CATEQUESIS DE LEÓN XIV: EL ANUNCIO PASCUAL ES ESPERANZA FRENTE A LOS DESAFÍOS DE LA VIDA (05/11/2025)
“El misterio pascual constituye el eje de la vida del cristiano en torno al cual giran todos los demás eventos”. Así lo afirmó el Papa León XIV en su catequesis durante la Audiencia General de este 5 de noviembre en la Plaza de San Pedro. El Pontífice centró su catequesis en el tema “La Pascua da esperanza a la vida cotidiana”, la tercera dedicada a “La Resurrección de Cristo y los desafíos del mundo actual”, en el marco del ciclo jubilar “Jesucristo, nuestra esperanza”. Compartimos a continuación el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:
Jesucristo, nuestra esperanza. IV. La resurrección de Cristo y los retos del mundo actual 3. La Pascua da esperanza a la vida cotidiana.
Queridos hermanos y hermanas, buenos días y bienvenidos todos.
La Pascua de Jesús es un evento que no pertenece a un pasado lejano, ya sedimentado en la tradición como tantos otros episodios de la historia humana. La Iglesia nos enseña a hacer memoria actualizadora de la Resurrección todos los años en el domingo de Pascua y todos los días en la celebración eucarística, durante la que se realiza de modo pleno la promesa del Señor resucitado: «He aquí que yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20).
Por eso el misterio pascual constituye el eje de la vida del cristiano, en torno al cual giran todos los demás eventos. Podemos decir entonces, sin irenismo o sentimentalismo, que todos los días es Pascua. ¿De qué modo?
Experimentamos hora tras hora muchas experiencias diversas: dolor, sufrimiento, tristeza, entrelazadas con alegría, asombro, serenidad. Pero, a través de cada situación el corazón humano anhela la plenitud, una felicidad profunda. Una gran filósofa del s. XX, Santa Teresa Benedicta de la Cruz, cuyo nombre secular fue Edith Stein, que tanto excavó en el misterio de la persona humana, nos recuerda este dinamismo de búsqueda constante de la plenitud. «El ser humano – ella escribe – anhela siempre volver a tener como don la existencia, para poder alcanzar lo que el instante le da y, al mismo tiempo, le quita» (Ser finito y Ser eterno. Para una elevación al sentido del ser, Roma 1998, 397). Estamos inmersos en el límite, pero estamos también impulsados a superarlo.
El anuncio pascual es la noticia más hermosa, alegre y conmovedora que jamás ha resonado en el curso de la historia. Ésta es el “Evangelio” por excelencia, que atestigua la victoria del amor sobre el pecado y de la vida sobre la muerte, y por eso es la única capaz de saciar la demanda de sentido que inquieta nuestra mente y nuestro corazón. El ser humano está animado por un movimiento interior, impulsado hacia un más allá que constantemente lo atrae. Ninguna realidad contingente le satisface. Tendemos al infinito y a lo eterno. Esto contrasta con la experiencia de la muerte, anticipada por los sufrimientos, las pérdidas, los fracasos. De la muerte «nullu homo vivente po skampare» (ningún hombre viviente puede escapar), canta San Francisco de Asís (cf. Cántico del hermano sol).
Todo cambia gracias a aquella mañana en la que las mujeres, que habían ido al sepulcro para ungir el cuerpo del Señor, lo encontraron vacío. La pregunta dirigida por los Magos llegados de Oriente a Jerusalén «¿Dónde está el que ha nacido, el Rey de los judíos?» (Mt 2,1-2), halla su respuesta definitiva en las palabras del misterioso joven vestido de blanco que habla a las mujeres en el alba pascual: «Buscan a Jesús el Nazareno, el crucificado. No está aquí. Ha resucitado» (Mc 16, 6).
Desde esa mañana hasta hoy, cada día, Jesús tendrá también este título: el Viviente, como Él mismo se presenta en el Apocalipsis: «Yo soy el Primero y el Último, el Viviente. Estaba muerto, pero ahora vivo para siempre» (Ap 1, 17-18). Y en Él tenemos la seguridad de poder encontrar siempre la estrella polar hacia la cual dirigir nuestra vida de aparente caos, marcada por hechos que, a menudo, nos parecen confusos, inaceptables, incomprensibles: el mal, en sus múltiples facetas, el sufrimiento, la muerte, eventos que nos afectan a todos y cada uno. Meditando el misterio de la Resurrección, encontramos respuesta a nuestra sed de significado.
Ante nuestra humanidad frágil, el anuncio pascual se convierte en cura y sanación, alimenta la esperanza frente a los desafíos espantosos que la vida nos pone por delante cada día a nivel personal y planetario. En la perspectiva de la Pascua, la Via Crucis se transfigura en Via Lucis. Necesitamos saborear y meditar la alegría después del dolor, atravesar de nuevo en la nueva luz todas las etapas que precedieron la Resurrección.
La Pascua no elimina la cruz, sino que la vence en el duelo prodigioso que ha cambiado la historia humana. También nuestro tiempo, marcado por tantas cruces, invoca el alba de la esperanza pascual. La Resurrección de Cristo no es una idea, una teoría, sino el Acontecimiento que está en los cimientos de la fe. Él, el Resucitado, mediante el Espíritu Santo nos los sigue recordando, para que podamos ser sus testigos también allí donde la historia humana no ve luz en el horizonte. La esperanza pascual no defrauda. Creer verdaderamente en la Pascua a través del camino cotidiano significa revolucionar nuestra vida, ser transformados para transformar el mundo con la fuerza mansa y valiente de la esperanza cristiana.

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