdotes enamorados de Cristo y dedicados a la edificación de su Cuerpo. Sirviendo a las comunidades eclesiales, sean reflejo del afecto y la cercanía que el Papa tiene por cada una, manteniendo un vivo sentire cum Ecclesia. Pienso especialmente en quiénes de ustedes se encuentran en contextos de dificultad, conflicto y pobreza, donde no faltan momentos de desánimo: por tanto, fortalezcan su identidad sacerdotal tomando fuerza de los Sacramentos, de la comunión fraterna y de la constante docilidad al Espíritu Santo.

Al cultivar esas virtudes humanas que se expresan en palabras y gestos cotidianos, construyan relaciones con todos, resistiendo a la tentación de aislarse. Permanezcan en cambio insertos en el cuerpo eclesial y en la historia de los pueblos: ya sea aquel del que provienen, o aquellos a los que son enviados. Y cada nación les ofrece sus propias tradiciones que hay que conocer, amar y respetar, como el agricultor respeta la tierra y, cultivándola, obtiene de ella el buen fruto de su trabajo. No sean entonces hombres desapegados, sino apasionados discípulos de Cristo, sumergiéndose con estilo evangélico en los contextos en los que viven y trabajan. Los grandes misioneros nos recuerdan, de hecho, que la inculturación no es una actitud folclórica, porque nace del deseo de dedicarse a la tierra y a las personas a las que servimos.

La nueva pertenencia que experimentan no constituye una alternativa a los contextos sociales y eclesiales que los han engendrado. Es necesario por ello seguir alimentando, como sea posible, el vínculo con su Iglesia particular. Cuando dicho sentido de pertenencia disminuye, aparece la desmotivación: entonces nos convertimos en árboles sin raíces. Si en cambio no deja de recibir la savia vital, el árbol puede ser incluso trasplantado en otro lugar y así dar nuevos frutos.

En los momentos de dificultad, que a veces se experimentan, no sé bien confirmar nuestra motivación con las palabras, por ejemplo, de San Agustín: «Pondus meum, amor meus» (Confesiones XIII, 9). También el gran profeta Elías, en un cierto punto, tuvo la impresión de que toda su obra habría sido en vano. El Señor, sin embargo, lo levantó, indicándole una meta cierta y un camino seguro sobre el cual caminar (cf. 1 Re 19, 1-18). Muy queridos todos, suban también ustedes cada día a su propio Horeb interior, o más bien al lugar donde el Espíritu de Dios habla al corazón. En toda Representación Pontificia hay una capilla, verdadero centro de su casa, donde cotidianamente, junto con el Nuncio Apostólico, con las religiosas y los colaboradores, celebran la Eucaristía, elevando al Señor la oración de alabanza y súplica. Que la luz del Tabernáculo disipe sombras e inquietudes, aclarando el camino que están recorriendo. Se cumple así la palabra del Señor Jesús: ustedes son la sal de la tierra y la luz del mundo (cf. Mt 5, 13-14). Al custodiar este milagro de la gracia, sean peregrinos de esperanza sobre todo ahí donde a los pueblos les faltan la justicia y la paz.

Espero que estos días vividos en fraternidad y oración puedan fortalecer nuevamente su vida espiritual y ayudarlos a continuar con fervor la misión que la Iglesia les ha encomendado. Lleven mi saludo a los jefes de misión con quienes cooperan y que tenido forma de encontrar en junio pasado, y también a sus familiares. Los encomiendo a todos a la custodia de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, por intercesión de la Santísima Virgen María, Mater Ecclesiae, y les imparto de corazón la bendición apostólica. Gracias.

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